04 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

1. No se me ocurre en este momento un término mejor que el de hemorragia para definir, aunque sea provisional y genéricamente, la deconstrucción del dificultoso y extenuante tejido intelectual hecho por los hombres durante siglos. Rasgar, deshacer la red de ingentes ideas razonables, solo está al alcance de un singular cártel con la capacidad de inocular el ácido más corrosivo y sustituir el tejido evaporado por otro que rodee el globo terráqueo y lo hipermercantilice, desencadenando ferocidades y horrores extremos. Esta hemorragia de la razón ya anega la bondad, incluso la lástima, y no hay posibilidad alguna de resurrección. Ninguna.

2. El centro de Italia volvió a padecer el combate feroz que mantienen ab initio las placas continentales por hacerse con el territorio del submundo cuando viajan a la deriva por el mar turbulento del manto y se encentran. Son como dos ejércitos que luchan sobre la corteza terrestre para ampliar sus patrias. La patria siempre conduce a la violencia, al exterminio del otro. Amatrice y alrededores fueron los últimos damnificados, los últimos en padecer las acometidas de las gigantescas placas en movimiento, y las casas se vinieron abajo, pero no todas. Las de los constructores, no. Los constructores construyen casas de papel para los demás. En todas partes es así. En todas partes roban en materiales, y en esto y en aquello. El de constructor es uno de esos gremios en el que la única condición que se exige para entrar es ser corrupto. Si alguien me dijera que en Amatrice, o en L’Aquila antes, alguno de sus hogares se cayó, le contestaría que fue porque ese constructor se robó a sí mismo.

3. Mientras a uno no le lleguen las aguas fecales, la vida puede continuar sin más porque la representación de lo externo se hace desde la mismidad, pero no desde una mismidad como «acto» (Sartre) o como «yo en el mundo» (Heidegger), sino como individualismo narcisista. El vórtice del huracán post racional acaba de arrancar de cuajo la comunidad del ser entre otros seres. El giro hacia lo digital es tan solo el primer soplo recibido del huracán, que nos transportará más allá todavía; y sin que se sepa exactamente hasta dónde, es seguro que el hombre dejará de ser el hombre que ha sido. Este devenir no es ni bueno ni malo, sencillamente es, y desde este es, lo que importa sobre cualquier otra consideración es que las aguas sucias no manchen los zapatos del yo: yo soy sujeto y objeto, anverso y reverso, cara y cruz, Dios y Satanás. Escrito en pasiva: tú no eres ya ni sujeto ni objeto; o: tú eres más repugnante que las aguas fecales.

4. Un Estado que consiente que se firmen contratos laborales de ocho minutos es un Estado tan repulsivo como el yo-mismidad. Les separa el número, el número de damnificados, pero la distancia es menor de la esperada. El Estado, fijémonos en el español, ha devuelto a la realidad a millones de personas. Este verano: miríadas de sujetos desvalidos sirviendo a sujetos validos con la vara alzada de los carroñeros del turismo. Las plusvalías, rebanadas a los cuerpos y las mentes de los desvalidos, es el fin, o cómo Maquiavelo se adjetiva: maquiavélico.

5. La descomposición fulgurante de las Ideas de Bien, de Razón, de Humanismo, de Sensatez, es el mayor prodigio de la Historia Universal. Ni la Revolución neolítica y francesa, ni la Grecia Clásica y el Renacimiento- Ilustración, ni Newton y Einstein, ni Fidias y Picasso, ni Homero y Borges, ni Kant y Marx, nada, nada ni nadie ha podido contener la lobotomía global. El neurocirujano se dio a conocer con el pseudónimo de Revolución Industrial; luego se cambió el nombre y el apellido: Civilización Capitalista; ahora, con el Mundo gritando que le corten las conexiones prefrontales, se des-vela sin rubor: me llamo 1984 (homenajeo a Orwell). Y el Mundo ya no tiene más remedio que dar sentido al siniestro sinsentido, porque solo de este modo se encuentra lo que con desespero se busca: el sentido.