El espectáculo de la humillación desnuda

OPINIÓN

18 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Nunca como ahora las Víctimas Necesarias estuvieron expuestas a un espectáculo de dimensión global y tan descaradamente humillante. La desnudez de las miserias de esas víctimas es publicitada intencionalmente por el Capital para que nadie se haga la más mínima ilusión de que las cosas pueden devenir en una vuelta a los años inmediatamente anteriores y posteriores al siglo presente; intencionalidad que es idéntica a la acción de los grupos guerreros o ejércitos de las Edades del Bronce y del Hierro de cortar las cabezas de los comandantes enemigos caídos en las batallas y, tras empalarlas, mostrarlas, a ser posible desde una atalaya, para desarmar psicológicamente a los soldados o tribus ya sin líder. Es así como se ataja la elucubración del des-orden social, exceptuando a aquellos que todavía no han civilizado lo suficiente sus sistemas neurofisiológicos y de los que las extensiones policiales y jurídicas del Estado están prestas a reducir. El Estado que, como ustedes saben y yo no debería por ello escribirlo, es a su vez una extensión del Capital.

Que sepamos que en uno de los imperios de la alimentación en este país, Mercadona, el porcentaje de bajas laborales ronde el 1,5 %, aparte de ser humanamente imposible, es la exhibición de la cabeza del vencido en su versión actualizada. Pero el emperador Juan Roig lo había avisado tiempo atrás cuando afirmó que el sistema de producción más pertinente era el chino. Esta declaración tiene el formato de la espectacular desnudez a la que son sometidas las Víctimas Necesarias: la desnudez pública es una de las formas de humillación más tortuosas. Roig, aventajado neoantihumanista, no es un charlatán, conoce al dedillo el catecismo de su oficio, en el que se estipula sin miramientos que las víctimas son útiles de naturaleza mecánica, sura que nos retrotrae, por ejemplo, a la Gran Bretaña del siglo XVIII y nos proyecta hoy hacia los manufactureros del Sureste asiático, que fabrican ropas y artículos múltiples para las firmas internacionales más en boga y deseadas por su sello y carestía por la ociosa burguesía esclavista.

No ofrece, por descontado, ninguna dificultad reconocer el principio número uno del sistema de producción chino: que el coste de la producción sea el mínimo imprescindible para que las plusvalías tras la venta sean las mayores posibles; y como el mercado no es libre, que por eso sus voceros se desgañitan asegurando lo contrario, los conglomerados se devoran entre ellos para monopolizar la producción, otro atajo para el beneficio, que cuenta con otra característica mayúscula: el beneficio no tiene límites, el beneficio es el mismo Cosmos que sigue expandiéndose.

Podríamos plantear el hecho de que en Occidente las legislaciones laborales proporcionan un cierto paraguas al trabajador. Sin embargo, una vez planteado el hecho, habrá que clarificar que las propias leyes genéricas, en su desarrollo articulado, abren grietas para que la legislación sea vulnerada legalmente. De ahí ese imposible 1,5 % de Mercadona. De ahí que se paguen 1,25 euros por habitación hotelera a una limpiadora. De ahí que las teleoperadoras sean obligadas a estar sentadas cuatro o cinco horas consecutivas si no alcanzan la producción que los capataces postmodernos les imponen, sin que puedan mear o defecar, o tomar un café y un pincho en ocho minutos. De ahí, en definitiva, los horrores que se exponen en las redes sociales y en los medios de comunicación, y que, lejos de ser interpretados como denuncias, son la réplica de la cabeza cercenada y clavada a una estaca de punta tajada, cada día menos agresiva a la sensibilidad del productor-consumidor porque se le va insensibilizando por repetición, y cada día más justificada por este gracias a la alienación, en el sentido estricto que le dio Marx, por el que lo que yo vengo llamando Víctimas Necesarias son atrapadas en una red de normas y valores dominantes con la apariencia de razonables y beneficiosos para ese espectador que produce y consume.  

A esta nueva economía se la ha bautizado con el nombre de Globalización, quizá en homenaje al novedoso e impactante volumen del sociólogo canadiense Marshall MacLuhan, La Galaxia Gutenberg, que ya en 1962 profetizaba algunas ideas no disímiles a las que nos mecen en el presente. La globalización no es, por lo demás, fundamentalmente, la información dando vueltas alrededor del globo terráqueo. La globalización es, muy principalmente, la unificación del precio (irrisorio) que se paga por el trabajo de las multitudes descastadas, atontadas por la circulación vertiginosa y, así, mareante, de esa información que nos orbita y que es una información que, para no salirnos del lenguaje asentado por la costumbre, es basura des-informante y paralizante. Por eso también, Philip Roth, en su libro La mancha humana, dejó escrito que «la acción es enemiga de la reflexión», donde hay que entender la «acción» como el trabajo exhausto y el consumo de detritus a través de los terminales que nos conectan a la inmundicia global, y la «reflexión», su ausencia, como la inmersión gustosa de las multitudes en las alcantarillas de las putrefactas aguas de la banalidad.