Pablo Sapag, corresponsal de guerra durante 10 años: «Nos dispararon y tuvimos que salir gateando entre las tumbas»

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El periodista y profesor de la Universidad Complutense cuenta cómo es el día a día de un periodista en zona de conflicto. Los peligros a los que se expone y la mente fría que se debe tener cuando te está apuntando un francotirador: «El miedo es el que te protege»

10 may 2021 . Actualizado a las 19:43 h.

Solo el que ha estado en una zona de guerra sabe a lo que se enfrenta. Porque las noches románticas de tequila en las habitaciones del hotel sirven para llenar páginas de bestsellers, poco más. Una bofetada de realidad es lo que recibes en cuanto pones un pie en una zona de conflicto. Lo sabe muy bien Pablo Sapag, excorresponsal de guerra de Telemadrid y profesor de la Universidad Complutense que siempre tuvo muy claro que su vida valía bien poco en cualquiera de los lugares en los que estuvo cubriendo información. Entre ellos la guerra de Kosovo, Afganistán tras los atentados del 11S, Argelia, Ulster (Irlanda), México, Oriente Medio, Perejil y Siria —este último viaje le permitió escribir el libro Siria, en perspectiva (Ediciones Complutense)— . El asesinato del periodista David Beriain y el cámara Roberto Fraile hace tan solo unos días ha puesto el foco en un trabajo de extremo riesgo de los profesionales que arriesgan su vida para informar sobre lo que allí está pasando y denunciar las atrocidades que se cometen en muchos lugares del mundo. Sucesos que, de no ser por ellos, en muchas ocasiones jamás conoceríamos.

Sapag explica que la crisis de los Balcanes fue la gran escuela para los corresponsales de guerra españoles. Él estuvo en la guerra de Kosovo tres meses seguidos, pero en todos sus viajes el miedo se convirtió en su gran aliado: «Es el que te protege, un miedo que no se convierta en irracional y que no te paralice. Te hace pensar cómo debes entrar en un sitio, y sobre todo, cómo salir. Es ese temor a que te ocurra algo, a que te hagan una emboscada, a que te secuestren o a que te pase cualquier cosa... O que, sin haber calibrado qué puede ocurrir en términos militares, pues de pronto, caiga un proyectil».

Y lo dice con conocimiento de causa. Él sabe lo que se siente cuando un francotirador te está apuntando: «Sabes que te están viendo y tienes que adoptar muchas precauciones. ¿Esas precauciones te van a salvar? Muchas veces, no. Pero tienes que seguir ese protocolo. Tener muy claro que no puedes estar más de un minuto en el mismo lugar y no volver nunca donde has estado porque el francotirador no va a disparar a la primera. Si falla descubrirá su posición. Lo que hace es esperar a que te confíes y cometas un error. Tienes que marcar los sitios. ‘Aquí no puedo volver porque este tipo me va a fijar en la mira y, como me vuelva a poner, va a apretar el gatillo'. Tampoco debes fumar y no darle la espalda. Ahí juega un factor psicológico. El tipo te está mirando con una mirilla muy potente a la cara. Si no es un francotirador muy experimentado o muy despiadado, es posible que se lo piense».

«Beriain es uno de los grandes reporteros del periodismo español»

Durante esta contienda, muy cerca de la frontera entre Albania y Kosovo, pudo ver la muerte muy cerca. Se había desplazado con Jorge Vaquero, su cámara, y un compañero periodista irlandés del The Irish Times que le había propuesto compartir gastos para grabar los combates que se estaban produciendo en la ciudad de Dakovica, en Kosovo. Para ello tenían que subir a la frontera, «pero no al paso fronterizo, sino arriba a la montaña». Iban acompañados de un militar albanés fuera de servicio que les había indicado que en la zona había francotiradores y que en la parte de Kosovo había zonas minadas, por lo que tuvieron que trazar una especie de línea imaginaria con las coordenadas que les habían dado para no atravesar la frontera sin darse cuenta. Esa parte salió bien y pudieron grabar las imágenes, pero cuando regresaban al Jeep —lo habían dejado a una hora caminando de donde se encontraban— vieron pasar un proyectil de artillería muy cerca de ellos, que explotó un poco más adelante: «Vimos una columna de humo. Y entendimos que era un proyectil que habían lanzado los yugoslavos para intentar alcanzar algunos de los campos de entrenamiento que tenía la guerrilla albanesa de Kosovo en la zona. Montamos en el Jeep y, al poco, empezamos a ver a campesinos llorando y gritando y vacas muertas. Bajamos del coche y el militar se da cuenta de que está todo sembrado de minas antipersona porque habían tirado una bomba de racimo que, antes de caer, se abre y suelta unas minas pequeñas y entonces te deja una zona minada y las minas están camufladas».

