Trueba, reválidas y pacto por la educación

OPINIÓN

03 dic 2016 . Actualizado a las 08:21 h.

Hace unos días El País publicó un artículo muy divertido en el que se daban consejos para parecer inteligente en una reunión. Uno de ellos era decir seriamente alguna obviedad, del tipo: «tenemos que centrar los esfuerzos en las prioridades». Con la misma táctica, quien quiera parecer inteligente hablando de educación tiene que decir obviedades como que España necesita «un gran pacto por la educación» (y centrar los esfuerzos en las prioridades, supongo). Y todo el mundo quiere parecer inteligente hablando de educación.

Lo único real que hay en los actuales aires de pacto por la educación es lo que tienen de obvio y, por tanto, de vacuo. Es decir, nada. No hay nada en el contexto político y social que haga pensar que estamos ante una verdadera empresa nacional. El propio ministro de educación es seguramente la única persona que nunca quiso parecer inteligente hablando de educación. Llegó al ministerio retirando el cuadro de Unamuno y diciendo que no sabía mucho de educación, pero que sus secretarios eran unos hachas. Es cierto que el Gobierno deja sin efecto las reválidas, que son la espina más superficial de la LOMCE porque es la que primero y de manera más inmediata pincha y daña. Pero sólo es una espina. Y su derogación no es señal de que alguien quiera un gran acuerdo. Es señal de abandono. Wert y Gomendio hicieron un estropicio insuperable, a sus anchas y sin templanzas: en el Parlamento mayoría absoluta y al Gobierno de la educación sólo le importaba recortar gastos y los intereses de la Iglesia. Se fueron a sus canonjías europeas y dejaron una de las leyes más denostadas de la democracia como flotando y sin que nadie quiera ni derogarla ni batirse el cobre por aplicarla. La supresión de las reválidas es más apatía y desinterés por la educación que aires de apertura y ganas de entendimiento.

Aunque no tenga relación con la enseñanza, el boicot a Trueba dice mucho del contexto en el que se pretende ese acuerdo. No importa si el fracaso de su película se debe a que sea mediocre y ni siquiera importa si el boicot fue real. Lo que importa, y eso sí fue real, es el arrebato de ultraje y dolor patrio porque el cineasta dijera no sentir la españolidad en sus venas «ni cinco minutos». El nombre de la nación y sus símbolos no se usan hacia fuera como una forma de afirmación identitaria orgullosa, ni como expresión de unidad interna. Se usan hacia dentro como una forma de exclusión y como un límite de la discusión racional. Se dice alto y fuerte «España» para señalar españoles y excluirlos. Lo expresó de manera insuperable Ronald Reagan en su debate contra el candidato demócrata W. Mondale: «se ha ido usted tan a la izquierda que se ha salido del país». La Constitución, la bandera, la defensa frente al terrorismo o el nombre de España se gritan y se sobreactúan para ahorrarse el razonamiento y atribuirse una legitimidad natural y dogmática. Así se pretende excluir y prohibir porque sí.

Esto viene a propósito porque hay una tendencia a entender que España es el PP, C’s y el PSOE (versión Susana Díaz, mousse de socialismo con la consistencia del papel bajo el agua). Los demás, Unidos Podemos y nacionalismos varios, son «los otros», los salvajes de Juego de Tronos. Todo indica que un acuerdo entre el PSOE deconstruido, PP y C’s sería considerado como «un gran acuerdo nacional». Los disconformes estarían tan fuera del país como Mondale y no sería necesario razonar, sólo protegerse de ellos. Ya en la creación de esa comisión para el Gran Acuerdo se abstuvieron Podemos y los nacionalistas. El gran acuerdo nacional engloba sólo a los españoles propiamente dichos.

Hay decisiones de Estado que tomar sobre la educación y no se ve que lleguen siquiera a ser planteadas en esta versión jíbara de España que se adivina. Recordemos algunas:

-En esta legislatura se despidió a una media de un profesor por hora. Se subieron tasas y desaparecieron becas. Ningún pacto debe firmarse sin un compromiso de recapitalización de la educación.

-Debe establecerse con criterio la relación entre la enseñanza y el sistema productivo. De los estudios de los bancos y de la estupidez sólo se deduce que la enseñanza debe formar especialistas de usar y tirar, a golpe de demanda empresarial. El papel de la enseñanza media, sin embargo, es dotar a los sujetos de capacidades de adaptación a situaciones complejas y a niveles superiores de formación. En la enseñanza media no puede tener un papel central la economía (ni el derecho civil o los rudimentos de cirugía). Y sí la filosofía.

-El sistema debe evitar segregaciones tempranas. La segregación por rendimiento académico es injusta socialmente, porque relega a los alumnos con peor apoyo familiar, los de clase baja, e injusta individualmente, porque niega oportunidades a quien pierde el ritmo; es ineficiente, porque el país saca más competencia de toda su población que sólo de una parte; y es dañina, porque desagrega socialmente a la población y crea guetos.

·-La presencia de la Iglesia en la educación tiene que ser la que resulte congruente con la Constitución y las prioridades de un pacto realmente nacional. La concertación de centros está produciendo esa segregación que el sistema debe evitar. Está además introduciendo desregulación en el sistema, es decir, situaciones de hecho que se apartan de las previsiones del derecho. Que además se legalice la cesión gratuita de suelo público para levantar centros privados concertados es sencillamente un escándalo y suelo fértil para nuevas corruptelas. Todo esto se discutiría con calma si no fuera la Iglesia la dueña de esa enseñanza concertada y el PP no tuviera un interés ideológico espurio en asegurar su influencia. Ningún pacto educativo puede estar lastrado por obligaciones previas con la Iglesia. Expresiones como «rémora laicista» o «laicismo radical» son vacías y de intención antidemocrática. El laicismo no es una ideología, sino una de las condiciones para que una sociedad sea democrática.

-La «competencia» entre centros también llevará a una mayor segregación, porque supone concentrar recursos en unos centros y castigar a otros. Todo lo que sea competir les suena a eficiencia a los bobos neoliberales y a los bobos a secas. En Finlandia los centros forman redes cooperativas y en EEUU hay universidades que forman redes de ese tipo con excelentes resultados.

-La estructura de la enseñanza tiene que encajar en una estructura del Estado estable, cualquier que esta sea. Siempre es una mala señal que los partidos nacionalistas no formen parte del pacto.

Los aires de pacto huelen mal. No eran sólo las reválidas. No hay nada que indique que va a haber un esfuerzo económico que repare el desastre del PP, ni hay un cuerpo de reflexión sobre el papel de la enseñanza y sus objetivos La jerarquía que se da a los intereses de la Iglesia es tal, que es el mayor obstáculo para llegar a un acuerdo nacional. La presencia del PSOE no nivela la balanza para prever un resultado equilibrado, pero no porque sus ideas no sean válidas. El problema del PSOE no son sus ideas, sino el bajísimo compromiso que tiene con ellas y su poca disposición a entrar en conflicto por ellas. Un mal entendido pragmatismo le lleva a considerar radical todo lo que haga ruido, y siempre hay más ruido rozando con la Iglesia que con la izquierda. Por eso, el PSOE roza más con su izquierda. Y por eso, ese pacto de España Minor estaría abocado a ser sustituido por otro. Sin la izquierda y los nacionalistas España está incompleta y ningún pacto por la educación será un gran pacto por la educación.