Juan Soto Ivars

OPINIÓN

25 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Conocí a Juan Soto Ivars una noche, hace algunos años, en una cervecería de la Calle Mayor de Madrid. Él estaba con Manuel Astur, asturiano ilustre, gran tipo y escritor increíble. Manuel era amigo de Susanna, la que entonces era mi pareja. Así que nos presentamos y empezamos a charlar. Recuerdo que sobre la mesa había cantidades industriales de cerveza y de frutos secos. Como detesto la cerveza, bebida poco elegante donde las haya, me acerqué a la barra y pedí un verdejo.

Juan me pareció un auténtico gilipollas. Un niñato pijo y cínico con pretensiones de escritor. Y pedante. Me cayó mal a los cinco minutos de escucharle. Como una patada en la boca del estómago. O un poco más abajo. Recuerdo que habló de su empleo (por aquel entonces creo que era algo parecido a un community manager de grandes empresas), de lo poco que trabajaba en relación al sueldo que ganaba y de literatura. Mucha literatura. Manuel Astur y él bebían como si se fuese a acabar el mundo mañana mismo y yo, que era el rockero en discordia en aquella reunión, pensé que no debía quedarme atrás. Así que encadené unos cuantos verdejos más antes de irme.

Tras aquel encuentro, perdí la pista de Juan durante algún tiempo. Después empecé a saber de él a través de las redes sociales. Y un buen día cayó en mis manos un artículo suyo. ¿Cómo podía ser aquel niñato tragacervezas que yo había conocido aquel día el autor de un texto tan brillante? Me dije para mi mismo aquello de «hasta un reloj roto da bien la hora dos veces al día».

Pero seguí leyendo a Juan Soto Ivars y descubrí al mejor columnista que ha dado este país en las últimas décadas. Es inteligente, ácido, certero, a veces excesivo y siempre brillante. Sabe dar ahí donde duele. Donde las cosas no son evidentes ni funcionan los pensamientos-consigna. Detesta la corrección política y, por eso, a veces se mete en líos de los que yo creo que disfruta. Le va la marcha. Y lo entiendo, porque a veces me pasa lo mismo.

Ahora que Jabois se ha convertido en la joven referencia del columnismo patrio, yo creo que Juan le da diez mil vueltas. Y no porque Jabois sea malo escribiendo (es evidente que maneja el lenguaje del articulismo como pocos), sino porque Juan es una rara avis de las letras españolas. Una especie de Houellebecq menos reaccionario y con más sentido del humor. Sus columnas son como una bofetada y siempre dice lo que piensa y piensa lo que dice. Tiene una voz propia en la que es difícil reconocer influencias o ejercicios de estilo, cosa que en cambio es fácil detectar a veces en Jabois. Si el columnismo fuera rock’n’roll, Juan sería Keith Richards y Jabois, Noel Gallagher.  

Si tuviera que ponerle algún pero a Juan, al que ahora considero un amigo, sería su excesiva querencia por la polémica. No es que no me parezca sano. Quienes me conocen saben que nunca he huido de ella, precisamente. Pero en ocasiones, Juan ejerce un papel de enfant terrible donde hay más de enfant que de terrible. Es como esos chiquillos traviesos que te hacen gracia cuando joden a los demás pero que te apetece descuartizarlos cuando eres tú el que los sufre. Por fortuna hasta ahora nunca he sido el dardo de sus columnas. Y más le vale que no lo sea.

Admiro a Juan Soto Ivars y me arrepiento un montón de la imagen que me hice de él aquel día en que nos conocimos. Es inteligente, rápido de pensamiento y tiene ojo para detectar cuando es la corrección política la que habla. A veces se pasa poniendo la individualidad por encima de todas las cosas y le cuesta calibrar la importancia que tiene lo colectivo para quienes nos dedicamos al activismo. Pero sus reflexiones y su puesta en valor de la libertad, que le han convertido en el enemigo público de una parte del feminismo, son siempre un revulsivo para una izquierda que durante toda su historia ha despreciado la individualidad de los seres humanos, sustituyéndola por una colectividad que en ocasiones resulta asfixiante.

No siempre estoy de acuerdo con Ivars. Pero siempre me hace pensar y cuestionarme aquellas ideas que tengo grabadas a fuego en mi interior, como si fuesen verdades reveladas. No se merece los insultos que a veces recibe, aunque intuyo que él disfruta con ellos. Juan no es un machista ni un misógino. Al menos no lo es más que cualquiera de los que le ponen a parir en las redes sociales al mismo tiempo que presumen de su izquierdismo y su radicalidad. Al fin y al cabo hay pocas cosas más patriarcales que las verdades absolutas y la falta de pluralismo. Habrá quien piense, como yo hace un tiempo, que Juan Soto Ivars es un gilipollas. Un niñato pijo y cínico. Pero se equivocan, créanme. Si Juan no existiese, habría que inventarlo