¿Se afrontan eficazmente los asesinatos machistas?

OPINIÓN

29 dic 2016 . Actualizado a las 08:37 h.

En la sociedad de la comunicación es muy fácil lograr que el lenguaje correcto y los tópicos de la comunicación sirvan para eludir o tapar -con apariencia de firmeza y claridad- los mayores problemas que tiene la humanidad. Los ejemplos están a mano por todas partes, y entre ellos destacan la lucha antiterrorista, las misiones militares internacionales, el tratamiento de las migraciones, la desigualdad de género o el tráfico y consumo de drogas. En todos esos temas, y en muchos más, es posible obtener declaraciones formales e idénticas en los más diferentes países del mundo, sin que nadie se atreva a analizar el fondo de la cuestión, o sin que nadie explique por qué dichas lacras se hacen endémicas en todo tipo de sociedades.

En ese catálogo deberían figurar, especialmente resaltados, los asesinatos de género, que, canalizados habitualmente hacia una serie de cuestiones instrumentales -la denuncia previa, la protección policial, el proceso judicial garantista, la prolongación de las relaciones de riesgo o los efectos de la desigualdad en la pareja- siguen ofreciendo un panorama dantesco en las sociedades más avanzadas -de las otras ni siquiera tenemos datos fiables-, que ya nos parece compatible con un océano de minutos de silencio, condenas rituales y declaraciones consensuadas que jamás permiten poner sobre la mesa la hipótesis de que las políticas de lucha y prevención, en las que todos nos refugiamos, estén mal orientadas.

Entre los tópicos manejados figura la omnipresente afirmación de que «antes era mucho peor, pero no se sabía», que, siendo cierta en los casos de violencia no mortal, es radicalmente falso en los casos de asesinatos machistas, en los que la situación de las sociedades avanzadas es mucho más grave hoy de lo que era hace 30, 60 o 90 años. Y por eso no es fácil entender por qué nos aferramos al dogma vigente -que es la caza preventiva del asesino- sin que nadie se anime a estudiar cuáles pueden ser las características o las circunstancias de las sociedades que determinan el aumento de esta barbarie, en abierta contradicción con todas las proclamas de que aumentan los niveles de educación, de igualdad, de derechos personales, de denuncia, de vigilancia, de condenas judiciales y medios disponibles.

En contra de la retórica oficial, es evidente que algo estamos haciendo mal. O que algo nos pasa desapercibido. Y por eso creo, sin que sea este el lugar para avanzar hipótesis, que es necesario romper el dogmatismo y el ritualismo en el que hemos caído, y preguntarnos si, especialmente en el sector más joven de la sociedad, no estamos haciendo como las gallinas, escribiendo con el pico lo que borramos con las patas. Porque insistir en que no hay más camino que el que ya hemos tomado, y que hay que esperar, me parece una forma poco afortunada de huir hacia delante.