25 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los cuchillos, otra vez. Dos, en Galicia, días atrás, entraron y salieron de las carnes de dos cuerpos con coño. Otro, en Cataluña, fue abatido con una escopeta. Una pieza de caza con coño. En Argentina otro coño fue forzado por una polla a la que, a continuación, se le ocurrió algo de cojones: ensartar el culo de la pateada y violada con un palo y desangrarla. ¿Cuántos más en el mundo en el transcurso de esta semana que hoy finaliza precisamente glorificando la salida por un coño de un niño que los caprichosos avatares históricos le hicieron hijo del mayor poder de la cognición: la magia?

O sea, por el coño sale la vida y entra la muerte. Una ironía freudiana, se me ocurre a mí. Tener coño es como padecer cáncer en su primera fase amenazando con cabrearse en cualquier momento y devorar a su poseedora por dentro. Tener coño es estar en el corredor de la muerte y que la ejecución se vaya aplazando. Para Ana María, la joven de Vigo agujereada a puñaladas, el aplazamiento de la sentencia a muerte con la que nacen las niñas, la espera fue breve, solo 25 años. Pero ¿por qué ha caído esta maldición sobre las mujeres?

Bien. Voy a explicarlo brevemente a partir de la mitología clásica griega, recogida por Homero, Hesíodo, Esquilo, Sófocles y Eurípides y algunos más pero cuyas obras nos han llegado fragmentadas y sabemos de ellos por autores posteriores, como Pausanias y Apolodoro, advirtiendo a la par al lector que un mito no es una mentira; es, en su núcleo, la expresión de un hecho cierto que asustó por inexplicable o terrible, o maravilló, al pueblo de la antigüedad que lo vivió y lo transmitió oralmente primero y, luego, lo fue poniendo por escrito, con las inevitables pérdidas y añadidos múltiples y contradictorios en su discurrir, así como reinterpretaciones para acomodar la leyenda a las necesidades educativas y políticas de una sociedad y una época determinadas, hasta el punto de que el relato original puede llegar a perderse, parcial o totalmente. Por ejemplo, en el mito de Edipo no cuentan lo mismo Esquilo (Los siete contra Tebas) y Sófocles (Edipo rey); hay tradiciones en las que Edipo se arranca los ojos y abandona Tebas y otras en las que conserva la vista y muere siendo rey de Tebas.

A lo que iba. El prisma que utilizo para aproximación al femicidio y al maltrato generalizado a la mujer se manifiesta sin vedamientos ni escrúpulos en la mitología indoeuropea que conservamos de las primeras narraciones, las de Homero (Ilíada y Odisea) y Hesíodo (Teogonía, Certamen, Escudo y Trabajos y días), de las centurias VIIl y VII antes del nacimiento de ese niño mágico. Dos términos de la lengua indoeuropea de hace unos cuatro mil años y que es común a la mayoría de las actuales lenguas occidentales, los micénicos iyús, hijo, que acaba siendo uiós en griego clásico, y kad, fama, que reaparece como kléos, aseguran un cordón umbilical que une a la Micenas de Agamenón del siglo XIII a.C. (recuérdese la transcendencia del hijo en la figura del príncipe troyano Héctor, por cuyo cadáver implora el viejo Príamo a Aquiles, autor de su muerte, y la fama que precede del propio Aquiles como el guerrero de ágiles pies) con el período que va desde la Edad Arcaica griega al Helenismo (aquí, la transcendencia del hijo es inconmensurable: Edipo, que mata a su padre y yace con su madre; y fama, la de los héroes de las tragedias del siglo V a.C.). Porque es Homero quien enlaza al comandante de la expedición de los aqueos, Agamenón, con, y contra, la Troya de Príamo, abriéndonos de este modo la caja de Pandora del saber, la correlación entre el idioma indoeuropeo más antiguo que se conoce, el de los hititas, con el protogriego: el nombre del libro Ilíada, que narra la guerra de Troya, procede de Ilión, que así era conocida la ciudad-fortaleza de Troya, en Asia Menor. En el siglo XIII a.C., los hititas eran el mayor imperio de Anatolia y tenían un topónimo de mucho interés para nosotros, Wilusa, del que derivó Wilios y, de este, el topónimo griego Ilios o Ilión, todos ellos referidos a la ciudad a orillas del Helesponto («Mar de Hele», la princesa ahogada en el estrecho que hoy conocemos como Dardanelos), en la región de la Tróade, arrasada por los aqueos tras diez años de asedio.

Pero es la Teogonía de Hesíodo la pista más directa que nos lleva a nuestro propósito, el destronamiento de la Diosa Madre oriental, entre muchas, Isis o Cibeles, por el patriarcado del conjunto de tribus que se desplazan, a partir del IV milenio antes de nuestra era, desde el norte del mar Negro hacia el este y el oeste, y también hacia la península griega, donde la Diosa atávica fue arrancada de su trono, que lo ascendieron a lo más alto del monte Olimpo y entronizaron a Zeus, el Hombre. De esta (mala) suerte, la Diosa Madre pasó a ser la Diosa Perra, la dadora de los peores males, y que, en los relatos que trajeron consigo esos pueblos migratorios a la Grecia continental y al Peloponeso, es, son las mujeres, la encarnación de las pesadillas más tenebrosas para los hombres. Así, las Gorgonas: Esteno, Euríale y Medusa, las tres con serpientes por cabellos. Medusa es madre de Equidna, que tiene cuerpo de mujer y cola de serpiente y engendra a la Hidra Lerna, serpiente de nueve cabezas, la central, inmortal. La Hidra Lerna pare a Quimera, un engendro de león, serpiente y cabra. La famosísima Esfinge de la historia de Edipo y sus mayúsculas desgracias (mata al padre, se casa con la madre, de la que tiene dos hijas y dos hijos, y que, tras serle revelado el parricidio y el incesto, se ciega y muere vagabundo) nace de Quimera, con la cabeza y el pecho de mujer y el cuerpo de leona alada. La Esfinge asola Tebas y devora a sus habitantes por orden de Hera, la esposa de Zeus, que atiende a la maldición que lanzó Pélope, rey de Argos, a Layo (el tirano de Tebas que murió a manos de su desconocido hijo Edipo) por haber violado a su vástago Crisipo, que se suicidó por esta deshonra. Y Hera, nada feminista, pone a la Esfinge a martirizar a los tebanos, hasta que Edipo salva a la ciudad desentrañando el acertijo del monstruo alado: ¿Qué ser tiene cuatro piernas, luego dos y, finalmente, tres?

En definitiva, ya Sófocles en su Edipo rey llama a la Esfinge Perra Cantora, al mismo tiempo rapaz y seductora. Una seducción que la aproxima a las Sirenas, esas enigmáticas y sensuales criaturas marinas que devoran a los marineros hechizados con sus cantos, de los que se salva el astuto Odiseo al hacerse atar al palo mayor del barco. Y una raptora también, como las Harpías, las chillonas, cuya etimología es contundente: harpai, garras. Y el estudioso G. Guidorizzi sostiene que la Esfinge era considerada una perra perseguidora, la “Esfinge Perra”. Y ahora, el insulto favorito que se lanza contra la mujer es ese, «perra», como una cuenta de rosario de otras cuentas: «zorra», «puta»… Los griegos, los que nos legaron las Ciencias, la Filosofía, la Democracia, el Teatro, nos incrustaron el mayor de los horrores, como idea cultural innata: la mujer no es una Diosa, es una Perra, la Madre Perra.