La socialdemocracia en el álgebra política

OPINIÓN

18 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

En algunas operaciones algebraicas hay un número neutro, que deja intacto al número que opere con él; y un número absorbente, que es él el que permanece siempre intacto, sea cual sea el número que opere con él. El número 1 es el neutro de la multiplicación y el 0 el absorbente, por ejemplo. Un lenguaje apropiado para algunos lances actuales. Las elecciones de Holanda subrayan dos tendencias que no deberían despacharse con simplezas: la desconfianza hacia la política europea y el hundimiento de la socialdemocracia. Las dos pulsiones se perciben en más países. Las dos son incómodas y para las dos se propone la misma simpleza: es el populismo, ese peligro confuso que crea desafección con Europa y que asfixia las propuestas ilustradas y equilibradas de la socialdemocracia. Lo mismo da Le Pen que Tsipras: si se duelen de Europa y se desesperan del partido socialdemócrata de turno son lo mismo. No hay oposición a la política europea, por la derecha o por la izquierda, que no sea manifestación de ese populismo tan proteico. Y no hay hartazgo izquierdista de la socialdemocracia que no caiga en ese batiburrillo. Como si no hubiera pensamiento civilizado que pudiera ser desacorde con la política europea y no hubiera actitud progresista sensata que oponer a la práctica de los partidos socialdemócratas. Una consecuencia no menor de la confusión es que se oscurece lo que son algunas cosas que deberían estar siempre claras: el partido holandés que alarmó a toda Europa no es populista, es un partido fascista. Eso es lo relevante y lo que en Europa debe emitir resonancias históricas nítidas. La etiqueta de populista es pura propaganda para untar la palabra de veneno y tenerla lista como arma para otras pendencias aprovechando que de puro vacía se puede aplicar a cualquier cosa. Cuando oigamos la palabra «populista» o sus derivados tenemos muchas posibilidades de estar escuchando a un tombolero.

La socialdemocracia no pasa apuros por incompetencia, sino por irrelevancia. Los tiempos del dinero se mueven a distinto ritmo que los ritmos electorales en que cabe la soberanía popular. Los procesos de globalización se mueven también ámbitos distintos de aquel en el que se viene ejerciendo esa soberanía, el estado-nación. Cada vez más decisiones se toman en ámbitos ajenos a los que la gente puede sancionar con su voto y en plazos imposibles para cualquier escrutinio democrático. Un seguimiento somero de la actualidad deja ver que cada vez hay podemos elegir menos aspectos de la forma en que nos gobiernan. O lo que es lo mismo, aquellos a quienes podemos votar tienen menos margen para hacer unas cosas u otras. La democracia se redujo y así decayeron derechos y bienestar. Los partidos conservadores se encuentran cómodos en esa sociedad más estratificada que siempre buscaron. Los partidos socialdemócratas están más desorientados. Su ideario choca con estas tendencias, pero están demasiado asentados en instituciones y en nichos oligárquicos como para incubar la rebeldía a la que debería incitar su propia ideología. El juego de complicidades y enredos de estos partidos que estuvieron muchas veces en la pomada hace que arrastren demasiada morralla consigo como para transmitir los mensajes o actitudes ideológicamente coherentes. Se mantienen cómplices dentro de este sistema más despótico y menos igualitario, con lo que se desfiguran como partidos socialdemócratas.

Eso los convierte en el elemento neutro de cualquier combinación de partidos, en España de manera especialmente acusada. Una parte del PSOE teme que el entendimiento con el PP los diluya en él y deje todo el campo a Podemos. Otra parte teme entenderse con Podemos, porque esta fuerza podría «fagocitarlos». Da la sensación de que PP con PSOE da PP; y que PSOE con Podemos da Podemos. Siempre como el 1 de la multiplicación. Por eso hay tanta injerencia interesada en estas primarias, sobre todo ahora que Susana Díaz anunció que anunciaría su candidatura (otra bobada propagandística de cucharón). Los periódicos y columnistas conservadores elevan a Díaz a la categoría de necesidad histórica. El País, activamente involucrado en las cosas internas del PSOE con tanto entusiasmo como falta de profesionalidad, babea artículos y editoriales sobre la candidata y guarda silencio sobre el soldado Sánchez. A Patxi López no hace falta silenciarlo, él mismo es inaudible. Los medios más progresistas se despachan en críticas o rechiflas contra Susana Díaz y cruzan los dedos por Pedro Sánchez. Todo depende de qué pretenda cada cual multiplicar por 1, si al PP o a Podemos.

