Lágrimas de robot (Tres wikifábulas morales obsolescentes)

OPINIÓN

06 nov 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Minerva X es un robot con apariencia femenina diseñado por el Profesor J?z? Kabuto y cuyos planos roba el Doctor Infierno, quien finalmente la construye en superacero porque no posee aleación Z. Cuenta con los mismos poderes que Mazinger Z, pero la característica principal de Minerva X es un misterioso circuito, diseñado por J?z?, cuyo poder es desconocido para el Doctor Infierno. Cuando Minerva se aproxima a Mazinger para destruirlo, el Doctor Infierno pierde el control del robot, Minerva X se sobrecalienta, llora y se desmaya. Todo ello sucede porque ese circuito secreto sirve para sincronizar a Mazinger y a Minerva, para llamadas de alarma entre sus ordenadores de abordo convirtiéndolos en aliados; gracias a su programación esta no puede atacarlo. Sin embargo, puesto que ha sido construida con superacero y no con aleación Z, no puede soportar las poderosas ondas que emite Mazinger, se sobrecalienta y expulsa refrigerante por los ojos, provocando la ilusión de que llora. Un robot que llora por el amor imposible hacia Mazinger Z. El futuro ya está aquí.

Y en este futuro, cobra todo el mundo. Cobra el cantante que afirma «En mi mente y en mi corazón no está que me den el Premio Nobel». Cobra el premio Nobel que posa ufano en las revistas y en las barreras de las plazas de toros de provincias postulando que la cultura se ha convertido en espectáculo (ya había escrito sobre la civilización del espectáculo). Bisbal es el cobrador del frac, es miembro de la Cobradía de los Triunfadores, es un cobra de la pradera. Mario no se casa con nadie mientras solo toma chocolate que contenga al menos un setenta por ciento de cacao. Mario es neo, es liberal, es visitador, sabe cuándo va a empezar la guerra del fin del mundo. Aquí todo el mundo cobra, como Stallone, el brazo fuerte de la ley. Cobra el que besa, cobra la española, que cuando besa es que besa de verdad, cobra el del escorzo, cobra el escocido, el madrileño, el del gallito, la del iuros livin a selebreision, cobra la bella y cobra la bestia. Cobra en naranjas de la china na, china na. Cobra la venenosa, cobra la que lapida y la de la familia Elapidae, cobra la que se queda y la que es del género Naja. Cobra de anteojos y veneno neurotóxico. Aquí cobra todo el mundo. Menos Bigote Arrocet, a quien la Campos le ha echado de casa y le ha obligado a mudarse, como una serpiente, a un pisito de soltero. Piticlín, piticlín.

Y mientras, una niña de doce años muerte en el hospital después de unos días en coma a causa del alcohol. Ha sido en un pueblo del norte de Madrid. Es igual el lugar, el norte y el sur. Doce años, un descampado, una botella de vodka y otra de ron. A palo seco el alcohol y el grupo. En Halloween. Los hosteleros consienten, permiten, animan, promocionan, favorecen, y hacen la vista gorda. Los dueños de tiendas pequeñas, colmados de barrio sin escrúpulos, no preguntan. Las dependientas de los supermercados no se meten en líos con sus supervisoras, con sus encargadas, y no pierden ni un segundo en confirmar la edad de los compradores. Los ayuntamientos cobardes y guays y cool y monocolores o tripartitos de izquierda no prohíben, no regulan, porque no es su estilo y porque el ambiente da vida a la ciudad durante las fiestas: aconsejan no paternalmente, eso sí, sobre el consumo moderado y responsable del alcohol. Educan, dicen. Porque no pasa nada, dicen. Es lo normal. Y aquí la tercera wikifábula moral obsolescente: Si estaba algo bebido soltaba barbaridades que a él le parecían muy ingeniosas porque, desde siempre, la caterva de cafres que le acompañaban en el bar le había reído esas gracias y se las habían jaleado con toses expectorantes, palmadas en la barra y abundante aparato eléctrico, como las tormentas. En condiciones normales, la mayoría de aquellas sandeces no habrían generado una respuesta jocosa por parte de un público normal, pero con unas copas servían para entretener a aquella bandada de chimpancés salidos, a aquella tribu violenta de hooligans de diario. Una mañana de domingo cualquiera, abotargado a causa del vermú blanco demasiado adornado con ginebra barata, alguien dirá una frase: «Matar tunos debería convertirse en deporte olímpico». Y los demás reirán. Y el que lo dice es él. Uno cualquiera. Mientras otro le cobra.