Desengañémonos. No todos los españoles somos iguales ante la ley, aunque en el artículo 14 de la Constitución venga recogido. Urdangarin seguirá en libertad sin fianza. Como letrado entendería que no ingresara en prisión hasta que el Tribunal Supremo resuelva el oportuno recurso, pero la fianza, aunque solo sea para hacer el paripé, atenuaría la falta de fe en la Justicia que gran parte del país esta padeciendo. ¿Por qué al cuñado del rey se le permite residir en Ginebra y a Torres se le retira el pasaporte? ¿No tienen motivo para sentirse agraviados Correa, Crespo y Álvaro Pérez? No tengo interés en que Urdangarin ingrese en prisión, aunque al final, salvo mayúscula que no imposible sorpresa, lo hará tarde o temprano. Pero me apena recordar a determinados clientes de mi despacho a quien la Justicia no trató con tantos miramientos. Algunos apenas eran simples robagallinas, y se pasaron una buena temporada a la sombra por no tener recursos para pagar una fianza que a ellos sí se les impuso. ¿Será que hice mal mi trabajo o que es más sencillo defender al marido de una infanta de España que a un pringado que roba en un supermercado para dar de comer a sus hijos? Aunque me cueste sobrellevar la idea, prefiero llegar a la conclusión de que esos días no estuve diligente. Lo contrario supondría pensar que la Justicia no es ciega, sino tan solo tuerta, y que el ojo dañado es el destinado a los menos favorecidos. Y eso para un jurista es como un tocinillo de cielo para un diabético. Demoledor. Opto por creer que la sala de la Audiencia Provincial de Palma simplemente se equivocó. Errare humanum est.