Provoca, diputado, que algo queda

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

31 mar 2017 . Actualizado a las 08:45 h.

Os propongo un ejercicio de memoria: ¿qué pasajes de discursos pronunciados en el Congreso recordáis? ¿Lo que dijo Alfonso Guerra sobre el papel de la policía en democracia o cuando, en la misma pieza, llamó «fascista» a Martín Villa? ¿La descripción que hizo Aznar sobre el estado de la nación o sus tres venablos de «Váyase, señor González»? ¿El plan de recuperación económica de Rajoy o cuando le preguntó a Pedro Sánchez «¿usted qué es, pésimo»? ¿Los argumentos de Pablo Iglesias en la penúltima sesión de control o aquello de «me la pela, me la refanfinfla»? ¿El artículo del mismo Pablo Iglesias titulado A favor de Francisco (el papa) o la petición de Unidos Podemos de no emitir la misa por TVE?

Supongo que vuestras respuestas coincidirán con las de este cronista: recordamos la provocación, nos olvidamos de lo políticamente correcto. Y ese es el juego en que estamos a partes iguales los medios informativos y las personalidades políticas. Los medios, porque publicamos esas provocaciones y nos olvidamos del discurso tranquilo. Los políticos, como buscan el titular, saben perfectamente cómo conseguirlo. Por lo tanto, caen en el tópico: no hablan para la Cámara de representantes, sino para las cámaras de televisión. Y se ha llegado a una situación enfermiza: la notoriedad de un líder no se mide por sus iniciativas ni por el rigor en el control al Gobierno, sino por su capacidad de montar el espectáculo y atraer la atención del informador. Lo sabe muy bien Podemos y ahí encontró un instrumento que le proporciona gran publicidad.

Algo parecido ocurre con las protestas sindicales: una protesta pacífica no tiene eco; hace falta follón, cortes de vías públicas, humareda de barricada, para que los fotógrafos actúen, obtengan la imagen del día y la sociedad sepa que plantean una reivindicación. ¿Y en esas condiciones ambientales se pretende llamar al «decoro parlamentario»? Primero, habría que definir qué es ese decoro: si se refiere al vestuario de sus señorías, al peinado, a los gestos, a los símbolos y carteles que muestran, o a sus palabras. Y por cierto: habría que saber si es decoro patear, abuchear o interrumpir a un orador, para desesperación de la presidenta Ana Pastor.

Me temo que sea una tarea imposible. Lo que sí se puede y debe pedir a sus señorías es que, si insultan, lo hagan con alguna gracia. Si provocan, que lo hagan con inteligencia. Y que sepan que la crítica es libre y el ataque puede ser despiadado siempre que provoquen una sonrisa por su ingenio. Lo demás se sitúa en el umbral de la bazofia. Un umbral que nunca se debería traspasar en el templo de la soberanía nacional.