«Desde el punto de vista epidemiológico, no tiene sentido vacunar a los niños»

ASTURIAS

Pedro Arcos, epidemiológico y director de la Unidad de Investigación en Emergencias y Desastres de la Universidad de Oviedo
Pedro Arcos, epidemiológico y director de la Unidad de Investigación en Emergencias y Desastres de la Universidad de Oviedo

El epidemiólogo Pedro Arcos pronostica que la pandemia no desaparecerá en 2022, pero probablemente irá haciéndose más leve en uno o dos años debido a las nuevas variantes del virus.

06 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Pedro Arcos es médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública, profesor de Epidemiología en la Universidad de Oviedo y director de la Unidad de Investigación en Emergencia y Desastre (UIED).

¿Cuál es el motivo de esta última ola de contagios, pese a que teníamos un 80% de vacunación?

-Se debe a una doble razón. Por un lado, tenemos un grupo grande de población vacunada hace más de cinco meses y que ya ha perdido al menos la mitad de su inmunidad humoral por anticuerpos y como consecuencia se está reinfectando. Por otro, la nueva variante ómicron también está infectando a los vacunados en los que la vacuna protege menos frente a esa variante. Por ambas causas, lo que los epidemiólogos llamamos la «reserva de susceptibles» está aumentando y eso dispara las cifras de infección.

-¿Ha sido el efecto más corto de lo esperado en todas las vacunas?

-Sí, lo ha sido. Cuando se prueba una vacuna nueva, el ensayo clínico se hace en una muestra seleccionada de la población, generalmente individuos jóvenes y sanos. Pero luego, cuando esa vacuna se aplica masivamente a la población general, que es más grande y heterogénea, los resultados no suelen ser igual de buenos que en el ensayo clínico de prueba. Ahora sabemos que, aunque estas vacunas pueden generar anticuerpos de defensa muy rápida e intensamente, su efecto apenas dura unos meses. Aunque sin duda ayudan a evitar enfermedades graves y muertes, este corto efecto de la inmunidad humoral ha sido un poco decepcionante.

-¿Por qué se optó por dejar de lado las vacunas de DNA como la de Astrazeneca y usar las de RNA mensajero como las de Pfizer y Moderna?

-Por cuestiones ajenas a la epidemiología. Como sabe, hubo problemas con Astrazeneca, que no cumplió sus contratos de suministro a la Unión Europea, y el tema acabó en los juzgados. A partir de ese momento, se optó por Pfizer y Moderna.

-¿Tendremos que acostumbrarnos a ver sucesivas olas, cada año?

-Eso dependerá de la evolución del virus y sus variantes. Lo que está ocurriendo hasta ahora con el virus es lo esperado. Es decir, por un lado, se está haciendo menos letal (los virus son parásitos intracelulares y necesitan no matar a su huésped porque si no, desaparecen) y menos virulento (causa enfermedad menos grave); y por otro, se está haciendo más fácilmente transmisible. Está siguiendo la evolución natural y ecológica de la interacción entre un virus de este tipo y una población humana y está tendiendo a parecerse a sus parientes, los otros coronavirus, que son los del resfriado común. Este proceso llevará entre uno y dos años.

«Desde mayo de 2020, esta pandemia prácticamente se deja de gestionar con criterios técnicos y se gestiona con criterios políticos»

Por tanto, ¿qué puede ocurrir? Que se transforme en un virus como el del resfriado común y que circule de forma estacional y, dependiendo de las mutaciones, no solo haya pequeños cambios cada año. Si fuera así, estaríamos ante un caso similar al de los virus gripales. Pero también puede llegar casi a desaparecer como ya ha ocurrido con sus dos parientes anteriores, el SARS-COV-1 y el MERS en 2003 y 2012

-¿Se podrían suministrar sus vacunas como rutina junto a la gripe o en un cóctel?

-Probablemente se podrían administrar juntas. Ya hay otras vacunas de varios virus que se administran juntas. Desde el punto de vista médico no sería un problema, pero hay elementos legales, comerciales y logísticos a tener en cuenta. Piense que cada vacuna la produce un laboratorio distinto, y estos tienen sus propios intereses. No hay olvidar que las vacunas frente a covid son el mayor negocio farmacéutico de la historia. Pfizer, por ejemplo, ingresó unos 81.000 millones de dólares el año pasado, y eso hace que en este sector industrial y comercial el lobby sea enormemente poderoso, tanto como para forzar a vacunar a los niños.

