Apocalipsis de género

OPINIÓN

15 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Si los hombres superan en inteligencia y energía a las mujeres, la eminencia y el liderazgo de los asuntos mundiales, sean cuales fueren, les corresponderá a ellos inevitablemente con más frecuencia, puesto que, serán los que más lo merezcan.

Hace unos años hice un estudio que analizaba las investigaciones sobre diferencias cognitivas entre hombres y mujeres. Me interesé especialmente por el papel del contexto, no ya como generador de diferencias entre hombres y mujeres, asombroso por cierto, sino como generador de sesgo en las propias investigaciones. Innumerables claves contextuales inciden en la percepción del entorno y de uno mismo, en la formación de expectativas y estereotipos que, sin contraste y verificación, acaban desembocando en prejuicios. Y como decía Diderot, los prejuicios están aún más lejos de la verdad que la ignorancia.

Se ha comprobado, por ejemplo, que los estereotipos de género influyen en los procesos cognitivos de forma inconsciente. Por tanto, los investigadores, que no son inmunes a dicha influencia, también pueden estar afectados por expectativas de género sin ser conscientes de ello. De manera que la investigación sobre diferencias sexuales a lo largo de la historia, ha podido estar sesgada, alineada con dichas expectativas, para justificar -de forma deliberada o no- el statu quo de la dominación masculina y con ello, la discriminación en la promoción intelectual y profesional de la mujer y, en última instancia, en su acceso al poder.

Tomemos como ejemplo el primer párrafo de este artículo, cuyo autor, en 1910, fue el prestigioso psicólogo norteamericano Edward L. Thorndike, precursor del conductismo y el conexionismo. Una «autorizada» justificación científica de la discriminación femenina con la que me topé en la fase de documentación, mientras leía referencias clásicas de psicología. Pero ya entonces había mujeres que con valentía, dado el contexto precisamente, exigían el contraste de dichas afirmaciones. Así lo hizo la investigadora Coral Sutton Castle en el trabajo que presentó para la obtención del Doctorado en Filosofía en la Universidad de Columbia, en 1913:

¿Ha sido la inferioridad innata la razón para que haya tan pocas mujeres eminentes, o es que la civilización jamás les ha concedido la oportunidad para que desarrollen sus habilidades y posibilidades innatas?.

Afortunadamente, seguimos evolucionando en los ámbitos científico y moral. Se ha podido comprobar cómo en sociedades más igualitarias, independientemente de las diferencias  neuroanatómicas entre mujeres y hombres, que las hay, las diferencias en las habilidades cognitivas más estudiadas (visuoespaciales, matemáticas, lingüísticas) son muy pequeñas o inexistentes. Se afina cada vez más en el control del sesgo con estudios transculturales sobre diferencias sexuales en habilidades cognitivas. Por ejemplo, tomando como variable independiente alguna medida de igualitarismo (hombre/mujer) y tipos de socialización en diferentes culturas y analizar la posible correlación con dichas habilidades.

Es posible que, desde que se empezaron a investigar en las sociedades occidentales, las posibles diferencias cognitivas hayan «disminuido» por la reducción de la desigualdad de género, una socialización más equilibrada y el mayor acceso de las mujeres a la formación superior y por la mejora de los métodos de investigación. Es decir, por el control de las variables contextuales (socioculturales), frente a la asunción de las variables biológicas como determinantes. Quedó a la luz que lo que parecía evidente, especialmente para determinadas instituciones, no era más que un artefacto cultural al servicio del control, la discriminación y el abuso.

Por otro lado, desde un punto de vista moral, y más de 60 años después de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no existe ninguna razón que justifique la discriminación, el abuso o la violencia entre personas, independientemente de las diferencias, del tipo que sean, que haya entre ellas.

 Sin embargo, hay ejemplares humanos e, incluso, instituciones que, motivadas por el control social, se resisten a la evolución y se abrazan a los prejuicios, incapaces de un ejercicio de honestidad intelectual. Y si hay prejuicios hacia la mujer, no digamos ya hacia quienes, siendo mujer u hombre, no se ajustan a la conducta heterosexual tradicional. 

El que un jerarca de la Iglesia católica, paradigma de institución discriminatoria, nos advierta de que no podemos quedarnos parados frente a la ideología de género si queremos evitar el fin de la humanidad, es una muestra de reacción atávica a todo aquello que cuestione el orden establecido, que no natural.

El arzobispo Cañizares vaticina el Apocalipsis basándose en prejuicios, desde más allá de la ignorancia, mientras el astrofísico Hawking lo hace aludiendo a un pecado -la codicia- y a la estupidez. Sospecho que no es casual.

¿Y la próxima semana?.

La próxima semana hablaremos del gobierno.

PD: escribí este artículo hace bastantes días pero no lo envié al periódico hasta pocas horas después de la matanza de Orlando, en EEUU. Un país en el que uno de los candidatos a la presidencia se crece alimentando el desprecio a todo lo que no sea hombre, blanco y heterosexual. Un personaje que, desgraciadamente, avala la tesis de Hawking sobre el fin de la civilización.