El dios de la bondad sobre la Moncloa

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

02 dic 2016 . Actualizado a las 08:49 h.

El dios de las buenas intenciones se ha parado sobre la Moncloa y derrama rayos de bondad, generosidad, comprensión y capacidad de entendimiento sobre sus inquilinos y visitantes. El presidente está de un cortés impropio de sus antecedentes, cuando la mayoría absoluta. La vicepresidenta se reúne con la Comisión Constitucional del Congreso y parece imbuida del don de la benevolencia, hasta el punto de aceptar lo que siempre se negó, que es la reforma de la Constitución. Los ministros van por los pasillos «sus gracias derramando», luchando por demostrar quién es el más simpático y cercano: el CIS lo va a tener difícil para establecer el ránking de popularidad de los miembros del consejo, sobre todo ahora que no está José Ignacio Wert para ser el último de la fila. Este no es mi Gobierno, que me lo han cambiado, lamenta el chófer de un coche oficial, mientras espera la llegada del señorito al que sirve.

En la calle Génova ocurre algo parecido: los habitantes del edificio saludan con abrazos y parabienes. Se muestran accesibles a los periodistas. Ponen por delante que no están bien informados porque tienen muchos frentes abiertos, pero son una delicia de proximidad. Ante los parlamentarios de otros partidos es frecuente el «tenemos que hablar» y el «a ver si me llamas». Ante los del PSOE, ni les cuento: parecen colegas de toda la vida que jamás se han insultado. Diríase que una nube de cordialidad envuelve los escenarios políticos como si hubiésemos cambiado de país. Solo hay un poco más de recelo ante Podemos y los independentistas, porque algún adversario hay que tener.

Y algún lector preguntará: «Oiga, periodista, ¿no decía usted ayer que hay un conflicto constitucional a la vista?». Sí, señor, y por eso me sorprende tanto que, habiendo ese asomo de conflicto, el Gobierno y sus miembros se muestren tan afables y tan dispuestos a corregirse. Mi explicación es que estamos en época de celo y la fauna del Partido Popular anda en busca de pareja para procrear una legislatura larga y compleja. Seducir al PSOE sería precisamente la forma de romper la alianza opositora que intenta echar abajo las reformas más emblemáticas de Rajoy.

Conquistar el voto socialista para los Presupuestos o los pactos es el sueño dorado del presidente. Recordemos que Rajoy siempre ofreció a los socialistas formar un Gobierno de coalición, aunque fuese con Pedro Sánchez de vicepresidente. Si ahora logra su apoyo, tendría los mismos efectos, pero sin necesidad de repartir carteras de ministros: un escenario de ensoñación. Lo único que Rajoy tiene que repartir son gestos como el salario mínimo. A ver lo que dura: cuatro años o cuatro días. Pueden ser cuatro años, porque ambos se necesitan una barbaridad.