Qué es y a quién sirve la opinión pública

OPINIÓN

05 nov 2016 . Actualizado a las 10:33 h.

La disyuntiva planteada por Sartori, entre una opinión pública entendida como «lo que piensa la gente», y otra entendida como «lo que dictan y agendan los medios de comunicación», cobra especial importancia en España, donde, acostumbrados a fusionar tan antagónicas variables, tenemos la sensación de que los votantes estamos completamente despistados y el Gobierno absolutamente solo. El relato del último año -por usar la cursi expresión que permite crear historias al margen de la realidad- nos hace pensar que la gente vota lo mismo que odia, y que, tanto en la calle como en el Parlamento, nadie quiere ser identificado con las ideas y los hechos que al final salen victoriosos. Por eso cabe comparar la política española con una Olimpiada que le entregase las medallas a los que pierden y la bolsa a los que ganan; o como una oposición a notarías que premia a los analfabetos mientras arroja al paro a Cicerón y Justiniano.

A los medios de comunicación que pronosticaron el derrumbe de un Rajoy caracterizado como pasota y torpón, y el ascenso del populismo, y las habilidades de Sánchez, y el hundimiento del sistema de la transición, no les pareció bien que el recién investido presidente, en vez de hacer un Gobierno a la medida de sus mantenidas quimeras, o de una oposición fragmentada y delirante, reforzase con sencilla habilidad y equilibrio las claves del Ejecutivo que salió vivo de la crisis. A esos mismos medios, que ahora le reprochan a Sánchez las mismas maniobras que antes jalearon, o los mismos chalaneos con separatistas e independentistas que antes denominaban diálogo transversal, les disgusta que Rajoy no tenga ministros idóneos para adular a Puigdemont, o para poner fin a la consolidación fiscal en un populista sarao amenizado por la jazz band Deuda e imprenta a todo meter.

Y así se explica que a cualquier atento seguidor de la actualidad, que haya picado en diferentes mercados, se le haya pegado la amarga sensación de que, tras haber investido presidente al que no quieren los españoles -como dijo Homs-, tenemos que soportar un Gobierno estrafalario pensado solo para que chinchemos, para no dialogar y para favorecer a los ricos, mientras sigue viva la convicción de que, si fuesen necesarias nuevas elecciones, solo el PP saldría favorecido.

A esto se le llama esquizofrenia. Y no vendría mal que, como colectivo democrático que somos, nos lo hiciésemos mirar. Aunque la receta se la puedo firmar yo sin cobrarle nada: si cree que más allá de Rajoy todo es alharaca, división y populismo, dígalo con libertad, y siga votando lo mismo que votó las tres últimas veces. Porque ese simple gesto puede librarnos de la peste de opinatitis esquizofrénica que padecemos, y que nos impide beneficiarnos del sistema que nos protegió -sin quiebras- durante cuatro décadas prodigiosas.