Tiempo de mercaderes

OPINIÓN

19 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El llamado establishment  inunda y ahoga toda esperanza de cambio. Como muy bien reflejaba Owen Jones en su libro, este sistema político-económico  lo toca todo hasta el punto de que empieza a  ser un impedimento real para la democracia. Los grupos de poder llevan actuando como auténticos desalmados en su afán por adelgazar el Estado. En otras palabras, aquella expresión de una diputada del PP «que se jodan» es la consigna bajo la que han  gobernado y gobiernan. Ya se sabe que cuánto más adelgaza  el Estado, más engordan los especuladores  y la  decadencia de las instituciones. El poder político, financiero y los dueños de los grandes medios de comunicación, han optado por navegar juntos a la derecha, lanzando  al agua a todo aquel que ose pronunciarse sobre la locura del mundo y de sus amos.

Han preferido adentrarse  en mar abierto y competir por el botín, venga de México, Arabia Saudí o de Sudán.  Ahora son otros tiempos, y  la torre de Babel nunca fue tan codiciada. Una de las grandes verdades reveladas en esta crisis es la defensa a ultranza que,  esos dueños de la  libertad de expresión, hacen del establishment, y es que forman parte del mismo, han ayudado a crearlo, sostenerlo y harán lo que sea con tal de seguir beneficiándose de un sistema basado en la relación del poder del dinero. La democracia fue y es usada por algunos como mera coartada. Coartada para  mitificar a falsos héroes, crear necesidades inexistentes abrazando la cultura del pelotazo, y como ya demostraron, pueden ser persuasivos promocionándola  en páginas a todo color de magazines vinculados a la prensa más seria que, con el tiempo, se volvieron más papel cuché.

Otra vez la maquinaria vuelve a ser engrasada y lejos de haber aprendido la lección de por qué hemos llegado a tocar fondo en esta crisis y quiénes la crearon, de nuevo hay quién se frota las manos esperando asaltar los mercados, inflar burbujas ya sean inmobiliarias, turísticas o sanitarias. Y por supuesto ahí entran ellos, narrando las hazañas del héroe, lo  listo que es uno por llevarse al bolsillo millones de euros en una operación de compra-venta. Hay informativos que resaltan como gran noticia del día, la lista Forbes de los más ricos en el planeta, y la presentadora, con entusiasmo casi febril, relata  quién va en el número uno, quién adelanta a quién, como si de una carrera de F1 se tratase, y todo con el  único objetivo de comprobar que, un año más, sus fortunas siguen creciendo. Y en ese ensamblaje de reality  o telerrealidad que lo impregna todo, nos sirven imágenes de ciudades destruidas, niños atacados con armas químicas que se mueren ante nuestros ojos y refugiados de los que ya no se habla. Pienso cuántos de esa lista de millonarios amontonan dólares gracias a la guerra de Siria, de otras guerras y de tantas penalidades.

Con el rastro de destrucción y muerte, todavía en las retinas,  aparece la «diosa» publicidad para mostrarnos sin pudor casoplones  en los que cabría un barrio entero, con piscinas kilométricas de un azul turquesa que  no están hechas a medida humana, pero el slogan vende toneladas de  libertad envasada al vacío, muy del gusto de  los tiempos que corren, tan favorables para cretinos y mercaderes.