-¿Los niños no deberían vacunarse?

-Desde el punto de vista epidemiológico no tiene sentido. El que tengas una vacuna no significa que la debas usar necesariamente siempre. Por ejemplo, hay vacunas virales como la de la fiebre amarilla o la encefalitis japonesa que solo se usan si vas a un sitio donde existe esa enfermedad o donde sea un problema de salud pública. Desde un punto de vista estrictamente individual es absolutamente aceptable vacunar a un niño, por supuesto, pero yo hablo desde el punto de vista de salud pública. En este ámbito se tiene en cuenta que la decisión de vacunar tenga una relación coste-beneficio o coste-utilidad aceptable, y eso no se cumple en el caso de los niños, porque ellos no enferman si se infectan. La incidencia de enfermedad en niños es prácticamente la misma en vacunados que en no vacunados.

-Pero pueden infectar a otros…

-Es cierto, pero las vacunas se usan principalmente no para evitar la infección, sino para evitar la enfermedad una vez infectados. De hecho, aunque se vacune a los niños, estos pueden infectar a otras personas. Pero si tienes vacunadas al 90% de esas otras personas, por ejemplo, adultos, ¿qué más te de que se infecten, si no enfermarán? Eso tendría sentido en países con tasas bajas de vacunación, donde la vacunación infantil te permite ganar un pequeño porcentaje de cobertura, pero no en España. Y cuando hay continentes como África con apenas un 15% de población vacunada, es inmoral plantear esa cuestión.

 «Las últimas medidas que se están tomando, como las mascarillas en exteriores, no tienen sentido»

-Quizá porque se toman decisiones políticas y no sanitarias o técnicas.

-Desde mayo de 2020, esta pandemia se ha dejado de gestionar con criterios técnicos epidemiológicos y se gestiona con criterios políticos. Decir cosas como ha dicho esta semana el presidente del Gobierno, que «los niños y niñas se merecen una cabalgata», y usar ese argumento para tomar una decisión en una pandemia es puro pan y circo, es decir, lo que sea hacía en Roma en los siglos I y II cuando el pueblo estaba descontento. Puro populismo de la peor especie.

-¿Hay un excesivo alarmismo? ¿Sería más correcto medir la peligrosidad de la pandemia por la saturación hospitalaria en lugar de por los contagios detectados?

-Por supuesto. En salud pública medimos la importancia de un problema con dos criterios: la magnitud y la trascendencia. El primero se refiere a cuánta gente se afecta y el segundo, a la gravedad con que lo hace. Un determinado problema de salud pública puede cumplir uno o los dos criterios. Una enfermedad puede afectar a muchísima gente, pero no de manera grave, como la caries dental, que igual sufre el 60% de la población mundial, pero no es grave. Y al contrario, puedes tener otros problemas de poca magnitud (frecuencia) pero de gran trascendencia (muy graves) como la enfermedad de ébola o determinados cánceres raros.

Cuando hablamos de una enfermedad transmisible, el impacto se puede medir en términos de infectados o de enfermos. A principio de una pandemia, cuando la letalidad es alta, se puede usar el parámetro de incidencia de infección como medidor de la importancia del problema, pero en esta fase en la que estamos en la que el cuadro clínico ha cambiado hacia leve o menos grave, si se sigue usando la incidencia de infección, se está perdiendo la perspectiva.

La curva de incidencia está disparada, pero hace semanas que las curvas de enfermos, ingresos y muertes están estabilizadas. Nos encontramos ante un cambio de paradigma de la epidemia y necesitamos parámetros nuevos: ¿cuántos de los que se infectan son asintomáticos? Más del 65% ni se enteran de que se han infectado. ¿Cuántos son hospitalizados? Muchísimos menos que antes, igual que los ingresados en UCI y los muertos. Ese cambio requiere incorporar indicadores de otro tipo para monitorizar el problema.

-¿Cuál es la diferencia de España (y Asturias) con EEUU, Alemania o Francia, con niveles mucha más bajos de vacunación?

