Alexandra, 35 años: «Yo con endometriosis y mi pareja con infertilidad, pero conseguimos el bebé con el último embrión»

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JOSE PARDO

Durante 15 años esta joven ferrolana sufría cada vez que le venía la regla, hasta que con 26 años un médico le puso nombre a sus dolores. Le dijeron que formar una familia iba a ser complicado

03 abr 2022 . Actualizado a las 09:52 h.

Alexandra tenía 9 años cuando le vino la regla por primera vez. Este sangrado, que forma parte de la vida de la mujer desde la adolescencia, se convirtió en una auténtica pesadilla para ella. Los dolores eran tan fuertes que tenía que acudir a urgencias a que le pusieran calmantes, porque los vómitos y las diarreas le impedían retener los que se tomaba vía oral. Así un mes tras otro, y cada vez peor. «Me decían que era normal, que la regla duele, que con el tiempo se iría pasando, pero me llegaba a incapacitar por completo», señala Alexandra (35 años), que pese a la medicación que le ponían en el hospital, el primer día de regla pasaba cuatro o cinco horas de dolor intenso. «Era horrible, a día de hoy, prefiero volver a parir antes que pasar una regla de esas. Al final, acababa completamente rendida del dolor, en el colegio me llegué a desmayar muchas veces de los cólicos».

 Con 16 años, su madre, «desesperada», decidió llevarla a una ginecóloga privada para ver si podían averiguar algo. Sin hacerle ninguna prueba, esta profesional le recetó la píldora anticonceptiva para ver si mejoraba. Y efectivamente, los dolores remitieron y Alexandra se fue encontrando mejor. Continuó con sus revisiones periódicas hasta que, con 26 años, cambió de profesional, y en la primera consulta, este le encontró un quiste de ocho centímetros. Debido a su tamaño, lo más recomendable era extirparlo, pero además, el médico ya le planteó un posible diagnóstico: endometriosis. Por fin, después de 15 años, sus dolores tenían un porqué. «Cuando me quitaron el quiste ya era de diez centímetros, y se estaba comiendo un ovario. El tejido crece donde no tiene que crecer, no tiene por dónde salir y va generando los quistes de la endometriosis. Y esas adherencias lo que estaban haciendo era envolver el ovario, inhabilitándolo. Cuando me lo diagnosticaron, no tenía ni idea de qué era, pero cuando leí que podía ser que no tuviera hijos, para mí, fue el golpe más duro», cuenta Alexandra.

Le recomendaron que si quería ser madre, no lo retrasara mucho en el tiempo. Entonces tenía 26 años, pareja, y aunque ambos querían formar una familia, en aquel momento lo veían como algo lejano. La prioridad era quitar el quiste, y así fue. Recuerda que entró llorando en el quirófano. «Lo único que les pedía era que me salvaran el ovario», recuerda. La suerte no jugó a su favor. Después de ocho horas de intervención, no pudieron dejárselo íntegro, solo una pequeña parte. Si cuando obtuvo el diagnóstico, no era el momento de ampliar la familia, dos años después, una vez recuperada, y tras haber pasado por el altar, decidieron no retrasarlo más. Se pusieron a ello, sabiendo que les iba a «costar mucho», porque la enfermedad «baja la reserva ovárica, y los óvulos suelen ser de peor calidad». A esto, había que sumarle otro hándicap. Su pareja tenía problemas de fertilidad por una cuestión genética. Lo intentaron por su cuenta, a pesar de que esto supusiera dejar la píldora, que le controlaba los dolores, y con el riesgo de que se formaran nuevos quistes que perjudicaran al ovario sano. Pero entre que «el factor de éxito era ínfimo y los riesgos muchos» y que no llegaba el bebé, los médicos le recomendaron volver a tomarla. Decidieron buscar ayuda, y los derivaron al equipo de Fertilidad del Materno Infantil. «Nos dijeron que era difícil, pero no imposible. Había más parejas en la misma situación que habían tenido hijos sin ningún problema», apunta Alexandra, a la que estas palabras tranquilizaron un poco, aun sabiendo que su situación era todavía más complicada por el factor de su pareja. «No nos lo pintaron negro, pero nosotros a la endometriosis, teníamos otro problema añadido». 

A LA TERCERA

El primer ciclo de FIV fue «bastante malo». «De cuatro óvulos solo salió un embrión de la categoría más baja. Me lo pusieron, pero no se agarró al útero. De hecho, con los resultados que tuvimos, nos dijeron que si el segundo ciclo salía igual, nos tenían que ‘echar del programa‘, que no nos podían hacer nada más y tendríamos que plantear otras opciones, como donación de óvulos». Esto supuso otro jarro de agua fría. Les citaron para volver en seis meses, un tiempo en el que Alexandra decidió prepararse a fondo para «la última oportunidad que le iba a dar a sus ovarios». Cuidó su alimentación, realizó sesiones de acupuntura... y todo ello facilitó que en el siguiente ciclo le extrajeran ocho óvulos, que se convirtieron inicialmente en cinco embriones, aunque sobrevivieron tres, pero de una categoría aceptable, lo que les abrió la puerta a un nuevo intento en caso de que ninguno se implantara con éxito. Con el primer embrión, sufrió un aborto espontáneo a las ocho semanas. De los dos restantes, uno no sobrevivió durante el proceso de congelación, por lo que solo quedaba un último intento. «Como nos habían dicho que tendríamos una nueva oportunidad, fuimos más relajados, y además, habíamos decidido no contárselo a nadie, solo a nuestros padres. Tuvimos la suerte de que ese embrión, que le llamábamos ‘el restillo‘, el último, el que dejaron para el final porque no le veían muchas trazas, conseguimos que se enganchara», cuenta Laura, que no aguantó la «betaespera» y se hizo un test antes por su cuenta. «Salió una sombra clara, clara, clara... Yo dije: ‘Es positivo'. Mi marido decía: ‘Yo lo veo negativo'. Y yo: ‘Pues yo he visto millones de test de embarazo blanco nuclear, y aquí hay algo'». Alexandra estaba en lo cierto, nueve meses después nació Laura, que hoy tiene dos añitos.

Con su relato, esta joven de Narón pretende lanzar un mensaje de optimismo a las mujeres que sufren endometriosis, porque complicado no significa imposible. De hecho, en sus planes está repetir la experiencia. «Yo siempre quise tener más de un niño, sé que es un camino superduro, porque para mí los procesos de reproducción asistida fueron peores a nivel emocional que físico, pero sin duda, volvería a pasarlo». Ahora se han puesto en manos de la sanidad privada (en la pública si tienes un hijo ya no puedes optar a los tratamientos), y en breve, se someterá a un nuevo ciclo para extraer y congelar óvulos, —algo que recomienda a las mujeres diagnosticadas con esta enfermedad, de hecho ella misma se arrepiente de no haberlo hecho antes—, ya que en un futuro no muy lejano, quizás un par de añitos, quieren darle un hermanito a Laura.