«Freedom for Albert Rivera»

OPINIÓN

28 may 2016 . Actualizado a las 10:26 h.

Estoy fascinado con Venezuela. El cura protagonista de El día de la bestia decía que el diablo siempre imita a Dios para burlarse de Él. Todos hicimos alguna vez la pantomima de imitar lo que está haciendo otro para hacerle burla, o repetir sus palabras («fin de la cita», «salvo alguna cosa», «ya tal») con el mismo fin. ¿Por qué no iba a hacerlo el diablo? El PP ya se había burlado en el Parlamento y en la Asamblea de Madrid de quienes luchan por sus derechos, cuando la policía había detenido a dos de sus militantes porque habían agredido al entonces ministro José Bono en una manifestación antiterrorista. El PP trató a aquellos macarras como mártires y se plantaron en la Cámara con las muñecas esposadas gritando «libertad, libertad». Parecían el mismísimo diablo burlándose de Dios. Ahora les da por ir a Venezuela a imitar a los luchadores por los derechos humanos y contra las dictaduras, para hacer otra vez escarnio de la divinidad.

Rivera tenía ganas de estar en algún sitio con más de cien personas escuchándolo y, ayuno como estaba de escenarios de Estado y visibilidad internacional, se fue para Venezuela como aquellas serranas de Cervantes se iban con toda su virginidad a cuestas a lavar la ropa al río. Se hizo el hombrecito Íbex diciéndole a Maduro que no había de callar por más que con el dedo silencio avise o amenace miedo; arriesgó salud y hacienda confiando valientemente en que el dictador bolivariano, al que ni Bertín Osborne entrevistaría, no obstaculizara su «mision» («Albert Rivera desafía las amenazas de Cabello y entra en Venezuela» , llegó a decir el Abc casi invocando las trompetas de Jericó); y con las mismas Rivera se volvió para España cargado de testimonio y de vivencia humana. Con qué gravedad nos repetirá en la campaña lo que allí vio, con qué hondura saldrá de sus labios todo el dolor de aquel pueblo. Y Dios aguantando las mofas del diablo.

Por supuesto que no es un asunto menor lo que ocurre allí y no será Maduro con sus visiones de Hugo Chávez y sus psicofonías el líder del que uno vaya a hacer santo y seña. Pero tiene uno que pellizcarse para aceptar como real la sucesión de desvaríos que llevan a un país saqueado y asqueado, con la pobreza trepándole por las piernas ya por encima de las rodillas y acercándose a los genitales, en plena desagregación social y territorial, con una corrupción que alcanza niveles de tragedia y con una moralidad pública inexistente, y ahora me estaba refiriendo a España, que lleva, digo, a un país así a tener que padecer informativos y periódicos mostrándonos a Rivera burlándose de Dios; a reunir al Consejo Nacional de Seguridad para tratar sobre Venezuela por los 200.000 españoles que viven allí, después de haber echado de aquí a dos millones y de tener a un tercio de los que quedan a punto de alimentarse en los contenedores de basura; a estos politicastros del PP buscando credenciales de demócratas mediante pronunciamientos sobre Maduro (¿será Venezuela como la legión, donde tus delitos quedaban olvidados?). Para llegar a esta demencia se necesitan al menos dos frentes concurrentes.

Uno es el de los intereses. En qué cabeza cabe que Felipe González, que se había opuesto a la extradición de Pinochet porque «hace 150 años que España no administra justicia en las colonias», va a defender a los opositores venezolanos en nombre de los derechos humanos. González había sido uña y carne con un personaje mucho más oscuro que Maduro, Carlos Andrés Pérez, con delitos infames detrás de él y cientos de muertos en manifestaciones por orden directa suya. Y sus tejemanejes con Cisneros son conocidos desde hace décadas. Lo único que defiende González en Venezuela son intereses y apaños.

