Felicidades a su gestor

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

29 mar 2017 . Actualizado a las 08:26 h.

Eso le ha dicho el juez a Mireia Pujol, que, como su nombre indica, es hija de Jordi Pujol y, como su apellido indica, hizo el milagro de los panes y los peces con su patrimonio: en tres años duplicó el valor de su capital. Tenía un dinerito en su cuenta, como gran parte de los mortales antes de que los arruinara la crisis, y ese dinerito fue creciendo, creciendo, hasta convertir a Mireia en un buen partido. Esas cosas ocurren a veces: aciertas con un buen consejero o tienes un buen olfato y te haces de oro con mínimo esfuerzo. Ya le había sucedido a Luis Bárcenas: el buen hombre, como era tesorero y conocía los vericuetos financieros, invirtió bien, compró y vendió obras de arte y se hizo con más de cuarenta millones de euros en Suiza. Después llegó Naseiro y dijo que Bárcenas nunca entendió de pintura, pero el capital estaba hecho. No es una cuestión de entender de cuadros, sino de saber olerlos.

Lo singular de estos enriquecimientos es el lugar donde se producen. No es entre profesionales, quizá porque no tienen tiempo para entrenar su olfato. Tampoco entre labradores ni ganaderos, que las sequías, las heladas y el precio de los piensos y la luz les impiden calcular en qué colocar las pérdidas del litro de leche producido. Y tampoco entre los demás habitantes de este país, que cuando les empieza a crecer la cuenta corriente pronto aparece una citación de la Agencia Tributaria, que siente curiosidad por saber de dónde sacan pa tanto como destacan.

Entre los miembros de cierta clase política y sus hijos parece que no existió esa curiosidad hasta que, pasados los años y publicada la palabra escándalo, empieza el asombro general. Y pasa lo que pasa: una grabación donde una voz cuenta billetes en un coche hasta llegar a los 12.000; pruebas de que unos se repartían comisiones del 3 por 100 y otros del 4 por 100; un presidente de autonomía que antes fue alcalde y un pequeño «error administrativo» -nada de quedarse un duro en su bolsillo, no nos engañemos- hizo que se perdieran unos millones, pero «ni un céntimo de dinero público», advierte el señor Maíllo; o que un director general apalabra con un mando de la Guardia Civil la permuta de un piso oficial, pero fue también un pequeño error de la Benemérita.

Estoy con su señoría: hay que felicitar al gestor o los gestores de tan buena gente. Si no fuese por ellos, esos que hoy desfilan ante los juzgados serían unos proletarios de brillantes servicios a la patria, pero sin patrimonio para asombrar. Y hay que felicitar a los actuales gobernantes, que han puesto las cosas en su sitio: eso que llaman corrupción es cosa del pasado. Ahora no es que no haya eso que llaman corrupción; es que vivimos la crisis del gestor.