Apocalypse Soon III: racismo intelectual

OPINIÓN

19 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

(viene de Apocalypse Soon II: la libertad es el premio.)

Como decíamos ayer, hay una amenaza verosímil acerca del colapso de nuestra civilización en décadas; dicho proceso es retroalimentado por el modelo económico neoliberal que, sirviéndose incluso de las crisis que provoca, polariza el acceso a los recursos incrementando la desigualdad y la precariedad; aun así, una parte decisiva de la sociedad niega los hechos y/o confía en que este modelo: o satisfará sus expectativas personales, y/o encontrará soluciones a tiempo, y/o es el menos perjudicial posible, es decir, desconfía de otras alternativas. Conclusiones para las que se han procesado, de forma consciente e inconsciente, multitud de señales y mensajes, explícitos e implícitos, que nos acosan por doquier y que proporcionan, no sin   una motivación oculta, apoyo argumental para todas esas opciones de conciliación con la cruda realidad.

Así, el mundo parece abocado a una inercia distópica.

En Estados Unidos, los electores ponen al frente de la primera potencia mundial a un «freak» que está formando un gobierno de «triunfadores» de una carrera de codiciosos. Si tenemos en cuenta que la codicia correlaciona negativamente con la ética, entenderemos que referentes de ese «protogobierno» como Vanderbilt o Rockefeller, del que el nuevo Secretario de Estado es sucesor en la empresa, llevaran al gobierno del país de la libertad a promulgar, ya en el s.XIX, leyes reguladoras para promover una competencia decente y evitar el despiadado abuso de las grandes compañías. Ejemplo de cómo el liberalismo económico se estrella con la realidad al obviar la naturaleza humana en sus planteamientos teóricos en el vacío.

En Europa tampoco estamos para confiar en un futuro armonioso. Los movimientos no ya reaccionarios, sino involucionarios (si se puede decir así), ganan apoyo popular y extienden su virus del odio: ya es habitual en las sesiones plenarias del Parlamento Europeo oír, como esta semana a un eurodiputado holandés del filofascista grupo ENF, barbaridades como que los inmigrantes están violando a nuestras mujeres y niñas (sic). Y aquí, en España, se sigue votando mayoritariamente a un partido político corrupto hasta el esperpento.

Cómo es posible que haya gente que tome decisiones que, aparentemente, perpetúan una situación que les perjudica. Se ha escrito mucho sobre esto, aunque en algunos análisis un tanto maniqueos (a los que puede que yo no sea ajeno del todo) se apela al nivel intelectual/moral de los electores; la panda de lamentables votantes de Trump, que decía Hillary Clinton. No es difícil caer, aunque el caso de Trump parezca una excepción, en lo que Bourdieu llamó «racismo intelectual»: aquello por lo cual los dominantes tratan de producir una «teodicea de su propio privilegio», como dice Weber, esto es, una justificación del orden social que ellos dominan.

Sin embargo, en palabras de Chomsky: la gente no sabe lo que está pasando; y no sabe que no lo sabe. Y no es por ignorancia, sino porque el contexto está dispuesto para que así sea. Una fuerte presión hacia una subsistencia competitiva y un discurso de inexorabilidad (no hay alternativa, Thatcher; o, El Fin de la Historia, Fukuyama) nos hace muy difícil aceptar que nuestras condiciones de vida no son mejores debido a un abuso masivo al que no somos capaces de resistirnos colectivamente, porque no lo reconocemos.

El contexto controla nuestras expectativas y el discurso es uno de lo mecanismos más efectivos. Tanto, que hay un movimiento académico enmarcado en la lingüística, llamado Estudio Crítico del Discurso, dedicado a su análisis. Condición esta, la crítica, importada de Frankfurt, que se extendió a disciplinas como la psicología, la sociología o la antropología, entre otras, interesadas en comprender el abuso de poder y su reproducción. Fuente de estudios que, como expone el profesor Teun A. van Dijk en su libro «Discurso y poder», han mostrado que los textos y las conversaciones, y, sobre todo, las formas de discurso público controladas por las «élites simbólicas», los políticos, los periodistas, los científicos, los escritores y los burócratas, construyen, perpetúan y legitiman muchas formas de desigualdad social, tales como las basadas en el género, la clase y la raza.

Aunque lo podemos complicar un poco más; para que esos procesos funcionen, conviene tunear el procesador del receptor del mensaje. Ya veréis...

¿Y la próxima semana?

La próxima semana hablaremos del gobierno.