Uno, dos, tres

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa CON LETRA DEL NUEVE

OPINIÓN

08 abr 2017 . Actualizado a las 09:54 h.

Nadie, nunca, ha tenido la clase de James Cagney a la hora de matar. Ni dentro ni fuera de la pantalla. Y tal vez tampoco hubo otro actor tan versátil en el Hollywood clásico. Le daba lo mismo hacer de gánster en El enemigo público que de jefazo de la Coca-Cola en el Berlín de posguerra de Uno, dos, tres. Conviene revisitar ahora este filme, donde Billy Wilder lo explica todo sobre la debilidad del idealismo comunista frente a los golosos atractivos del capitalismo, pero también sobre la hipocresía de un Occidente corto de valores.

Durante el rodaje de la película, en 1961, a Wilder le cambiaron el decorado sin previo aviso. La noche del 12 de agosto, se fue a dormir en un Berlín y amaneció en otro: Alemania Oriental había partido la ciudad en dos con un muro.

Ahora, cuando en Estocolmo nos sacude un nuevo atentado, los tomahawks vuelan sobre Siria y surgen tentaciones de resucitar la guerra fría, sería bueno volver a Uno, dos, tres. Porque, en el fondo, Wilder nos recuerda nuestra capacidad innata para echarlo todo a perder en cuestión de segundos. Por algo el muro de Berlín se construyó en una sola noche, pero luego tardó 28 años en caer.