Lecciones italianas

OPINIÓN

27 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A decir verdad, ni Italia ni la política italiana han despertado nunca excesivo interés en este país. Y es una pena. Un repaso a la política transalpina desde el año 1945 hasta nuestros días debería ser tarea obligada para todos nuestros tribunos patrios. Desde la creación, con la inestimable ayuda de la CIA y del Departamento de Estado norteamericano, de la Democracia Cristiana por De Gasperi hasta la crisis de los noventa que se lleva por delante las grandes formaciones políticas históricas, (Democracia Cristiana, PCI), pasando por las conexiones entre política y mafia, el Vaticano, los terribles «años de plomo» en las décadas de los años 70 y 80, la Red Gladio, el terrorismo de las brigadas rojas y los gobiernos del inefable Berlusconi , todo ello constituye un fresco apasionante e irresistible para todo aquel que muestre un mínimo interés por eso que los antiguos romanos llamaban la «res publica». Particularmente, todavía recuerdo con nitidez las imágenes que vi, en el viejo televisor en blanco y negro que teníamos en casa, de aquel Renault 4 oscuro, abandonado en una céntrica calle romana, con el cadáver de Aldo Moro, ex primer ministro democristiano, en su interior. Para un niño a punto de cumplir diez años, contemplar el cadáver de la persona «que mandaba» en Italia (realmente, en aquel momento, Moro «sólo» era el presidente de la Democracia Cristiana) en el maletero de un viejo «cuatro latas», supuso una auténtica conmoción. Desde entonces, he seguido con auténtico interés todo lo relacionado con la política de más allá de los Apeninos. Por eso, cuando contemplo al defenestrado Errejón suplicar una representación en los órganos de su partido equivalente al 40% de los votos que obtuvo por parte de los «inscritos» en el proceso de Vistalegre II, no puedo evitar pensar en aquel burócrata de la Democracia Cristiana, Massimiliano Cencelli, que en los años 60 ideó un sistema para repartirse los puestos vacantes, en matemática proporción al número de votos obtenidos. (¡Ay, amigo Íñigo, que bien te vendría que se aplicara el «manuale cencelli» en tu partido!). Y cuando veo presidir el congreso de  los diputados a una mujer tan mediocre como Ana Pastor, limitándose a hacer de “chica de los recados” del gobierno del PP, no me resisto a compararla con la inigualable Nilde Iotti, luchadora en la resistencia contra el fascismo, militante comunista y compañera de vida y de lucha del secretario general del PCI, Palmiro Togliatti, la cual presidió  la cámara de diputados italiana durante tres legislaturas consecutivas entre los años 1979 y 1992. Por cierto, diputadas podemistas  como Irene Montero o Tania Sánchez , procedentes de las juventudes comunistas,  harían bien en repasar la biografía vital y política de mujeres como la propia Iotti, Teresa Noce, Tina Anselmi o Rita Montagnana para entender lo que es la lucha contra el fascismo y el auténtico compromiso feminista y de izquierdas. A su vez, toda esa nueva generación de políticos del Partido Popular que se hizo con el poder municipal y autonómico en Comunidades como Madrid y Valencia, desde donde se dedicó a saquear las arcas del Estado, palidece al lado de aquellos “jóvenes turcos” que a mediados de los años 50 del siglo pasado y bajo la protección del toscano Amitore Fanfani (nombrado presidente de la Democracia Cristiana en 1954), se lanzaron al asalto del estado italiano, convirtiendo los recursos públicos en recursos propios del partido; (uno de aquellos «jóvenes turcos», Giovanni Gioia, a sus 28 años, controlaba toda la isla de Sicilia, y ello sin ostentar cargo público alguno). Y sobre toda la política italiana de los últimos sesenta años sobrevuela la figura del poliédrico y siempre enigmático Giulio Andreotti, del que su propio mentor Alcide De Gasperi  dijo en una ocasión: «es un joven muy capaz, tanto, que lo considero capaz de cualquier cosa». Y seguramente, en personajes como el propio Andreotti estaba pensando ese otro viejo zorro de la política que es Felipe González, cuando definió la situación política actual de nuestro país como, «un marco político a la italiana, pero sin italianos para gestionarlo». Por ello, mientras  contemplaba, en estos días pasados, el triste espectáculo del enfrentamiento a voces en el pleno del congreso, entre los diputados de Podemos y del PP, con gestos y actitudes más propios de una taberna que de la sede de la soberanía nacional, me vinieron a la cabeza las palabras del «divino» Giulio cuando, refiriéndose a la política y a los políticos españoles, exclamó aquello de, «manca finezza».