27 jun 2016 . Actualizado a las 14:53 h.

Hace veinte años que tengo derecho a voto y nunca había vivido una noche electoral tan amarga como la del 26J. Todas las ilusiones, todas las esperanzas, todos los anhelos se han ido al traste. Ha sido un golpe tan inesperado como doloroso y quienes creemos en la necesidad de un cambio profundo en este país estamos hoy un poco más tristes que ayer.

Aún es pronto para hacer un análisis pormenorizado de los resultados pero ya hay elementos de juicio que parecen evidentes. Los resultados del referéndum sobre el Brexit, inexplicablemente celebrados por una parte de la izquierda patria, han sido la gasolina que ha incendiado el discurso del miedo que los adversarios de Unidos Podemos han sabido manejar de forma inteligente durante la campaña. La forma de reaccionar de Unidos Podemos no fue probablemente la más hábil, si bien es cierto que no hubo tiempo suficiente para darle la vuelta al discurso del miedo. Y aunque sería injusto explicar el desastre por el Brexit, fue sin duda una inesperada piedra en el camino que no se ha sabido sortear.

Hay ya voces dentro de Unidos Podemos que critican la estrategia de Íñigo Errejón como director de campaña. Dicen que ha sido una campaña de perfil bajo, muy alejada de la contundencia del 20D. Yo creo que aún no estamos en condiciones de valorar si efectivamente ha sido así y habrá que analizar los resultados circunscripción por circunscripción, incluso colegio por colegio, para sacar enseñanzas de cara al futuro. A menos de 24 horas de las elecciones, las críticas de Juan Carlos Monedero son un ejemplo de falta de lealtad y de revanchismo que hacen un flaco favor a Pablo Iglesias y los suyos. Y esperemos que la debacle no sirva para echar tierra sobre la confluencia con IU que, a pesar de los resultados, ha sido el elemento más positivo de estas segundas elecciones.

De lo que no cabe ninguna duda es de que las expectativas fueron demasiado altas y eso ha provocado que la caída sea aún más dolorosa. Las encuestas, todas, se han equivocado de un modo muy sorprendente en unas elecciones en las que, a diferencia del 20D, había un recuerdo de voto reciente. Ni siquiera las encuestas a pie de urna, con menos cocina que los sondeos durante la campaña, se han acercado a los resultados. Y todos creímos que era posible el sorpasso; incluso un gobierno presidido por Pablo Iglesias. Parecía que estaba al alcance de la mano. El contraste de las expectativas con la realidad ha provocado que el golpe, por inesperado, sea aún más doloroso.

Por su parte, Pedro Sánchez ha salido reforzado en contra de todo pronóstico y a pesar de haber perdido cinco diputados. Y, curiosamente, Susana Díaz, que ya se veía liderando el PSOE, ha sufrido un duro golpe tras perder las elecciones en Andalucía, un tradicional feudo socialista que en esta ocasión cae del lado del PP. Está por ver como gestionarán los socialistas los resultados y si facilitarán un nuevo gobierno de Rajoy, lo que sería poco menos que un suicidio para un partido socialista que se ha revelado más sólido de lo que muchos creíamos. Que hayan salvado los muebles no puede hacerles perder la perspectiva de que han tenido los peores resultados de su historia desde 1978. Y seguirán teniendo el aliento de Unidos Podemos en la nuca.

En cuanto al Partido Popular, todos dábamos por descontada su victoria. Lo que nadie pudo predecir es que lograría 14 diputados más después de todos los escándalos de corrupción que tiene sobre sus espaldas. Un resultado que dice mucho de la escasa cultura democrática que tenemos en este país, donde nadie paga por sus desmanes. Todo parece indicar que nos quedan por delante cuatro años más de gobierno conservador, con el consiguiente deterioro en el terreno de las políticas sociales. Bien es cierto que tendrá que negociar cada ley y que sentirá la amenaza de una moción de censura muy presente durante esta próxima legislatura. Pero eso no es consuelo para unos resultados que amenazan al ya de por si exiguo Estado de Bienestar que tenemos.

Estas elecciones han supuesto el primer mazazo para las aspiraciones de cambio en España. Quizás nos sirva para aprender una lección importante. Llevábamos dos años celebrando resultados electorales que auguraban un verdadero cambio en este país. Hoy nos hemos despertado con la primera decepción y con una sensación de derrota que tardaremos en digerir. Que al menos nos sirva para seguir luchando, con más empeño aún, por una España más democrática, más justa y más humana.