La caída de la utopía socialista. De Felipe González a Javier Fernández

OPINIÓN

04 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Felipe González abrió los ventanales de par en par y el frío glacial nos despertó de la utopía de los ideales socialistas más elevados. La socialdemocracia sueca de los años setenta y ochenta del siglo pasado, que antes había hecho lo propio, estaba demostrando que este cambio ideológico estaba siendo capaz de contener la vorágine del capitalismo sin que este se disgustase seriamente, al menos como lo estaba con el comunismo. Y en una España postfranquista, el PSOE de Felipe González renunció al marxismo, adoptó el sistema nórdico y vivimos ocho o diez años prodigiosos. Pero llegábamos tarde. Justo en la década de los ochenta, británicos y estadounidenses, Thatcher y Reagan, iban demoliendo en último muro de la sociedad del bienestar, que cayó más o menos a la par que el muro de Berlín. La última utopía socialista, de bajo vuelo, estaba siendo abatida.

El capitalismo no tiene grandes contradicciones, y aquí estoy negando a Marx, porque sus principios básicos, la universalidad y el beneficio, se corresponden bastante fielmente con las estructuras neuronales de nuestros cerebros, y de las crisis humanitarias que desencadena cíclicamente, sale siempre revitalizado y dando una vuelta de tuerca más. Por eso, en esta segunda década del siglo XXI, los moderados principios de igualdad, libertad y fraternidad que tanto bien hicieron a quienes siguieron el modelo sueco, se ven como salidos del Precámbrico. La teoría política del control ciudadano y la teoría económica de las plusvalías se han convertido en dogmas de fe, pero no ya para sus mentores y beneficiarios, sino para el pueblo, una vez amansado, reseteado y procedido al implante de los nuevos valores del humanismo que, en resumen, son la antítesis de los antiguos y caducos que intentaron regir las vidas de las personas durante los 2.500 años últimos.

Ante estos nuevos valores, el PSOE tenía que reaccionar, pero aceptándolos, no rechazándolos, a no ser que quisiera ser repudiado más todavía por los electores, una vez perdidos algunos millones de ellos desde 2011. Esta reaccionaria reacción, la del sector denominado crítico, que acaba de desplazar a Pedro Sánchez, contó sin embargo con un precedente, que es donde yo encuentro la explicación primera al fusilamiento de los pedristas y de la versión felipista moderada del socialismo. Fue el propio Felipe González y parte de la vieja guardia socialista, recibidos con entusiasmo y acomodados por el Capital, quienes apostataron de la socialdemocracia junto con el medio de comunicación más influyente, El País, y el todopoderoso grupo mediático que lo incluye, Prisa, así como intelectuales tenidos de izquierdas. Como botón de muestra, el último artículo del historiador, sociólogo y politólogo Santos Juliá que, bajo el título Crisis, caída y escisión del PSOE, juzga y condena a Sánchez con el argumento de que en política, «el no nunca es no», en referencia, como ustedes muy bien saben, a la negativa del exlíder socialista a abstenerse en la segunda y última votación para investir a Mariano Rajoy como presidente. Este argumento es, por así decir, la capitulación de cualquiera movimiento que pretenda reformar, sea mínimamente, la continuidad de una agresión intolerable hacia los individuos desahuciados, de tal manera que, con este mandamiento, no habría habido asalto a la Bastilla ni movimiento feminista. 

Lo que trato de exponer es que las tesis capitalistas han germinado en políticos e intelectuales que hasta hace poco tiempo estaban comprometidos con un modo de producción menos agresivo que el que había antes de la Segunda Guerra Mundial y que, a cambio, permitió al Capital gobernar de hecho nuestras vidas. Pero en los últimos treinta y tantos años el Capital, totalitario y codicioso, ha roto ese pacto no escrito, reintegración a los productores a su condición de mercancía. La elección de Pedro Sánchez hace dos años como secretario general del PSOE fue una impostura no prevista por esa acomodada vieja guardia, y los inesperados episodios, y estoy pensando en la irrupción de Podemos (la nueva socialdemocracia que para los periódicos influyentes y cátedras universitarias son una versión más del estalinismo) y en los resultados electorales de diciembre del 2015 y junio del 2016, les vino como agua de mayo para guillotinar a Pedro Sánchez y a los suyos. 

¿Quién es Javier Fernández, elegido por los golpistas para reconstruir el PSE (es imposible, de querer ser honestos, mantenerle la O) y cuál es su misión? Trabajé un tiempo con él y sé algo acerca de él. Como su consejero, y por respeto hacia mí mismo, no voy a desvelar detalles, aunque sí estoy en condiciones de sostener que no ha de estar contento con su nombramiento provisional al frente del partido. Y ello es así porque él quisiera enarbolar la O que ahora tiene que podar. Si Javier Fernández fue el elegido es, justamente, por tender hacia la justicia, en su significado más amplio, y el consenso, porque uno de los temores de los críticos es que surja otra versión socialista que reduciría la formación a la complexión de Ciudadanos. Un segundo temor, aún mayor, es el trasvase de afiliados a Podemos, porque el de votos es inevitable. Estas son las razones del protagonismo no deseado por Javier Fernández que se le ha conferido. Fernández tiene, cuando menos, tres ideas claras: frenar la hemorragia del PSE, que no haya unas terceras elecciones generales y que el partido no se someta al chantaje del nacionalismo catalán. El nuevo responsable socialista antepone a Rajoy a un referéndum en Cataluña, desde luego, porque tiene una concepción federal del Estado.

No obstante, ¿cómo podrá salir inmaculado dejando gobernar de nuevo al PP, encarnación del neoliberalismo? No podrá, y la mayoría de la militancia lo repudiará, y su larga carrera política, con más haberes que deberes, será recordada por haber suplantado a Sánchez e investido a Rajoy. Esta aporía es la causa, por ejemplo, de que haya caído en el absurdo cuando ayer distinguió entre «el apoyo y la abstención» a que el PP siga en La Moncloa, porque huelga pronunciar una frase oracional que es semánticamente diáfana. Es una perogrullada decir que «no es igual una noche oscura que una noche de luna llena».

De lo que no debe caber duda es de que Javier Fernández no es un títere de Susana Díaz y otros barones anti pedristas. Está con ellos porque no admite, ante todo, el diálogo con el nacionalismo radical; porque por su humildad y sensibilidad social, se distancia de ellos. Hace dieciséis años escribí un artículo para el diario La Nueva España que titulé JF, el pacificador, donde valoré que era la persona adecuada para serenar un socialismo asturiano convulso, y cumplió con el cometido. Ahora, con el socialismo español en llamas, Javier Fernández es un bombero voluntarioso al que le niegan los recursos suficientes para apagar el fuego que consume la última utopía, la socialdemocracia; pero es el más capacitado para que, en el futuro, el PSE se incline de tanto en tanto a recoger la O de obrero, aunque sea una O más simbólica que real, porque cualesquiera de las formas de socialismo que se pretendan desarrollar serán extinguidas por un Mundo que ha cerrado definitivamente el libro de la solidaridad, como están haciendo en este tiempo los países nórdicos, donde se incubó la socialdemocracia y se está certificando su defunción.