La sombra de la peor pesadilla

Tino Novoa EN LA FRONTERA

OPINIÓN

09 abr 2017 . Actualizado a las 09:34 h.

Hubo un tiempo en que sacudidas como la de Estocolmo eran continuas, cada semana, o incluso cada día, en España. Hubo un tiempo para miles de personas en el que su primer acto al salir a la calle era mirar los bajos de su coche para comprobar que no le habían adosado una bomba. Hubo un tiempo en el que había personas sin derecho a la rutina que cada día debían cambiar de hora e itinerarios para evitar un secuestro o un tiro en la nuca. Hubo un tiempo en el que había personas sin intimidad, obligadas a compartir con un escolta cada acto de su vida, ya fuera un paseo con los amigos o su propia boda. Hubo un tiempo en el que había personas que debían esconderse, incluso en otro pueblo, para ver a su pareja. Hubo un tiempo en el que había personas que debían exiliarse en otras zonas de España para sobrevivir. Hubo un tiempo en el que la inmensa mayoría de una sociedad, la vasca, debía callar, mentir o, simplemente, engañarse a sí misma para no ser señalada y perseguida. Pero llegó un tiempo en el que los temerosos recobraron la valentía y se alzaron contra quienes los habían amenazado y pisoteado durante años y años. Y ahí comenzó la derrota de ETA, que no su fin, porque la sombra de la pesadilla no se ha disuelto. Ni mucho menos. Porque el enorme daño que ha causado ni desaparece ni se repara con la simple entrega de las armas. Porque no se ha disuelto. Porque no ha pedido perdón a sus miles de víctimas. Y, sobre todo, porque no ha asumido la maldad misma de sus actos. No es que jamás haya representado al pueblo vasco, como aún insiste en defender, es que lo ha martirizado. Y sin ese reconocimiento es imposible la reconciliación, porque sin contrición no hay paz. Ni para los muertos ni para los vivos.