«¡QUÉ HOSTIA ?!»

Enrique del Teso
Enrique del Teso REDACCIÓN

OPINIÓN

17 sep 2016 . Actualizado a las 09:20 h.

«Te duelen mis riñones / y yo tengo fríos tus pies / [?] Tú tienes cicatrices / allí donde yo tuve herida». Cantados por Georges Moustaki, desde luego, estos versos son de amor. Probemos con nuestras propias palabras y nuestra propia voz. Se arrepienten y avergüenzan de la inmundicia y ofensa del PP quienes no lo votan. Donde dejan cicatrices y desgaste las mentiras y deshonra del PP es en los demás partidos: parece que sin la música y acentos de Moustaki esto no suena a amor. Igual que todo el mundo cada primero de enero se empeña en imaginar que el tabaco, la obesidad y la ignorancia del inglés quedaron atrás y que el nuevo año entra limpio de viejas limitaciones, así puede parecer que varios millones de españoles se empeñan en creer que cada infamia del PP es pasada y es la última, que la suciedad queda atrás como un mal traspié. Curiosamente los que se hartan de la política y los políticos son los que no votaron a los delincuentes. Los que se convencen de que nada ni nadie va a cambiar esto son los que no votan al PP. Sorprendentemente, Bárcenas o Rita Barberá acaban siendo un molde en el que los que no votan al PP acaban viendo la forma de aquellos a los que sí votaron. Cuanto más sepamos de Rita o Jaume Matas, más indicios de ser igual que ellos verán los votantes de Unidos Podemos en los líderes a los que apoyaron o más sonoro será el carpetazo al PSOE que tantos antiguos votantes le dieron. Los que votaron al PP, sin embargo, de lo que se hartan es del ruido y la furia, quieren tranquilidad. Y, conocedores de su clientela, los dirigentes del PP, con toda su TVE y toda la prensa en papel para repetir el mensaje con todas sus variantes y acentos, lo que pregonan es mirar hacia delante y hacia lo que importa, siembran el miedo al ruido y la furia y se sientan a esperar tranquilamente que sus rivales hagan ruido y aúllen furia.

El PP nunca se pareció más a España que cuando una abatida Rita Barberá dijo aquello de «¡qué hostia!», mientras sentía con razón que su existencia se tambaleaba. Rascada por los votantes la costra del poder, lo que había debajo era todo b, todo impronunciable, todo ilegal. Qué hostia para un país con más deuda que producción que se le ponga ante sus ojos cómo lo saquearon en Valencia, cómo le robaba Pujol, qué impunidad sentían en Andalucía los señores de los EREs que ni precauciones tomaban, qué desenfreno en el pillaje de Madrid y tantos otros. Quizá la primera hostia que sacudió y despertó al país fue aquella rotura de cadera en Botswana que hizo caer de culo al Rey, a la familia real, a la Monarquía y al relato entero de la Transición y convirtió el cuadro de Antonio López en un sarcasmo. Y qué hostia comprobar que, donde más organizado y persistente fue el delito (Valencia, Madrid, Andalucía, ?) más firme es el apoyo al partido delincuente de turno, en lo que parece una estructura caciquil en blanco y negro.

Es difícil saber cuál es la salida a todo esto, pero es fácil cuáles han de ser algunos ingredientes. Uno esencial es la firmeza y radicalidad en los mínimos que definen las buenas prácticas en política. No se puede poner en el Gobierno, por ningún pragmatismo, a un partido culpable de graves delitos continuados que da señales inequívocas de no ceder nada en sus prácticas. Separaron a Soria del Banco Mundial y a Rita del partido como el juglar decía que el Cid se separaba de su mujer e hijas: como la uña se separa de la carne, a la fuerza y a regañadientes. La insistencia de la prensa en papel en que el PSOE «deje gobernar» al PP se explica por su ideología, por sus intereses y sobre todo por las deudas y deudores de esa prensa. El batiburrillo interno del PSOE, esas voces desafinadas que llegan desde la tierra y crianza de los EREs diciendo quién y con cuánto hay que gobernar, o ese ataque de defensa a la libertad de expresión de todo el que pida que gobierne el PP, esa barahúnda y estrépito de presiones y dimes y diretes de líderes de ayer y hoy, todo ese follón sólo es efecto de la historia de estas últimas décadas del PSOE. De tanto pragmatismo y tanto gato que cace ratones, sea blanco o negro, el PSOE fue en todas direcciones, en lo ideológico, en lo territorial y en lo moral. Hoy es una masa sin forma y muy necesitada de tomarla, como toman forma las cosas: tallando y asumiendo que quedarán virutas fuera.

El PSOE y Podemos se convencieron a fuego de que el otro estaba a punto de desaparecer. El PSOE cree que Podemos es un suflé que se deshinchará en cualquier momento y no entiende que no puede llegar a ninguna parte sin él. Podemos cree que de forma automática y natural el PSOE seguirá el curso del PASOK, porque ese el curso natural de la historia. Hoy por hoy, Podemos tampoco puede llegar a ninguna parte sin el PSOE. El PSOE quiere abrazarse a C’s porque es el espacio que le deja la presión mediática y los intereses de algún viejo líder. Pero toda la firmeza de C’s es hacia el nacionalismo y Podemos. Quieren limpieza, pero ahí son pragmáticos u obligados: tienen que aguantar al PP aunque se desboque. C’s fue el cortafuegos eficaz de Podemos que auparon ciertos medios de comunicación, cuando Podemos asustaba en las encuestas y crecía líquido rodeando a los demás partidos y entrando por sus fisuras. C’s fue el dique que lo confinó en la izquierda y tuvo mucho que ver en que las prácticas de los morados tuvieran referencias más reconocibles en la política convencional. El papel de contener a Podemos lo recuerda siempre que puede Rivera. El PSOE pierde el tiempo esperando que baje el suflé o buscando un hilo entre Podemos y quien tiene su razón de ser y su apoyo vertical en parar a Podemos. Y que el PSOE colabore con tabuizar a los nacionalistas no hace más que alimentar ese miedo al ruido y la furia que hace impenetrable al PP y que le arranca a él jirones de votos en cada elección.

No hay más volantazo posible que el que se dio en Madrid, Valencia u Oviedo. Es poco probable que Pedro Sánchez pueda formar gobierno, aunque no imposible. Lo que sí puede hacer es que las piezas del tablero lleguen colocadas de otra manera en caso de nuevas elecciones. Que fracase un intento de gobierno de izquierdas tendría mucho valor en el supuesto de elecciones y en el supuesto de que el PP se entienda con el PNV y gobierne. Y tendría mucho valor para lo fundamental: para que Rita, Griñán y demás cofradías tengan motivos cada día para exclamar abatidos «¡qué hostia!», pero que dejen de parecerse a España cuando lo digan.