Sánchez inicia la revolución pendiente

OPINIÓN

30 ene 2017 . Actualizado a las 08:23 h.

Convencido de que el PSOE es una unidad de destino en lo universal, que no puede abdicar del socialismo izquierdista y anticapitalista del siglo XIX; imbuido de la idea modernista (principios del siglo XX) de que España solo tiene futuro como república popular, laica, multinacional, desmilitarizada y obrera; y sintiéndose el líder providencial que está llamado a limpiar el partido de traidores, mencheviques, jacobinos y burgueses agazapados, el gran Pedro Sánchez, de triste y aciaga memoria, acaba de asumir el reto de culminar la revolución pendiente.

Con el «Grito de Dos Hermanas» -eco melancólico del Grito de Yara-, cuyo resumen ideológico es: «Será un honor liderar vuestro proyecto colectivo», Pedro Sánchez le traspasó a la militancia la iniciativa y las responsabilidades de su audaz regreso, para abocar al PSOE a un delirio populista y cortoplacista en el que todos los intereses del partido y de España, y el futuro del partido, quedan supeditados al romanticismo militante, a darle gusto a una parroquia desencantada e indignada, y a impedir -¡como sea!- el Gobierno de Rajoy.

Yo comprendo este regreso vengativo y enrabietado. Porque, cuando uno se da a conocer empecinándose en el error, acaba confundiendo la dignidad con la contumacia, y prefiere ser despedazado por estupidez antes que ser salvado por las dulces caricias de la rectificación. También es cierto que si yo fuese amigo de Pedro, le aconsejaría que buscase trabajo, abandonase la política durante una década, y se hiciese un hombre de provecho. Pero todas estas reflexiones ya son inútiles, porque Pedro se ha convertido en un héroe de tragedia cuya desmesura generó su fatalidad: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco».

El daño ya está hecho. Y todas las ansias de un congreso catártico, que diese al PSOE unidad y liderazgo, ya están muertas. Y no solo porque el enfrentamiento entre el currículo de López y el «no es no» de Pedro Sánchez aboca a los militantes a una fragmentación estéril, sino porque Susana Díaz ya no puede ser aclamada ni tiene clara su victoria, y porque, en el supuesto de que un puñado de votos le permitiesen cubrir el expediente, ya no es posible crear el «partido ganador» -unificado en un fuerte liderazgo y ansioso de recuperar el modelo político y de Estado nacido de la transición- en el que la presidenta andaluza está resumiendo todo su programa, toda su ideología, y toda su enferruxada ilusión.

Pedro Sánchez solo puede hundirse, más aún, en el pozo de su ofuscación. Pero no tengo ninguna duda de que los militantes aún le pueden dar el poder que necesita para destruir al PSOE, llevar al límite la crisis política de España y salvar a Podemos de las arenas movedizas. Porque ese es, me temo, el destino del antihéroe que inició hace tres días su revolución pendiente.