¿Qué hay de Trump en nosotros?

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

10 nov 2016 . Actualizado a las 08:00 h.

Por qué la victoria de Donald Trump nos incomoda tanto? ¿Por qué sentimos que ha sucedido algo diferente, irreversible y de consecuencias impredecibles? ¿A qué se debe este desasosiego general que huele a otros anteriores, como si un viento gélido hubiera recorrido el mundo anticipando una catástrofe? Hay quien, en esta hora, reproduce el escalofrío que sintieron el 31 de enero de 1933 las personas que intuyeron de qué materia estaba hecho aquel Adolf Hitler que acababa de ser nombrado canciller por un senil Hindenburg con el torpe e inútil propósito de desactivarlo. Nunca antes tantas veces ha sido recordada la cabriola democrática de la que se valió el nazismo para encaramarse al poder. Por eso esta gesta de Trump, este movimiento que ha triunfado en los bordes del sistema -solo uno gran periódico lo apoyó, frente a los 53 abiertamente favorables a Clinton- nos coloca a todos frente a un espejo en el que hay que empezar a mirarse, pues el de Trump es solo el último toque de corneta de un movimiento global en el que las viejas mayorías se sienten hoy tan atosigadas como lo hacían antes la mayor parte de las minorías. ¿Qué está pasando en las sociedades más orgullosas del planeta, en aquellos lugares instalados en la superioridad ética, civilizaciones soberbias y convencidas de proyectar la mejor versión posible de sí mismas? ¿Por qué en Inglaterra, en EE.UU., en Francia, en Austria, Dinamarca o Alemania millones de personas desconfían de un tejido institucional al que ven como una caperuza que les quita el aliento?

A todas esas preguntas habrá que empezar a responder aunque a estas horas un ventarrón de vergüenza recorre el mundo. Porque aunque busquemos en la victoria de Trump la dolorosa expiación de los graves pecados que ha cometido este capitalismo de última hora, mendaz, oportunista y desigual, aunque la hemorragia del voto demócrata -diez millones menos que el primer Obama- nos indique que en realidad fue Hillary la que perdió, hay un hecho que nos provoca un desagradable respingo interno: hay cincuenta millones de estadounidenses, criados como sus abuelos en democracia, a los que no les incomoda el racismo, ni la xenofobia, ni el machismo, ni sus salvajes diez mandamientos que encabeza: «Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos». Nuestra angustia viene de intuir que hay algo de Trump dentro de nosotros, que todos podemos ser racistas o que lo es nuestro hermano o nuestro querido vecino. Que solo se necesita contexto y circunstancias para que ese ciudadano sabio que siempre acierta cuando vota se equivoque de forma tan dolorosa.