¡Viva Andalucía libre y republicana!

OPINIÓN

26 nov 2016 . Actualizado a las 10:40 h.

En la medida en que puede decirse que Galicia, Euskadi o Cataluña son naciones, Andalucía también lo es. Y me parece interesante que Teresa Rodríguez, coordinadora regional de Podemos, haya afirmado el pasado domingo que Andalucía es «un pueblo que tiene aspiraciones políticas», y que «de alguna manera también es nación». Es posible, aunque muy discutible, que Andalucía no tenga lengua nacional. Pero en ese estúpido sentido de «lengua propia» tampoco la tienen Austria y Suiza, Estados Unidos y Canadá, Brasil y México, Argentina y Chile, y no creo que sea oportuno preguntarnos si son naciones o no, o si el formar parte de la OTAN y la ONU depende más de un informe filológico que de disponer de armas nucleares y escudos de misiles.

Digamos además que, para paliar su carencia lingüística, la nación andaluza se integró en las coronas de Aragón y Castilla entre las últimas y por la fuerza de la guerra, y mucho más tarde que Cataluña, Galicia y Euskadi, que entraron de grado y por casorios en tiempos casi olvidados. Y no dejemos de reflexionar en que la Andalucía nación conserva diferencias étnicas, antropológicas y culturales respecto de Madrid que para sí quisieran los daneses, los franceses, los catalanes, los gallegos y los vascos. Por eso debemos convenir que, puestos a fundar nuevos Estados libres, nadie le puede negar tan espeluznante derecho a Andalucía, aunque su reivindicación nacional se haya retrasado un poco respecto a las de Cataluña, Euskadi, el Kosovo y la Illa de Arousa, que ya tuvo presidente en 1931. La nación es una esencia sagrada e inmortal, que surge del volkgeist de los pueblos escogidos (con perdón). Y no creo que tales derechos puedan caducar porque Teresa Rodríguez no haya nacido antes que Jordi Pujol o Xabier Arzalluz.

Tengo que confesar, sin embargo, que mi interés por la nación andaluza carece de fundamentos étnicos y providenciales. Y que mi admiración por Teresa solo surge al pensar que si todas las comunidades y ciudades de España de España se proclaman naciones, y buscan más heroínas como Teresa y Forcadell, podríamos conseguir que la batalla que no hemos podido ganar por la razón, la historia, la política y el derecho, la ganemos por el espantoso ridículo que podemos montar, en cuyos remolinos se ahogarían para siempre los Indíbiles y Mandonios del siglo XXI. Si España va a ser una nación de naciones, ¿por qué limitar el censo a una o dos trapalladas tribales? ¡Hagamos 100 o 200 naciones y repúblicas! ¡Fletemos un Jumbo para ir a las reuniones de la OTAN! ¡Entremos en el libro de los récords por tener 299 constituciones y no por hacer tortillas más grandes! Porque la gloria de la raza bien lo merece. Y porque cuando pongamos todas las banderas en el Congreso de los Diputados parecerá -¡por fin!- lo que queremos que sea: una gran gasolinera.