Al PSOE le cuesta hacer oír un discurso propio que no se disuelva tan fácil en discursos ajenos por esta falta de identidad de los socialdemócratas, que tienen un sistema que proteger que ya no es el sistema que toleraba sus ideas; un pasado y unos asentamientos en pesebres del sistema de los que no pueden desprenderse; y, como contrapunto, una ideología sentida por la militancia que choca con la deriva de ese sistema. A poco que se le presione desde su propio credo socialdemócrata (por ejemplo cuando Podemos plantea que la televisión pública deje de emitir misas y no digamos si les diera por achuchar con la enseñanza concertada o la corrupción de la monarquía) el PSOE se retuerce como aquel personaje de Cortázar que intentaba ponerse un jersey que se le enredaba y tras contorsiones angustiosas y enloquecidas dejaba de controlar las partes de su cuerpo y podía ser atacado por su propia mano. Entre un sistema que se encoge y deja fuera su ideario, unas prácticas que lo ligan a las canonjías y miserias de ese sistema y un pasado que lo cubre de ruido y confusión, al PSOE y a los socialdemócratas europeos les pueden atacar sus propias ideas como le puede atacar a uno su propia mano en una confusión límite.

La reacción autoafirmativa está siendo intelectualmente pobre. Abundan artículos que quieren hacer pasar la desorientación por tolerancia y actitud de diálogo. Y se afanan en aquilatar principios indiscutibles que no son de aplicación, como el valor de la negociación y de la flexibilidad. Si alguien pide socorro desde un despacho cerrado, no se puede pasar de largo y abundar en las razones por las que hay que respetar el mobiliario y no andar rompiendo puertas. No es ese el principio de aplicación. La Comisión Europea dice que el 13% de los españoles que trabajan son pobres (imagínense los muchos que no trabajan); que el 28% de la población está al borde de la pobreza; que los trabajos son tan precarios que, con menos salario, está sin embargo bajando la productividad; que los recortes disminuyeron la protección de la población; y que, con todo, España sigue igual de vulnerable e inestable ante cualquier traspiés de los mercados. Rajoy llama a todo esto reformas y dice que no negociará su modificación. ¿De verdad el principio de aplicación al caso es esa flexibilidad? ¿No piden los hechos un «no» contundente a esta gestión? Mariano Rajoy está dispuesto a ser el elemento absorbente de cualquier combinación y mantenerse idéntico a sí mismo, sea quien sea quien hable con él. Él ganó las elecciones, dice y dicen los guardianes del régimen, y tiene derecho a ser el cero de la multiplicación, de manera que Rivera por Rajoy dé Rajoy y Rivera por PSOE por Rajoy dé Rajoy. Y quien no quiera se ganará editoriales y artículos que los situarán en la trinchera del no y un montón de argumentos de desecho sobre principios obvios que no son de aplicación. El planchazo parlamentario del decreto de la estiba demostró a tanto profeta de los males del populismo que es Rajoy es el que lleva años inflexible, asilvestrado y atrincherado; porque este revés sólo hace visible lo que lleva años sucediendo. Y PSOE y Podemos mejor retenían las palabras que José María Izquierdo dedicó a la izquierda en la SER: «votar unidos unos y otros en ciertas ocasiones no causa sarpullidos, ahogos ni alteraciones graves de la salud. Es más: permite respirar a pleno pulmón.»