Las dos caras de Podemos

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

13 dic 2016 . Actualizado a las 08:51 h.

En Podemos, como en la testa del dios Jano, hay esculpidas dos caras. La primera, de rictus duro y agresivo; la segunda, de semblante más amable y conciliador. Comenzaron a perfilarse el día en que Pablo Iglesias mentó el «pasado de cal viva» de Felipe González e Íñigo Errejón, su vecino de escaño, torció el gesto en mueca desaprobatoria. Desde entonces, dicen las crónicas y parecen confirmar los tuits que se intercambian, ambos andan a la greña. Aparentemente sostienen una batalla feroz por el poder interno, causante ya de algunas bajas entre sus respectivas huestes, pero yo no estoy nada convencido de que la guerra sea cruenta. Incluso me pregunto si el conflicto no será un ardid, montado adrede por Iglesias y Errejón, para atraerse al votante de centro-izquierda sin defraudar al indignado de izquierda-izquierda.

Jano no es un dios menor de la mitología romana. Inventó la navegación, la agricultura y el dinero. Dios de los comienzos -el mes de xaneiro lleva su nombre- y de los finales, su doble cara resulta políticamente útil para cautivar al moderado y seducir al radical. Un partido que aspira a gobernar no puede limitarse a lanzar el anzuelo en los esquilmados caladeros de la izquierda más extrema: necesita ampliar la zona de pesca que cae a su derecha. Y el doble liderazgo facilita la expansión de Podemos sin decepcionar a las bases primigenias. Mientras Pablo Iglesias mantiene erguida la pancarta de los cabreados con el sistema, Íñigo Errejón explora nuevos territorios, se permite hablar de la «centralidad del tablero» y cuestiona la vieja dicotomía entre derecha e izquierda. Si ambos acordaron el reparto de sus respectivos papeles, vaya usted a saber. Pero parecer lo parece.

Esto del poli bueno y del poli malo, fórmula de probada eficacia en los interrogatorios a los detenidos, tampoco es algo nuevo en la política española ni en el seno de la izquierda. Los que ya tenemos cierta edad recordamos el tándem formado por Felipe González y Alfonso Guerra, de impecable y exitoso funcionamiento mientras duró. Felipistas y guerristas convivieron, se pelearon y se reforzaron mutuamente durante la etapa de mayor esplendor del PSOE. Pero nadie consiguió explicar todavía, de forma fehaciente, qué diferencias ideológicas los separaban. Si alguna había.

Tampoco hoy se observan discrepancias ideológicas de calado entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, por más que el primero abrace las tesis posmarxistas y populistas de Laclau y el segundo se declare amante de Gramsci. Ni siquiera defienden un modelo de partido distinto. Solo las formas, fundamentales en política, los distinguen. Y el papel que, aposta o no, desempeñan en este momento. A Iglesias le corresponde la misión de alimentar la llama del movimiento 15-M en cuyo seno se engendró Podemos y evitar deserciones. A Errejón, la función de succionar los votantes que el barco a la deriva del PSOE va dejando por su popa como triste estela.