El terror ciego

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

31 mar 2017 . Actualizado a las 08:44 h.

Antes de ser uno de los mejores directores de películas de serie Z de todos los tiempos, Amando de Ossorio fue uno de los cronistas más inquietos que ha tenido La Voz desde 1882. Escribía en los años cincuenta una sección titulada Lacalle y yo, en la que, acompañado por un ilustrador, practicaba el kilómetro cero del periodismo: iba a los sitios, escuchaba, preguntaba, tomaba nota y luego lo contaba. Una delicia.

En una evolución más lógica de lo que pueda parecer, Ossorio pasó luego del periodismo a las pelis de zombis. Mi favorita se titula La noche del terror ciego (1971), donde relata las peripecias de una pareja de novios, Virginia y Roger, de vacaciones en Estoril. En un viaje en tren, se encuentran con Betty, una antigua compañera de internado de Virginia con la que Roger no duda en coquetear. Devorada por los celos, Virginia salta del tren en marcha. Se encuentra en medio de la nada, en una hermosa pero desértica campiña portuguesa. Al caer la noche, se refugia con su saco de dormir en las ruinas del monasterio de Bouzano. Allí reposan -marca de la casa- los restos de los zombis templarios, que a medianoche salen de sus tumbas montados a caballo para acabar con la intrusa.

No sé si será por el pasado periodístico de Ossorio, quien tal vez nos estaba anticipando cosas que los demás nunca imaginaríamos, pero últimamente, cada vez que pongo La noche del terror ciego, veo a países enteros saltar del tren en marcha por un simple ataque de celos o de rabia. Y, lo que es peor, veo a esas naciones antiguas y poderosas buscar refugio en el monasterio de Bouzano, donde unos monjes fantasmales llamados Donald Trump o Theresa May salen de sus sepulcros para liquidarlas.

Y es que, a veces, para entender la realidad, no hay nada mejor que una película de zombis.