No queremos más superhéroes

OPINIÓN

01 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Concluido el periodo de calentamiento escolar, podríamos decir que el curso se encuentra en su apogeo. Es por ello que, durante este periodo se acentúa un fenómeno que resulta inherente a la sociedad del bienestar... la sobreprotección. El excesivo celo que algunos padres exhiben con sus hijos, se ve reforzado por una suerte de circunstancias que afecta periódicamente a nuestros sufridos peques y tiene que ver con la intensificación de las tareas escolares, la profusión de actividades extraescolares e incluso, - por qué no -, con el peso de la mochila. Si a estos pormenores sumamos el esfuerzo paterno para planificar comidas, adaptarse a horarios y satisfacer todos los deberes familiares para con los hijos, el resultado es que muchos de esos resignados progenitores comienzan a desplegar sus escudos protectores, quizás como analgésico ante la angustia que les causa ver a sus hijos sufriendo el estrés de la vida diaria.

Por todo lo anterior creo que es oportuno tratar este tema precisamente ahora. En esta sociedad de los derechos del niño, de los movimientos pro-infancia y del ultra-respeto a la figura del menor resulta casi intolerable o cuanto menos políticamente incorrecto decir que los niños tienen que sufrir, - sí sufrir y también frustrarse - porque estos sentimientos son aspectos consustanciales del desarrollo y del crecimiento humano. No puede haber maduración sin un aprendizaje despojado de amarguras, disgustos o sinsabores. La experiencia se nutre más de los errores que de los aciertos, por ello todo el que pretende ejercer de educador, ya sea en forma de maestro, tutor, consejero, papa, mama, coach, o como quiera llamarlo, tiene la obligación moral de «taparse los ojos» a sabiendas que los primeros vuelos acabarán inevitablemente en un gran batacazo.

Realizada esta grave reflexión que en realidad es la vida misma... - No tema no quiero filosofar más - . Me gustaría denunciar a esos padres y madres que se anticipan tanto al riesgo, que no dejan que el niño se equivoque. Cierto es que hay trances por los que ningún pequeño debería pasar, pero no me refiero a esas hipotéticas y fatales circunstancias, me refiero a los pequeños incidentes del día a día, esos acontecimientos que son necesarios para que el niño aprenda a usar las herramientas necesarias para afrontar sus propios problemas. En algún lugar he leído algunas metáforas muy agudas para describir estas realidades: «padres helicóptero», «mamás agenda», «papás guardaespaldas», «niños burbuja»,... a mí me gusta usar el término «superhéroes» porque describe a esos padres que además de patrullar sin descanso sacan pecho y se sienten orgullosos de sus intervenciones salvadoras. Pues estos paladines deberían saber que a pesar de sus loables intenciones están haciendo un flaco favor a sus hijos. No son pocos los estudios que tratan de las nefastas consecuencias de los estilos educativos sobreprotectores: bajo autoconcepto, incapacidad para tomar decisiones, tendencias al pesimismo, depresión, ansiedad, pocas habilidades sociales y posiblemente de adultos, ser personas con gran dependencia emocional, lo que se traduce en problemas de pareja.

Admito que cuesta reconocer estas actitudes disfuncionales porque vivimos en la época del miedo, del alarmismo, de los airbag, los Isofix, las cremas protectoras, las vacunas, los tapa enchufes y las chinchoneras, ¿no es verdad que antes veíamos más niños escayolados?, ¿dónde se han quedado las rodillas teñidas de Mercromina? (Por cierto desaconsejada por los facultativos). No me malinterprete, hoy en día los menores están más seguros que nunca... y eso es bueno, pero lo verdaderamente preocupante es que muchos padres no son capaces de reconocer que se están equivocando y que sus estilos educativos influirán en la personalidad y en los patrones de conducta de su hijo desde muy pronto, y por desgracia de forma más virulenta a partir de la adolescencia. Los adultos tienen la obligación de proteger a sus hijos pero también de dar esa necesaria autonomía para formar a personas independientes y resolutivas.