Erdogan el Caníbal

OPINIÓN

19 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Erdogan es un megalómano que, desde hace tiempo, se viene adueñando de Turquía. Dueño es, y profeta, de quienes odian y envidian en proporciones parecidas a Occidente, y con el Corán abierto y las mujeres domesticadas en la interpretación fóbica de sus cuerpos, Erdogan está saqueado su país (el palacio Presidencial que ordenó construir en Ankara emula al de Topkapi del sultán Mehmed II en Estambul; la riqueza acumulada por él y sus hijos, y sus ministros, y sus allegados, escandalosa, y los jueces y policías que lo investigaron, destituidos o encarcelados), jibarizando las instituciones políticas y aboliendo, de facto, el Estado de Derecho. Y, ahora, tras el golpe militar fracasado, él ya no disimula su naturaleza, ya se presenta y actúa tal cual es, como Erdogan el Caníbal.

Desde que en 1923, con el Imperio Otomano disuelto tras la Gran Guerra, Kemal Atatürk recompusiese el país por medio de una república y unas reformas tomadas de Europa, Turquía emprendió la senda del laicismo, cerrando el libro sagrado y abriendo el constitucional. Yo, que aborrezco las sonadas militares, hacía una excepción con Turquía; su Ejército fue garante, en general, del legado de Atatürk, hasta Erdogan. Persiguió y purgó a los oficiales, y también al poder Judicial, y también a los laicos y pro occidentales, a todo aquel que obstaculizara su proyecto anti democrático, camuflado en el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que tiene el apoyo mayoritario de la inmensa Turquía agraria y analfabeta, de islamistas más o menos visibles y de algunos millones de recompensados y adláteres. Una amalgama de intereses económico-políticos y socio-religiosos que tienen un enemigo que aplastar: los intelectuales, los profesores, los periodistas, la juventud que da la espalda a la opresión de Oriente y las minorías, tal es el caso de los kurdos.

Y Recep Tayyip Erdogan acaba de recibir un regalo celestial, la intentona golpista. En las cárceles ya estaba la disidencia más atrevida; ahora, rebosará, y rebosarán los torturados y los ejecutados. La multitud, enajenada, está linchando en las calles, denunciando, pateando, acuchillando, cuan ejército privado del Caníbal, eufórico él, y prepotente: se atrevió a retar a EEUU exigiendo la devolución de su archienemigo Fetulá Gülen e insinuando que Obama planeó la intentona. De vivir las circunstancias de Hitler, atacaría al Mundo.

Subido a tribunas improvisadas, desde las mezquitas, estos días está arengando a sus tropas paramilitares para que exterminen a los infieles, a los traidores a la patria, y, entre aclamación y aclamación a este déspota, las gargantas le piden que restaure la pena de muerte para los enemigos del Estado, o sea, para los enemigos del nuevo profeta Erdogan y su (viejísima y espantosa) nueva fe. Más que simbólica es la toma por estas hordas de la plaza de Taksim, el lugar de encuentro de la oposición al régimen. Los golpistas han calculado muy mal sus fuerzas y le han dado carta blanca al Caníbal. Aupado por la masa reaccionaria, infinitamente peor y más dañina que el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Erdogan solo ha empezado la purga a lo Stalin, con cerca de tres mil jueces y fiscales y un número mayor de militares descabezados. Turquía es, pues, más suya que nunca y, él, está poniendo al rojo vivo su cocina para freír a muchos más. Turquía se aleja del Bósforo, navegando hacia levante en las negras aguas del Mar Negro, que ya van tomando la tonalidad del Mar Rojo y la función del Mar Muerto.