Eva Romero: «Me hice mamá de acogida porque no quería que mi hijo fuera un cretino»

ALEJANDRA CEBALLOS LÓPEZ / S. F.

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Sandra Alonso

Esta figura, menos conocida que la adopción, es la única opción para muchos niños que están en centros de menores. Eva relata su experiencia al recibir un niño en casa

13 sep 2022 . Actualizado a las 09:39 h.

Eva Romero García-Ciudad ha cogido dos bajas de maternidad en su vida. Una hace catorce años, cuando nació su hijo M, y otra, hace tres. «En junio no tenía barriga, pero en agosto aparecí con un niño y cogí la baja». El 31 de julio del 2019 nació A, su segundo hijo, un niño de acogida, y el hermano que M siempre quiso tener.

 «A viene de una barriga, de una mamá, como todos los niños del mundo», explica enfadada Eva cuando la gente le pregunta por el origen de este niño. «Me molesta que sean tan cotillas. Una al final sabe cuándo te preguntan por curiosidad y cuándo por maldad», señala.

De acuerdo con los documentos, Eva se hizo madre por segunda vez el 2 de agosto del 2019. Sin embargo, ese fin de semana, no pudo ir a recoger al bebé al hospital porque no tenía ninguno de los enseres necesarios para recibirlo en su casa de Santiago. «Así que hubo una movilización en mi familia. Llamamos a mis primos y ese día empezó el desfile de cochecitos, ropa, la silla de bebé y cualquier cosa que pudiéramos necesitar. Ese lunes, día 5, ya pudimos llegar al hospital y tener con nosotros a A», recuerda.

M, su hijo mayor, que siempre había querido tener un hermanito, no se quedó en el pueblo, jugando con sus primos, sino que también los acompañó impaciente a este encuentro. «No sabía cuánto iba a tardar y le dijimos que se quedara, pero él insistió. El primer biberón que tomó A en casa, se lo dio M», relata Eva.

Ella tiene cinco hermanas, y además de niña siempre pasó los veranos con su abuela en la aldea rodeada de muchos niños. Esa experiencia marcó una infancia que Eva también quería para M. «Es importante cuando no hablas de tus cosas, sino de las de todos», insiste.

Por eso le parece tan importante tener hermanos, la vida en comunidad y la compañía de la familia. Cuando llega el verano, todavía se van hoy para una aldea gallega de 50 habitantes y los niños corren, juegan y caminan libres sin preocuparse de los coches que entran y salen de los garajes o de otros peligros de la ciudad, que sí tienen que afrontar en Santiago.

Por esta razón ella y su marido tenían claro que querían un hermano para M. Eva sabía que no sería posible que ocurriera de manera biológica y adoptar no era una opción sencilla, así que decidieron hacerse familia de acogida.

«Básicamente yo no quería que M fuera un cretino, no quería que fuera hijo único. Cuando nos enteramos de que era posible ser una familia de acogida, dijimos: ‘A M le va a venir bárbaro saber que hay más personas en el mundo, que no es el centro del universo, y, además, de esta forma le hacemos un bien a alguien'. Pero es básicamente puro egoísmo», argumenta.

 Familias poco comunes

«Fuimos a la Cruz Roja y allí preguntamos cómo era el proceso. Nos informamos y nos detallaron cómo dar todos los pasos», indica Eva.

Hay ocasiones en las que los padres no se pueden hacer cargo de los niños, por la razón que sea: adicciones a drogas, enfermedades, por su situación laboral, incluso que se trate de un padre o una madre sola que enferma y necesita que cuiden a sus hijos puntualmente mientras está en el hospital. Cuando esto ocurre, los niños entran en el sistema de protección de menores y se les busca una familia.

«Para ser hogar de acogida debes pasar un curso. En él te enseñan que son niños de otra familia con la que debes mantener una relación por si tienen que volver con sus progenitores. En nuestro caso, A se ve con su madre el sábado cada 15 días», explica Eva.

También a la familia de acogida les hacen una encuesta, que responden todas las personas que habitan en la vivienda donde ha de vivir el menor, y todos tienen que estar de acuerdo con la decisión. Posteriormente deben recibir la idoneidad por parte de la Cruz Roja y de un técnico de Protección de Menores. Además, la familia recibe una visita en su casa para valorar sus condiciones y, finalmente, de acuerdo con las afinidades de la familia y las necesidades del menor, acogen a uno o varios niños en su hogar.

El caso de Eva fue muy particular. Desde que acogió a A, además de tener que visitar a la madre y al padre del pequeño, también tuvieron que verse con «una señora desconocida»: Isabel, la abuela materna de su niño de acogida.

Esta mujer se hizo cargo de su otro nieto biológico mayor Q, que tiene 4 años. Cuando A llegó el mundo, Isabel, la abuela, tenía enfermo a su marido, y en ese momento no podía hacerse cargo de un nieto más, así que en la Cruz Roja se entrevistó con Eva para que fuera la madre de la familia acogedora del menor, que cumplió 3 años el pasado 31 de julio.

«A mí se me hacía muy raro que una abuela no quisiera conocer a su nieto, pero luego lo entendí todo», relata Eva, quien luego supo que finalmente el marido de Isabel había fallecido a causa de un cáncer. Pero ahora son amigas. Tanto que al principio solo se veían de vez en cuando para conversar y que los niños se vieran, pero actualmente quedan al menos dos veces por semana e incluso los pequeños han comenzado a ir al mismo colegio.

Después de que rompió el hielo con Isabel, la relación ha fluido muy bien. «Yo no soy muy de hacer llamadas, aunque hablo con mi madre regularmente, pero esta señora ya es de mi familia. Contactamos todos los días», cuenta Eva.

«Por ahora no ha habido problemas, y no los habrá. No hay necesidad de tenerlos, que la vida ya te los pone delante», puntualiza. Eva también habla sobre el proceso de adaptación, de criar a un segundo hijo, porque con cada uno es diferente. Menciona alguna que otra rabieta de A, de 3 años, su desbordante energía con respecto a su primer hijo, y las veces en las que —inevitablemente—, A pregunta por «su otra mamá», a quien ve cada quince días.

«Por ahora le basta con las explicaciones que le doy. Cuando crezca habrá que contarle más», menciona Eva, que maneja el tema con mucha naturalidad. «Al principio se quedaba llorando cuando lo llevaba a ver a su otra madre, pero ahora es muy normal: va, juegan, sus padres le dan alguna chuche y ya está», cuenta de manera anecdótica.

Eva pone el dedo en la llaga sobre un tema que le resulta difícil: dar explicaciones a la gente que le pregunta sobre esta maternidad, que cuestiona que el niño no tenga un parecido con su hermano o gente que aún le pregunta cómo ha tenido un niño sin barriga. «M responde que es su hermano y ya está. Y nosotros solo les damos las explicaciones a las personas cercanas», puntualiza para especificar si A debe llamarlos mamá o papá.

«En la Cruz Roja nos decían que los niños de acogida no deberían llamarnos papá o mamá. Pero no se puede. Yo le digo: ‘Ve con la Bibi' —que soy yo— o ‘Ve con Javi' —que es mi marido—, pero él escucha al otro que todo el día me dice mamá, y cómo me va a llamar de otra manera. Incluso cuando traigo a Q para que pasen días juntos, Q me llama mamá. Una vez que está metido en casa, es uno más», concluye sonriendo.