2016. Anna Karénina

OPINIÓN

06 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Reflexiona Anna Karénina: «Todos nos detestamos, los unos a los otros... Así va el mundo... ¿Para qué esas iglesias, esas campanas, esas mentiras? Ese quiere mi camisa y yo la suya... La lucha por la vida y el odio, único sentimiento que me une a los hombres... ¿No nos han traído a este mundo para aborrecernos y atormentarnos los unos a los otros?».

Hace más de un cuarto de siglo que leí Anna Karénina de Lev Tolstói, cuando se escribía León Tolstoi y Ana Karenina. Era una edición de Bruguera que mi madre tenía y que me regaló. Hace poco compré la edición de Cátedra de 2013 y me quedé atolondrado una vez acabada su lectura, trabajada y anotada, para que me aprovechara y, de paso, para que a ustedes también les aproveche, si no la han degustado todavía, a través de algunos párrafos que entresaqué y que ahora les sirvo. Atolondrado es una forma de llamar la atención, naturalmente, porque ya nada me coge desarmado, pero sí me quedé como en-cantado y suspendido en el tiempo, un tiempo atemporal, como si Tolstói hubiese escrito este magno libro pensando en 2016, y no solo en 1877. En realidad no tiene año, fotografía al hombre en cualquier época pasada, presente y futura, como se aprecia en la reflexión de Anna del primer párrafo y como se apreciará en los sucesivos.

«Para su hermano [de Lievin, uno de los protagonistas], el campo era un antídoto contra la corrupción de la ciudad».

«Porque en sus encuentros con Vronski [que luego sería su amante], Anna limitaba siempre la impresión real a la impresión puramente imaginaria que él le provocaba».

«Es insoportable -dijo Vronski--. El príncipe no sale ganando cuando se le conoce. Podría compararlo a uno de esos animales bien nutridos que obtienen premios en las exposiciones».  

«Reconocía Kiti [prometida de Vronski y abandonada por éste en favor de Anna, esposa de Karenin y madre de un niño] que se engañaba a sí misma pensando que podría ser lo que hubiera deseado ser».

«(...), cuya realidad percibía solo a través del prisma deformador de su particular ambiente».

«En la alta sociedad de Peterburgo, se conocen y mantienen amigables relaciones mutuas. Sin embargo, por cerrado que sea el círculo, tiene también sus divisiones?; [Anna] los conocía a todos ahora, como se conoce a la gente en una pequeña ciudad de provincia. Sabía sus rarezas y sus debilidades, sus simpatías y sus antipatías, dónde les apretaba el zapato, a quién y qué motivos debía cada uno de ellos a su posición? Le parecía que allí todos eran dados al arte del disimulo y el fingimiento».

«Hay en el mundo tanta maldad y tanto sufrimiento [habla Anna] que estoy abatida... Empiezo a cansarme de luchar inútilmente por la verdad y me invade el desaliento».

«La mayoría de las damas jóvenes que envidiaban a Anna y estaban cansadas de que se hablara tan favorablemente de ella y se la calificase como mujer irreprochable, sentían una íntima satisfacción al ver que no se habían equivocado en su particular juicio sobre ella, y solo esperaban la sanción pública para llenarla de oprobio [Tolstói se refiere a la infidelidad que estaba cometiendo Anna, amante de Vronski]; tenían ya preparado el barro que lanzarían sobre Anna cuando llegase el momento».

Le dice Lievin, en buena medida el alter ego de Tolstói, a su interlocutor: « (...), pero pienso en el fondo que todo lo que vive es como un moho que ha crecido sobre este minúsculo planeta, que nuestros proyectos, nuestras ideas, obras y aspiraciones por grandiosos que a nosotros puedan parecernos, no son más que minúsculos granos de arena».

«En cuanto a Vronski, a pesar de la realización de sus más caros deseos [entre ellos, seducir a Anna Karénina], no se sentía totalmente feliz. Eterno error de los que creen hallar la felicidad en el cumplimiento de todos sus caprichos. No poseía más que algunas partículas de aquella inmensa felicidad soñada por él. Los primeros tiempos que siguieron a su unión con Anna y a vestir el traje civil, sintió el atractivo de la libertad en general, que antes no conocía, y de la libertad en el amor, y fue feliz, pero por poco tiempo: la añoranza..., y confundió caprichos pasajeros con aspiraciones elevadas».

Karenin: «En mi opinión, como el sueldo no es otra cosas que el precio de una mercancía, debe estar sometido a la ley de la oferta y de la demanda».

Tolstói, a propósito de la amargura que invadía a Karenin tras ser abandonado por su esposa Anna y, además, notar la burla y el gozo que ello proporcionaba a su círculo: «Si hubiera atraído sobre sí el desprecio de sus semejantes con una conducta reprensible, habría podido esperar que una conducta mejor le devolviera su estima. Pero como no era más que un desgraciado -de una desgracia vergonzosa, execrable--, la gente se mostraba más implacable a medida que se intensificaban sus sufrimientos. Serían capaces de aplastarle, como los perros destrozan a dentelladas al compañero de jauría que, herido, aúlla de dolor».