Se vieron completamente rodeados de estos terribles explosivos, conscientes de que cualquier fallo acabaría con su vida. Para salir de allí, tuvieron que hacerlo con extremo cuidado, en fila india y moviendo el coche hasta la zona de fuera de peligro. Allí había un campesino llorando porque la única vaca que tenía había pisado una de estas minas y ahí decidieron hacer la entradilla —la introducción del vídeo—. Por si esto fuera poco, la cámara se estropeó y no sabía si habían grabado las imágenes. También encontraron el cascarón de la gran bomba: «Teníamos todo, pero no sabíamos si se había grabado. Nunca me voy a olvidar de la cara de Jorge yendo en el coche cuando se da la vuelta, me sonríe y me da la mano. En un claro gesto de que teníamos las imágenes. Era la primera evidencia de que los yugoslavos, de vez en cuando, atacaban Albania y esto podría generar un conflicto mayor. Se salía del conflicto de la OTAN y Yugoslavia. Podía ser una extensión del conflicto. Y es importante poner un contexto, no quedarse solamente en la vaca degollada y el campesino llorando. Esas imágenes dieron la vuelta al mundo, pero pasamos mucho miedo».

Hubo más episodios peligrosos. También en Kosovo, y mientras estaban grabando las tumbas del cementerio serbio ortodoxo de Pristina con Marcos Ferrero, unos francotiradores que estaban en una de las torres de la ciudad los empezaron a disparar: «Nos acojonamos mucho. Allí no había nadie más, solo estábamos nosotros. ¿Por qué nos dispararon? ¿Para hacernos algo o para que nos fuéramos? No lo sé. Pero nos dispararon y pasamos miedo. Nos tumbamos unos minutos hasta que escampara aquello y pudimos salir por patas de allí gateando entre las tumbas. Son situaciones que te pueden pasar». También en Siria, hace apenas cuatro años, a 300 metros de donde estábamos hubo un atentado en Damasco con más de 40 muertes: «Ahí palideces». Al día siguiente hubo otro atentado en un tribunal de justicia con 72 muertes por donde acababasn de pasar: «Esas cosas te hacen reflexionar mucho».

Pero los peligros no solo pueden venir por los ataques, los hoteles también son zonas muy peligrosas en las que tienes que estar alerta. Además, en esos lugares, un periodista es un hombre con dinero: «Puedes llevar 5.000 dólares encima y a veces más. Es muy peligroso. Si íbamos dos o tres nos lo repartíamos. Y luego tenías que dividirlo en distintas partes. Si un fulano te para en un check point, tienes que calibrar qué quiere. ¿Asaltarme y llevarse los 5.000 dólares o con 20 dólares y un paquete de cigarrillos está feliz? Tienes que tener distintas cantidades. En un bolsillo tengo de cinco, en otro, de un dólar, en otro de 20, y en otro, una cantidad más considerable por si es un robo. Que se lleven 500 y no quieran más. Lo máximo que he llevado encima han sido unos 8.000 o 9.000 dólares. Pero también me he encontrado a quien no quiere nada, como en el aeropuerto de Tirana, donde había una corrupción terrible y estaba una mujer policía que era de una honestidad admirable, que incluso les llamaba la atención a sus compañeros, que eran unos golfos».

LAS TARIFAS

Además, en esta economía de guerra hay muy pocas variaciones en las tarifas independientemente de donde estés: «Es curioso. Vas a Libia o a otro sitio y al final es más o menos lo mismo. Un fixer, que es una especie de guía, y que yo siempre contrataba que fuera un tres en uno: conseguidor, conductor e intérprete, pues por un día te cobra 150 dólares. Si solo es conductor y va a estar en la retaguardia, 100 dólares. Si ya te tiene que llevar al frente, se te puede ir a 500. Yo lo que intentaba es que no hablara español, para que no supiera lo que hablaba con el cámara y con la cadena y que no condicionara mi información al decirme a lo mejor que a un sitio no se podía ir porque estaba cerraba la carretera porque a él no le interesaba».

Todas estas situaciones y muchísimas más son las que viven los corresponsales en zonas de conflicto. Periodistas de raza, como David Beriain y el cámara Roberto Fraile. Precisamente, Sapag mantuvo una relación personal y profesional con Beriain a través del curso de Conflictos Armados que imparte en la Complutense. Lo califica como «el periodista total» y destaca la minuciosidad de su trabajo antes incluso de viajar al lugar de conflicto. Un trabajo en profundidad que le permitía analizar la gran complejidad del tema a tratar, hasta el punto de compararlo con el periodista británico Robert Fisk: «Beriain es, sin duda, uno de los grandes reporteros del periodismo español». «Él no despreciaba ningún elemento de los conflictos armados o de las crisis que trabajaba» y entendía «que tenían una serie de causas: en el terreno político, económico, social, cultural, humano, sociológico... y eso es lo que a él le permitió trascender el periodismo de guerra puro y duro y hacer lo que él le llamó periodismo de inmersión». Porque, además, «jamás juzgaba a nadie. Trataba de entender cuáles eran las circunstancias que motivaban que un fulano en México, en El Salvador o en Honduras se convirtiera en narcotraficante o en sicario, por ejemplo». Para Sapag, Beriain «consiguió establecer un modelo de negocio periodístico sostenible y sustentable porque entendió que la forma de hacer el periodismo que él quería solo se podía hacer desde la independencia» y que ese ha sido su gran legado.