El bipartidismo (francés) se muere

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

25 abr 2017 . Actualizado a las 08:31 h.

El bipartidismo se muere. Las víctimas de la crisis, decepcionadas con los dos grandes partidos que se turnaban en la mayoría de los países europeos, han decidido buscar nuevos referentes en los aledaños del sistema. Caras nuevas, siglas no mancilladas, viejas utopías. Y también, porque la indignación no suele ser selectiva, peligrosas opciones protofascistas. Conservadores y socialdemócratas, los dos ejes habituales de las democracias europeas, no supieron estar a la altura de las atroces circunstancias. Unos y otros, antes de ser vapuleados en las urnas, tuvieron su oportunidad. Ambos gobernaron durante la tempestad en casi todos los países y ambos salieron escaldados del envite. Que los conservadores resistan algo mejor que los socialistas tiene una sencilla explicación: la derecha hizo lo que se esperaba de ella, la denominada izquierda hizo lo que se esperaba de la derecha. Y así le fue.

Francia, una vez más, sirve de ejemplo. En el 2012, los franceses despacharon al conservador Sarkozy y depositaron su confianza en el socialista Hollande. Los dos salieron achicharrados del Elíseo. Los dos castraron a sus respectivos partidos y a sus sucesores: poco podían hacer François Fillon y Benoît Hamon con las míseras herencias recibidas. Y menos aún después de que Le Canard Enchainé destapase que Fillon había empleado clandestinamente en la Administración a su mujer y a sus hijos. O después de que Manuel Valls, primer ministro de Hollande, proclamara la ruptura de los socialistas y pidiese el voto no para su partido, sino para Emmanuel Macron.

El bipartidismo francés se muere porque, de los dos pilares que lo sustentaban, uno está agrietado y el otro se ha desplomado. La derecha gaullista, que por primera vez en la historia no estará en la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales, tal vez pueda rehacerse en las legislativas de junio, a la sombra de un sistema electoral mayoritario de doble vuelta. Pero el Partido Socialista Francés ha colapsado. El propio Manuel Valls redactó ayer el epitafio: «Es el fin de una historia».

En realidad, el Partido Socialista Francés ya estaba muerto. Falleció en algún momento del mandato de Hollande y solo faltaba la fecha del entierro. Cuando los vientos de la economía soplaban a favor, el partido podía mantenerse en el ambiguo espacio del centro-izquierda y acoger diversas «sensibilidades». Pero al estallar la tormenta, había que optar y definirse. El partido de Lionel Jospin que estableció la jornada de 35 horas semanales poco tenía que ver con el partido de Hollande que aprobó una reforma laboral a la española. Y comenzaron las deserciones. Por la derecha, hacia el movimiento ¡En Marcha! del exministro Emmanuel Macron, futuro presidente de la República. Por la izquierda, hacia la Francia Insumisa de Mélenchon. Y guardando los despojos de las siglas gloriosas, Benoît Hamon. Ya resulta curioso: tres exdirigentes del Partido Socialista que, en conjunto, obtuvieron la mitad de los votos que los franceses depositaron en las urnas el pasado domingo.