La victoria de Trump vista desde España

OPINIÓN

10 nov 2016 . Actualizado a las 08:00 h.

La progresía española -mediática, intelectual, artística, académica, contraria a la identidad española y devota de todas las otras, y más afecta a la felicidad del presupuesto que a la del esfuerzo-, está convencida de que el pueblo español, si vota por un cambio genérico, acierta y está maduro, mientras que el pueblo americano, cuando vota por «su» cambio, en dirección opuesta, solo demuestra infantilismo, ignorancia, alienación y populismo. Porque, para nuestros progresistas y abaixofirmantes, el pueblo solo tiene caletre cuando, en vez de pensar en sus sueños y tribulaciones, se traga a pies juntillas los relatos que le sirven las élites, y cuando, a base de usar lenguajes y pensamientos correctos, priorizan las estéticas de oposición sobre la cruda realidad de las cosas.

Nuestros progresistas también creen que las excursiones por fuera del sistema -que ponen en solfa nuestra cultura política y las formas económicas y sociales en las que estamos instalados-, solo son peligrosas si, como en el caso de Trump, vienen de la derecha; pero que en nada afectan al orden y a la estabilidad política cuando, por estar untadas de izquierda, construyen aquelarres populistas, independentistas, antieuropeístas y anticapitalistas en nombre de la indignación popular. Por eso creen que la victoria de Trump es un abismo para América y el mundo. Por eso afirman que los Estados Unidos, que tienen del mismo lado al presidente y a las dos Cámaras, son ingobernables. Por eso creen que el sistema tiene pesos y contrapesos para frenar a Clinton o a Obama, pero que está totalmente indefenso frente a un tipo con tupé amarillo que ganó sus elecciones vociferando contra el establishment.

A mí no me gusta Trump. Pero no quiero negarle al pueblo americano su inalienable derecho a equivocarse, ni interpretar esta batalla en términos de buenos y malos, ni decir que Trump -basto, rufián, populista y provocador- no ganó unas elecciones ejemplarmente libres y saturadas de complejos controles. Por mi concepción de la política y del mundo soy uno de los grandes derrotados por Trump. Y creo que su victoria aventa los brotes de antipolítica, nacionalismo de Estado y militarismo orgánico del republicano Bush. Pero no me parece justo invocar un falso elitismo europeísta para devaluar su hazaña, o para situar en ella el origen de los viveros de populismo que brotan en la Unión Europea como las setas.

El sistema no es de derechas ni de izquierdas, y no vale creer que cuestionándolo desde un lado se destruye, mientras desde el otro se refuerza. Vivimos en un mundo al que le gusta hacer equilibrios sobre la cuerda floja. Y no tiene sentido lamentarse cuando uno de los saltimbanquis, en vez de esnafrarse, llega sano y salvo a la otra orilla. Porque el circo tiene sus normas y, si se entra en la carpa, hay que respetarlas.