Por qué vamos a otras (malditas) elecciones

OPINIÓN

27 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Alguien con quien trabajé una vez me dijo que la motivación no existe. Después de reflexionar y considerar, algo perplejo, la afirmación desde varios ángulos, llegué a dos conclusiones: una, que el personaje en cuestión no tenía ni remota idea de motivar a su gente y por lo tanto descartaba como inútil una herramienta que no sabía usar, y dos, que se trataba de otra estupidez de las que uno tiene que escuchar a lo largo de su vida. Porque precisamente la motivación es lo único que lleva a actuar a las personas como lo que deben ser. Lo demás son necesidades básicas y huellas de ADN, nada interesante, vaya.

Habría que preguntarse, por tanto, que motiva a los protagonistas de nuestro panorama político de ceguera histérica, de parálisis en un bucle de intereses contrapuestos. Me puedo imaginar que a Rajoy y por extensión a los dinosaurios del PP les motiva aferrarse a un orden, y en algunos casos a un jugoso beneficio «black», que ya no existe. Una pata cortada que sigue picando como si estuviera ahí. Si es cierto aquello que se dice de que la verdadera patria es la infancia, Rajoy espera que vuelvan los tiempos en que era el mejor de la clase, el más repeinado, el favorito de la maestra. Cuando Rato era el mejor ministro de Economía y Aznar no había creado la burbuja inmobiliaria. El retorno de las mayorías absolutas mientras la oposición se convierte en una jauría que se devora a sí misma. Esto último igual se cumple; lo otro, ni de globo.

A Pedro Sánchez, como jugador de baloncesto, le empuja la ambición de los deportistas de apostar y apostar a ver si de alguna manera gana. La satisfacción de vencer aunque sea a la quinta y fuera de tiempo. Una ambición líquida, abstracta y un tanto infantil. Lo malo es que esa compulsión ludópata está quemando al PSOE a una velocidad alarmante y tiene toda la pinta de hacer una pira con él mismo. Hay un montón de manos con cerillas encendidas que se van a quemar las propias ropas.

Sospecho que Pablo Iglesias está motivado por el narcisismo intelectual crónico de la izquierda española. El fuerte olor a alcanfor de ideas que, aún siendo de verdad modernas y muchas de ellas incluso honradas, tienen más años que el Charlestón y están mezcladas en igual proporción con fantasías incumplibles y tontunas. Iglesias habla y le gusta oírse, se pone a sí mismo, se cree en posesión de la verdad y en circunstancias normales sería la cabeza de un partidín de los de «La vida de Brian». Pero ha tenido la suerte de aparecer en un momento de cabreo catedralicio de los españoles, agobiados por la crisis y el mangoneo; no lo puede creer. Es muy probable que la ola no dure, y en cero coma el culazo en el suelo de Podemos puede ser tremendo.  

Me parece que las motivaciones del líder de Ciudadanos, Albert Rivera, que en lugar de elegir candidatos hace cástings de becarios, son bastante básicas. Fama, poder, puede que dinero, banalidad en fin. Poca fibra política, creo. Por lo errático de la trayectoria, parece que Rivera podría haberse adscrito a casi cualquier partido; lo que le interesaba era dejar de ser del montón de la clase media burguesa catalana: puede que la especie más aburrida del mundo, ahora alarmada por la metamorfosis de su derecha nacionalista y cristiana hacia sabe dios qué. Y lo que es aún peor, junto a sabe dios quién.

Resulta obvio que no hay dos motivaciones iguales, como no hay dos políticos iguales. Y entre todas ellas, por definición, no figura el deseo de servir a los demás y hacer lo correcto por encima de los propios deseos. Simplemente no está en ese diccionario. Así que mientras no cambien las personas, iremos a otras aburridísimas elecciones generales.