Good Bye, Obama!

OPINIÓN

12 ene 2017 . Actualizado a las 09:12 h.

Desde el lábil observatorio de los sentimientos, que tanto les gusta a los teóricos de la nueva política, este artículo debería titularse Tempus fugit, para poner de manifiesto que aquel cambio producido en el 2008, cuando un blanco reaccionario llamado Bush fue sustituido por un negro progresista llamado Obama, pasó como una exhalación. La gráfica del ciclo informativo de las sociedades tecnológicas, que oscila constantemente entre el 0 y el 100, pone en evidencia que la toma de posesión de aquel Demóstenes negro, o de aquel Pericles hawaiano recastado en Chicago, fue saludada por muchos -en términos de duración y calado- como el cambio del Paleozoico al Terciario pasando por el Mesozoico; o como si la historia del mundo hubiese dado uno de esos saltos cualitativos que antes se producían cada cinco siglos y que aparecen varias veces al año.

Pero, asustado por la dinámica escatológica que generaba aquel posible título, decidí parafrasear a Wolfgang Becker -el de Good Bye, Lenin!- para recordar que «todo pasa y nada queda», y que la escasa consistencia de las aradas que Obama le dio a su finca americana puede hacer que la pareja formada por Barack y Michelle, que tanto lustre y serenidad le dio a la Casa Blanca, no sea más que un paréntesis luminoso entre los rancios y plúmbeos republicanos Bush y Trump.

La sensación de que Obama fue una ilusión tiene su origen en que toda su obra, medida en hechos, parece a la vez escasa y deleble, y porque, más allá de la inevitable superficialidad de la primera arada, es evidente que la visceralidad irrespetuosa con la que Trump empuja su salida condena sus reformas a ser demolidas, como Cartago, y cubiertas de sal. Y así se explica que estemos viendo a Obama como una centella que brillaba próxima al 100 en su Oriente, y que ahora se precipita hacia el 0 en su Occidente. Y por eso conviene matizar, mucho y bien, el alcance y la proyección histórica de la era Obama.

Y para eso basta decir que el balance moral y político de Obama es extraordinario. Porque rompió las dinámicas desencadenadas por el belicismo y el militarismo de Bush. Porque alivió las tensiones de una política internacional que estaba a punto de estallar. Porque puso de manifiesto la persistencia de los problemas clásicos de la sociedad americana -racismo, violencia armada, desigualdad y marginalidad-, y orientó sus posibles soluciones. Porque trató a sus aliados con mentalidad cooperativa. Porque abrió nuevas rutas al comercio internacional, a la lucha contra el calentamiento global, a las energías renovables y a las políticas migratorias. Porque bajo su mandato la nación americana pasó a ser tratable y fiable, sin que nadie le perdiese el respeto. Y nada de eso se borrará fácilmente. Porque la previsible osadía de Trump nos obligará a recordarlo y recuperarlo.