09 nov 2016 . Actualizado a las 18:32 h.

Hace unos meses me quedé sin tabaco. Era domingo y, con los estancos cerrados, donde lo compro, entré en un café que sabía que tenía una máquina expendedora. Lo sabía porque entraba en él, aunque ya no lo hacía porque la luz era insuficiente para mis ojos de lector y de escribidor. Saqué la cajetilla de Ducados y, al disponerme a salir, me percaté del periódico que estaba en el mostrador, y me acerqué y miré la portada. Sin tiempo para abrirlo, la mujer que atendía el local vino y me espetó que no podía leerlo porque no «había consumido». Respondí un tanto azorado que ella acababa de accionar el mando a distancia de la máquina para poder yo introducir los cuatro euros y algunos céntimos y que me escupiera el paquete, a lo que replicó que eso «no era consumir». Me fui sin exponerle mi enfado porque supe que yo era para ella un cliente; o sea, alguien que contribuye a que el establecimiento, que le da de comer, no cierre. Esta suposición reposa sobre el contundente hecho de que ese café, que cuenta con pocos clientes, no tiene asegurado el futuro.

El miedo es un atributo primario que poseen los seres vivos para continuar vivos. El miedo exacerbado, en cambio, es un atributo cultural propio de los hombres. Este tipo particular de miedo ha depositado muchos votos en las urnas a favor de Donald Trump. Sin embargo, al lado de esta motivación, o atravesándola en vertical o en diagonal, paralela o adyacente, o pendiendo de algún modo de ella, otras motivaciones le han dado la presidencia. Según el criterio que manejo aquí, el peligro a que se les hurte el pan no es suficiente. Los estadounidenses que han querido que les lidere Trump, estuvieron (están) también, y sobremanera, en la creencia del lujurioso mito de que la sobreabundancia es el camino del bienestar, y que no están dispuestos a que se la arrebaten. EEUU no quiere a los latinoamericanos, que serán los primeros en ser acosados; no quiere a los descendientes de los africanos traídos como esclavos, lo que supondrá, con Trump, que los asesinatos de negros por la policía, en ascenso en los dos últimos años, sean solo la antesala de la reedición del Ku Klux Klan; no quiere a nadie que no tenga de piel blanca deslumbrante, de dorados cabellos, de claros ojos y de unas creencia religiosas y nacionalistas fundamentalistas, amén de un espíritu capitalista furibundo, hasta sus últimas consecuencias: la muerte del otro, el que, además, es indefectiblemente inferior.

Pero no se detendrá la América de Trump en la violencia del extraño a sus valores, porque la suma de racismo, puritanismo y economía predatoria arroja siempre el mismo resultado: el exterminio. Y este renovado paradigma insuflará energía a la xenofobia que ha empezado a recorrer a Europa, desde el Brexit de las islas al otro lado del canal de La Mancha a Hungría, de Polonia a Austria, de Rusia a China. Las dictaduras se legitimarán, especialmente las de apariencia democrática. Las extremas derechas bailarán y beberán champán. El radicalismo islámico, por contradicho, se hará más radical y sumará más adeptos. Moscú plantará su bota de acero donde hasta ahora la OTAN se lo impedía: Ucrania y los Países Bálticos temblarán. Un tsunami de horror recorrerá el planeta.

El primer biógrafo de Hitler, Konrad Heiden, escribió en 1944 que «la gente sueña y un adivino les cuenta lo que están soñando». Las maneras marciales de Adolf Hitler y sus milicias sedujeron a los alemanes de los años treinta del siglo XX porque les pareció que eran garantía de un orden social que les llevaría tanto el crecimiento económico como a la amputación de la ideología comunista, sin percatarse de que derivaban hacia otra ideología igual de obscena y canalla. Incluso cuando tantos que respaldaron a los nazis cayeron en la cuenta del error, se abstuvieron de rectificar y callaron ante las atrocidades que se cometían contra los obreros y partidos de izquierdas y, muy particular y cruelmente, contra los judíos. Es lo que acaba de pasar en las elecciones yanquis. ¿Cuántos, aun siendo conscientes de lo que es Trump, un republicano odiado y despreciado por varios de los líderes de su propia formación, le votaron? Creemos que millones; los millones que giran la cabeza hacia la derecha si la felonía se comete a su izquierda, y al revés; los millones que anteponen sus holgadas y vacías existencias a las penalidades que están seguros padecerán esos otros. Esta amoralidad, este colapso de la conciencia, es lo que nos ha hecho titular este artículo El Cuarto Reich. La Historia no es sino una sucesión cíclica de pautas estructurales idénticas en el fondo y bastante semejantes en la forma. Los votantes de Trump son masas de soldaditos, batidos previamente en lavadoras, espoleados por los eslóganes ridículos del más ridículo de las familias de la élite, Donald Trump. El drama es que tanta ridiculez tiene ahora todo el poder, todo el poder para hacer el mal, y hacerlo desde un púlpito de telepredicador, tan del gusto de los gringos, y en este tiempo, online. Trump encarna a un mesías que trae la buena nueva: lo peor del luteranismo y lo peor del Estado-Imperio, que no es otra cosa que la política de la fe. La fe da esperanza. Yo no tengo fe, pero sí esperanza, esperanza en que alguien, en un país donde llevar armas y usarlas es tan corriente como atiborrarse los estómagos de azúcares y grasas, le descerraje la suya en su cabeza. Entretanto esta nave espacial que llamamos Tierra estará comandada de hoy en adelante por dos megalómanos a añadir a la lista histórica: Trump y Putin.