Un cuento de Navidad (o algo parecido)

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

24 dic 2016 . Actualizado a las 12:09 h.

El pasado lunes me rebelaba, una vez más, contra la corrección política y todos sus flecos. Resulta que en este país se había puesto de moda reivindicar los derechos de los verdugos y olvidar la tristeza, y las imborrables heridas, de las víctimas y sus familias. Quizá haya pasado esa epidemia. Y hoy, cuando conmemoramos el nacimiento del niño Dios en Belén (conviene no olvidarlo), me apunto a esa ola de buenos deseos que inunda las calles y bares y hogares. Sé que es un cuento de Navidad, pero me agrada escribirlo. Sé que no se cumplirá, pero nadie podrá robarnos la esperanza.

Digo, pues, que alimentemos desde las escuelas, más todavía e incansablemente, los buenos sentimientos. Que hagamos del odio al otro (al distinto y diferente) un conjunto vacío y que desterremos, de una vez por todas, de la política y de los parlamentos y de la res publica las maneras belicosas y los modales agrios. Que no pensemos que exiliar las jerarquías y la disciplina y el orden nos hace más libres o libertarios: porque cuando se pierde el respeto, empieza a perderse la libertad.

Digo, esta Navidad, que los mayores en edad son los mayores en sabiduría y que este culto hedonista, e intransigente, a la juventud acabará propiciando un mundo disparatado. Me detengo en este punto.

Hablaba Ortega y Gasset, hace muchos años ya, de la efebocracia. La tiranía de los jóvenes. No es baladí reflexionar sobre este asunto. Porque viene a mi cabeza, ahora que va rematando el año, uno de los episodios políticos más vergonzantes que ha vivido la historia reciente de España. Fue cuando algunos reivindicaban, en voz alta o a hurtadillas, el valor del voto de la gente menor de 45 años y el escaso fuste democrático de «los viejos».

No podré olvidarlo. En democracia, que es el sistema político en el que creo y al que abrazo, los votos valen lo mismo. Cuando los totalitarismos escribieron los episodios más funestos de Europa empezaron por decir, precisamente, lo contrario.

Sigo con mi cuento. Quiero y deseo, fervorosamente, que la justicia sea en realidad justa. Y digo, con la osadía del incorrecto, que no hay nada más injusto que tratar por igual a los que no son iguales. Nos hemos pasado los últimos años igualando por lo bajo y concatenando errores en ese sentido. Debemos procurar la excelencia. En todos los ámbitos de la vida. Empezando por la educación y terminando, vuelvo a ellos, por la atención y el cuidado y el miramiento con nuestros mayores.

Será que estos días se me ha agolpado la vida como una maraña de recuerdos. Nos quedan las buenas intenciones. No las perdamos. El mundo, nuestro mundo, está lleno de gente benévola y capaz y generosa e indulgente y bienhechora. Sé que es un cuento que esta vez escribo a caballo de alguna herida. Pero me agrada escribirlo. Es Navidad.