En España carecemos de una sociedad civil fuerte y organizada que pueda pedir responsabilidad a los políticos de sus decisiones, como sí ocurre en Francia, Holanda o Alemania, donde se cuestiona lo que se quiere imponer y se piden explicaciones. Aquí no se tiene una tradición de decir: «yo te acepto esto, pero me tienes que explicar en que basas esa decisión de gobierno». Afortunadamente para los gestores y los políticos, durante la pandemia de covid eso los favoreció, porque la respuesta a la vacunación fue muy alta. En el caso de otras medidas, no justificables científicamente como el uso de la mascarilla en exteriores, por ejemplo, apenas ha habido tampoco resistencia.

-¿Qué hemos aprendido en el sistema para futuras crisis?

-No sé si se puede decir que hemos aprendido…, eso sí, hemos visto las cosas: cuando se produce una emergencia como esta, lo que hay es un tensionamiento de todos los sistemas (social, sanitario, económico). Con un sistema sanitario que lleva más de diez años debilitado por falta de recursos, que se ha descapitalizado mucho y en el que se ha dejado de contratar a muchos médicos; cuando se llega a una emergencia como esta con un margen de elasticidad muy justo, la tensión puede hacer que se rompa. Y es lo que ha ocurrido.

-¿Qué pasará con el resto de la atención sanitaria, patologías sin tratar, el atasco que venimos arrastrando en intervenciones…?

Esto es muy importante también y no se le está prestando mucha atención. Fíjese, el año pasado se diagnosticaron casi un 40% menos de casos de cáncer que, naturalmente, en la realidad sigue teniendo la misma incidencia. Pero no se han detectado. Y un año de retraso de un año en el diagnóstico en un tumor puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.  Para otros problemas como las patologías cardiacas hay un 30% menos de tratamientos, y hablo de procesos graves. En procesos leves, el porcentaje es mucho mayor.

Todo ello supone una carga añadida, no solo de enfermedad, sino de mortalidad. Hicimos recientemente un estudio sobre mortalidad en exceso atribuible a otras causas diferentes a la covid. Si en el mundo hay entre un 20% más de muertos, descontados los muertos por covid, en España se sube hasta el 33%. Esas no son muertes por covid, son muertes colaterales, por falta de diagnóstico o tratamiento a tiempo. No sé qué hemos aprendido, pero hemos visto que, si el sistema está tensionado, revientan las costuras. Y otra cosa: que deberíamos tener planes de emergencia.

-¿Y no los había?

-No los había y no los hay a fecha de hoy. El único plan que hay en muchos hospitales es un plan contra incendios. Cuando esto empezó, los sanitarios no sabían hacer siquiera hacer un circuito de sucio-limpio para evitar contagios. No existía ese plan de contingencias, se ha ido trabajando sobre la marcha. Los médicos se ponían bolsas de basura como equipos de protección personal, ni siquiera se disponía de stokcs mínimos de equipos.

El sistema de vigilancia epidemiológico está abandonado desde hace 20 años y hemos tardado meses en saber cuánta gente se moría de covid. Nadie sabía cuánta gente se moría por edad y sexo. Todavía hoy no tenemos datos los fines de semana, esto que parece una anécdota es un problema serio; el nivel de análisis que tenemos es patético. Nadie ha pensado en analizar, respecto al exceso de mortalidad, por qué se murió esa gente y de qué. Necesitamos una agencia estatal de salud pública estatal potente y seria, dirigida por profesionales con formación reglada en Medicina Preventiva y Salud Pública. Basta de nombramientos de amigos a dedo para encargarse de asuntos tan serios.

Las epidemias y pandemias son problemas sociales que no se pueden gestionar sin credibilidad técnica y política y en contra de la población, sino que se necesita que la gente se adhiera a las medidas propuestas. Se trabaja con población y no con una suma aritmética de personas. Virchow dijo hace nada menos que hace 150 años que «las epidemias son fenómenos sociales con un pequeño componente médico». Y así es. Si no se tiene en cuenta esto, se puede cometer errores de bulto. Eso, en poblaciones dóciles como la nuestra, y no le digo en otras más reactivas.

-Supongamos que consigo crear en laboratorio una variante del virus de la covid-19 mucho más transmisible pero también no letal, como el resfriado. Es decir, que genere inmunidad. ¿Sería viable y ético dejarla circular libremente para conseguir una gran inmunidad de grupo?

-En el momento actual y con los conocimientos que tenemos de ingeniería genética no es posible decidir el tipo de cambios que habría que hacer en el genoma del virus para obtener esa respuesta específica en los efectos del virus sobre una población. ¡Afortunadamente no es posible!