No se puede forzar el arte

OPINIÓN

01 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Hoy, en esa sencillez que adorna al hombre sabio, al hombre que se da en cada palabra que escribe, en cada giro que crea, en cada metáfora que define de forma distinta la realidad que los demás a penas vemos en su superficie.

Hoy, he sido feliz como nunca al visitar la casa-museo de Miguel de Unamuno. Me impresionó el Prado cuando estudiaba en Comunes la asignatura de Historia del Arte. Me sublimó la visita al museo de los impresionistas en París. Me llenó de luz la casa de Sorolla con  el maestro de la luz de  mares tan distintos como Mediterráneo y Cantábrico. Me quedo de Sorolla con su personalidad tan distinta, tan suya de los impresionistas.

Me impresionó Pompeya y sus frescos después de 2000 años, Me llena de espiritualidad contenida las pinturas de la Iglesia de Santullano en mi ciudad.

Me han tenido en vilo de emoción artística tantas cosas que no sería justo quedarme en esa breve relación de cuadros, figuras,  colores, paletas, sensaciones, sentimientos. No sería justo ni cierto. Pero, ¿se puede hablar de justicia cuando esté en juego  una serie de variantes subjetivas que se superponen en el espacio y en el tiempo?

Eso, me ha pasado hoy al acudir con respeto a la casa-museo de D. Miguel de Unamuno. El silencio iluminado por estos días tan claros de Fuerteventura, la sencillez de la estancia, la parquedad de los adornos, la acertada selección de los elementos significativos de la isla: árboles, flores, lomas, palmetas, tierra ocre, clima seco…, hechos  palabra en poseía o en prosa por mi adorado D. Miguel. Me sentía amo en mi decir, torpe en elegir los términos, superficial en los conceptos y muy lejos de captar la esencia de Fuerteventura como el consiguió en los poco más de tres meses de su estancia-destierro.

Él, sí. El ha sabido hacer del destierro una Fuerte VENTURA, o una Ventura FUERTE, que puede ser más fiel a la realidad. Venturoso, feliz, agradecido, admitió con agradecimiento que le honra al despedirse de lo que, son sus palabras: «había sido su sanatorio». 50 años tenía cuando le dieron ese golpe bajo del destierro. En esos días del 12 de marzo de 1924 a 21 de julio del mismo año. Cincuenta años, la vida se ve con otros lentes, con otros mirares.

Él, POSITIVIZÓ lo negativo y encontró salud a la pluma y paz al espíritu. Sus profundidades filosóficas, su belleza literaria tienen en esta isla, buena parte de su culpa.

Es aquí, donde la isla y los elementos que la conforman y configuran, entran  en el pensamiento y obra filosófica de Miguel de Unamuno: «el estilo», «lugar para peregrinos del ideal»,… Universaliza la orografía isleña, la fauna, la  flora, y, sobre todo, la mar que ya será una constante en sus obras.