Benditos sean los libros, Ricardo Piglia

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

09 ene 2017 . Actualizado a las 08:31 h.

Cada día importan menos los libros. Es una sensación amarga que asumo con tristeza y consciente de que ellos, y yo, hemos perdido la batalla. Hablo de los libros sabios, no de esos productos que tanto se fabrican actualmente y que tienen más que ver con un comercio de chacinería que con la factoría del arte. El arte ha muerto, me dicen algunos -no sin ironía- cuando confieso mi abatimiento. Estos días sé que esa sentencia es cierta. La ha sellado el certificado de defunción de Ricardo Piglia, quizá uno de los escritores más espléndidos de los últimos cincuenta años. Y digo cincuenta porque fue en 1967 cuando debutó como escritor: un volumen de cuentos titulado La invasión.

Hoy me he levantado con pena. Quizá porque dos de los libros más importantes que he leído en los últimos años son los volúmenes de sus diarios: Los diarios de Emilio Renzi. El primero se titula Años de formación. El segundo, Los años felices. Este autor llevaba la literatura dibujada en las entrañas. Era su tatuaje. Por eso la tristeza de hoy. Porque me lo han quitado. Pero no del todo. Los grandes escritores perduran. Ellos escriben para la memoria y no para el presente. Para que los recordemos y escribamos artículos como este: de amor y agradecimiento. Nada me ha dado más felicidad, excepto mi familia, que los libros. Quizá por ello la agonía que padecen en estos malos tiempos es mi propia agonía. Me pregunto cómo seres humanos como Ricardo Piglia, con su genio y su talento, son menos conocidos que la inmundicia que puebla las arcas mediáticas del presente. Me produce repugnancia que se hable tanto del vestido de una que dio las doce campanadas o de las telarañas de la frivolidad, y tan poco de lo que en verdad nos hace mejores, y nos progresa y nos humaniza. Estamos construyendo, con el deterioro de la inteligencia, la mortaja de nuestra propia civilización. Lo he escrito muchas veces. Para qué continuar. En la segunda frase de este artículo confieso que hemos perdido la batalla. No se hable más.

Me queda este adiós a Piglia. A él y a Emilio Renzi, que eran dos y uno solo. Sobre mi mesilla de noche están sus diarios. Son para leerlos poco a poco. Como los de Kafka. La buena literatura hay que sorberla. Y más en estos días, en que todo nos lo dan a borbotones y con candilejas de vulgaridad. Hay que disfrutarlos y subrayar, por ejemplo: «Jueves 9. Cierta inexplicable felicidad, absurdamente. Hay que dejarlo en suspenso. Lo que puede fallar es el final, con el chiste de la muerte». «Martes 5. Para ser inolvidable uno tiene que haberse perdido, luego, por eso es recordado». «Sábado (...) Hablamos de Borges, atacado por sus ideas políticas, y a quien nadie considera por su literatura». Tengo la sensación de que se nos ha ido uno de los pocos imprescindibles. Benditos sean él, Ricardo Piglia, y los libros.