El diálogo, la nueva Purga Benito

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

23 nov 2016 . Actualizado a las 08:33 h.

El Gobierno de Rajoy ya tiene su palabra mágica: diálogo. Viaja Sáenz de Santamaría a Cataluña, y la lleva en su cartera. Habla el nuevo delegado del Gobierno en esa comunidad, y es su vocablo de referencia. Comparece la ministra de Empleo y Seguridad Social en el Congreso de los Diputados para dibujar el futuro de las pensiones, y parece que se van a resolver con diálogo. No hay cargo público alto, mediano o bajo que no llegue a su puesto invocando lo mismo. Empiezo a imaginar a Dolores de Cospedal arengando a las tropas con una invitación a dialogar, cuando antes se les ordenaba disciplina. E incluso no descarto que Cristóbal Montoro, el eficacísimo ministro de Hacienda, deje de decir aquello de «hay que pagar» y establezca una conversación con los contribuyentes para que la contribución sea voluntaria, generosa, voluntariamente se aumente y no sea preciso revisar los impuestos sobre el tabaco, el alcohol y las bebidas azucaradas para que el Estado recaude más.

Es como si los señores ministros, portavoces y demás agentes del discurso oficial hubieran descubierto de pronto el diálogo como fórmula mágica de gobernación. Es como si la ausencia de esa práctica durante los últimos cinco años hubiese sido la causa de todos los males y ahora se resolvieran todos solo con invocarla. Es la versión actualizada del abracadabra que, al pronunciarla, hará que se abran por ensalmo los brazos de los políticos aviesos y hará que huyan despavoridos aquellos demonios familiares de nuestra tradición política y los malos espíritus de la convivencia. Es la Purga Benito que lo curaba todo antes y después de inventarse la penicilina. Y es el concepto que sucede al talante de Rodríguez Zapatero, que dio, entre otros frutos, el de la Alianza de Civilizaciones.

En los periódicos no destaca mucho, porque los periódicos, insensibles a la nueva medicina, lo publican en letra pequeña. Pero en radio y televisión, sobre todo en los telediarios de La Primera, suena con una cadencia admirable. Es aparecer un ministro y ¡zas! te suelta un dialogazo que te deja con ganas de ir a confesarte: «Padre, me acuso de haber dialogado poco esta mañana». Después haces cuentas y descubres que el remedio no está mal. Al no requerir demasiado esfuerzo para colocarlo en el discurso y en las declaraciones, al servidor público le quedan intactas todas las energías para dedicarse a gobernar. No supone aumento de gasto, porque prometer diálogo, e incluso practicarlo, es de las pocas actividades que todavía salen gratis. Después veremos si sirve para que los empresarios creen empleo, para que los socialistas apoyen los Presupuestos, o para que los catalanes renuncien al referendo. Pero ese es otro cantar.