Adiós abuela

OPINIÓN

23 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre son tristes las despedidas, pero cuando resultan inevitables lo más importante es saber cómo despedirse y qué hacer entonces. Como cuando alguien se va de viaje... aunque te dé pena no te limitas a decirle  -te echaré de menos-  y darle un abrazo: le ayudas a hacer las maletas, a recoger el piso, a cargar el coche; y si es alguien que depende de ti te ocupas de la ropa que lleva y del tiempo que va a hacer, de peinarla ese día y llegar a la estación puntuales; y luego esperas en el andén hasta que el tren salga para enviarle un último gesto de adiós.

Yo nunca me fui por mucho tiempo. Las despedidas que aún recuerdo son las de los novios al irme de vacaciones y aquellas otras en las que estaba volviendo a casa y la que me despedías en la estación eras tú. Cuidar a alguien en la muerte se parece un poco (no mucho) sólo un poco, porque no sólo da pena y el trabajo triste que implica la despedida. A mí me dio también mucho miedo.

Cuando llega la muerte buscando a alguien y estás a su lado también tú le ves la cara. Impresiona mirarla. Cada quien que la haya visto la describirá a su modo; a mí me pareció voraz como un animal furioso que ronda y se abalanza. Descubrí que no se parecía en nada a la despedida del tren, y descubrí también que cuidar es interponerte frente a esa muerte para domesticarla: morfina, suero, jeringuillas,  -una caricia-  sábanas limpias y pañales, agua en los labios (te la llevarás cabrona), cojines, cambios de postura cada dos horas, (pero no así), un masaje, y pijama nuevo.

Si resulta aterrador escuchar a la muerte acercarse qué será cuando eres tú a quien busca. Así es que muchas veces no hay quien vaya contigo y cruce un paso más allá por esa zona gris para acompañarte. Menos mal que en esa franja baldía, que es propiedad de la muerte y en la que siempre gana, hay gente que trabaja y vive todo el año. En su mayoría mujeres de todas las edades que acogen a quienes llegan en solitario, imponen sus normas, y son las guardianas de la fiera. Lo último que queda del amor en ese terreno devastado. El recuerdo de todo lo hermoso, de todo lo que mereció la pena, lo contienen un día esas manos que visten. Cuando se marchitan los colores y los olores, los recuerdos, cuando desaparece el cuerpo y la memoria, las palabras, gracias a ellas la humanidad prevalece hasta ser la última luz en apagarse. ¿Quiénes son? ¿De dónde  vienen? ¿Qué las llevó a instalarse en ese terreno inhóspito?.

Depositarias del miedo, la frustración, la negación de la muerte, el machismo, los prejuicios, la ignorancia. La impotencia de una sociedad imbécil  para ellas se llama explotación, acoso, invisibilidad, abuso, pobreza laboral, dependencia económica, brecha salarial, prestaciones no contributivas y precariedad. Su historia refleja nuestra derrota contra la opresión de género y de clase. Su silencio presagia un futuro incierto para una sociedad que no es capaz de poner en el centro  la protección a las más débiles, los cuidados y a quien los procura. Defender los derechos de las cuidadoras y las auxiliares de enfermería o de ayuda a domicilio, adquiere un nuevo significado cuando tomas consciencia de su trabajo. Entonces el amor por quien ya no está se transforma en admiración y agradecimiento hacia ellas, las que cada día siguen haciendo lo mismo por la abuela de alguien, igual de indefensa, y quizá sola. Más allá del deber, la responsabilidad y la justicia, que nuestro silencio no sea fruto del olvido. Que no deje de quererte ni recordarte nunca, y que vengan buenos tiempos para las guardianas.