30 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

La reciente visita de Albert Rivera a Venezuela bien podría definirse como una manifestación pública de prostitución política e ideológica.

No digo que las ideas que ha defendido el señor Rivera en Caracas sean criticables. Es más, el de Ciudadanos ha reprobado la situación en la que se encuentran los presos político:. «No hay democracia si los líderes de la oposición están encarcelados». Aboga por la recuperación de los derechos y libertades del pueblo venezolano y muestra su apoyo al referéndum revocatorio contra el gobierno de Maduro. Todo esto, cuenta con mi respaldo y conformidad, así como con el de todos los ciudadanos demócratas.

Este viaje es una manera de frivolizar los problemas presentes en Venezuela. El objetivo del viaje es totalmente electoralista. No se necesita a Albert intentando dar una imagen de estadista, de gran figura de la política internacional, cuando no es más que la cabeza visible del cuarto partido más votado de España, para demostrar y dar visibilidad de la situación de Venezuela. Rivera, valiéndose de su gran habilidad política, consigue con el pretexto del viaje hacerse él mas visible.

No hay día que la prensa española no trate sobre el país venezolano. Edu Galán, siempre con su toque humorístico a la vez que crítico, recurre a la frase: «Nicolás Maduro, presidente de España». Todos los fallos, errores, aspectos negativos del Gobierno de Chávez antes y ahora el de Nicolás Maduro salen reflejados en los medios. De esta forma, atacan a Podemos y a sus miembros, poniendo a Venezuela como reflejo de lo que puede ocurrir en caso de que los podemitas asciendan -por consenso o por asalto, poco importa- al poder. Bien es cierto, que no pocos líderes del partido ponían no hace mucho tiempo al país venezolano como paradigma, y mantenían estrechas relaciones, tanto personales como laborales, con el chavismo. A día de hoy, han ido corrigiendo y modificando su postura, pero siguen muy relacionados.

No quiero, ni mucho menos, defender al Gobierno chavista; es más, representa todo lo contrario a mis ideas y paradigmas de cómo debe regirse una sociedad. Pero, bien es cierto, que Diosado Cabello, alto jerifalte en el Gobierno venezolano, manifestó que Albert no entraría en el país; y al final entró. No solo no se le pusieron pegas a su llegada, una legión de periodistas le esperaban, y dio cuenta de todos los movimientos del político español. Soy crítico con el chavismo, sin embargo, nunca trato de perder la objetividad. ¿Se imaginan a algún político español realizando un viaje similar a Guinea para mostrar su respaldo a un referéndum revocatorio que arrebate el poder al dictador Obiang, o a Arabia Saudí? Países igualmente unidos, sentimental o comercialmente, a España.

Es una actitud muy loable la del de Ciudadanos, pero apesta a obtención de beneficio para la campaña electoral española.

Lo de venderse lo haríamos todos, no nos pongamos dignos, sólo varía el precio. El año pasado en las fiestas de San Fermín, me encontraba sediento y falto de parné por las calles de Iruña. Como ir cuerdo en los Sanfermines es un oprobio, tuve que liarme con un camarero negro -que bien podía actuar de mandingo-  para que así este financiara mis copas. Yo lo hice por gintonics, Albert lo hace por un puñado de votos y rédito político. Los dos contentamos -seguro que yo contenté mucho más que Rivera, beso muy bien-, realizamos una buena acción y recibimos un beneficio. El objetivo no invalida la buena intención, pero no conviene olvidar que lo hacíamos por conseguir nuestro propio provecho. Alberto y su viaje, yo y el negro: lo mismo, pero distinto.