El segundo, con sus derivaciones, es Podemos. Más allá de afectos o desafectos a Podemos, creo que me está ganando la curiosidad. Eloy Tizón tiene un relato en el que el jefe de una oficina llama a su despacho a una empleada. Él está nervioso, sudoroso, algo descompuesto. Le muestra una caja de cartón que hay en la mesa y le pide un favor: que tire esa caja, que se deshaga de ella donde sea, sólo eso, que él ya no puede más, dice casi tartamudeando. ¿Qué haría cualquiera de nosotros con esa caja al llevárnosla? Demasiado intrigante para no abrirla, qué puede haber ahí dentro que tenga tan abatido al jefe.

Y lo de Podemos es que ya mueve a la curiosidad. Cuesta creer que tajadas enteras de nuestra política exterior estén condicionadas por el impulso de hacer propaganda contra este partido. En vez de atacar lo que dice Podemos, atacan lo que no dicen, buscaron la prolongación de su discurso en Grecia y Venezuela para explicarnos lo que no dicen y atacar por ahí. La posición española sobre Grecia y la deuda no estuvo en línea con sus intereses como país deudor y ni siquiera con las orientaciones del FMI, que recomendaban la reestructuración que pedía Tsipras y que finalmente se va a hacer. El gobierno español sólo veía a Grecia a través de Podemos y sólo sostenía lo que pudiera debilitar la parte del discurso de Podemos que Podemos no había dicho y que ellos se habían inventado.

Lo de Venezuela llega ya al desvarío. Pero además las propias directrices informativas siguen ese mismo guion. Mientras ardían las calles de París y mientras en nuestro país se acumulan datos de pobreza y abandono, todos los días era noticia de portada la falta de papel higiénico en Venezuela. Grecia estuvo en portada y en el parlamento meses enteros. Y lo increíble de todo esto es que todo sea dictado por la propaganda contra Podemos. Por favor, ¿alguien cree que habría este circo con Venezuela si no hubiera elecciones y si no hubieran inventado una asociación delirante entre Podemos y aquel país? (Que nadie se desmaye: las relaciones de Felipe González con Fidel Castro fueron mucho más profundas que las que nadie de Podemos haya tenido con nadie de Venezuela, vivo o muerto).

Y por eso la curiosidad de la caja de cartón. ¿Será para tanto? Nadie cree que Pablo Iglesias sea más rebelde o determinado que Tsipras. Si alguien cree que su política sería inadmisible para el sistema, saben de sobra que el sistema puede obligarle a que no la haga. ¿Por qué tanto miedo y tanto niño Rivera a Venezuela para decirnos el mal que anida en Podemos? ¿Será lo que puedan encontrar en el CNI? Me muero de curiosidad, y quién no. Apetece abrir la caja de cartón.

La cuestión es que parecen pretender centrar las elecciones en la aceptación o no del sistema democrático, a través de la postura de cada uno sobre Venezuela, y sobre el mantenimiento o ruptura de España. Es decir, sobre obviedades. Dar puñetazos encima de la mesa por el mantenimiento de la democracia sólo busca lo evidente: que no se hable de lo que hay que hablar, de que estamos gobernados por un partido delincuente, de que España se desangra en emigración y pobreza, de que aumentan las desigualdades y de tantas y tantas cosas. Quién va a discutir sobre los privilegios de la Iglesia, sobre la enseñanza pública (¡pues no dijo Rajoy que la enseñanza concertada es consustancial al ser humano! Prometo no hacerlo más, pero déjenme que me repita: que-la-enseñanza-concertada-es-consustancial-al-ser-humano), quién va a discutir sobre estas cosas mientras Rivera tenga que desafiar las amenazas de Cabello y se arriesgue a quedarse sin papel higiénico al entrar en Venezuela. Cosas graves están pasando allí, demasiado graves como para encima aguantar mindundis arañando el escaparate a ver qué hebras se les pueden quedar entre las uñas.