Quimioterapia política

OPINIÓN

27 abr 2017 . Actualizado a las 08:42 h.

La corrupción es un cáncer. Y si un partido como el PP tiene un tumor de máxima gravedad, y está plagado de metástasis, no queda más remedio que usar toda la panoplia de instrumentos -sajar, radiar y administrar quimioterapia- que vienen al caso. Pero, siendo cierto que las metáforas médicas y militares son muy útiles para entender la política en toda su complejidad, porque hablan de lucha por el poder y de patologías del cuerpo social, también es obvio que esas metáforas nos recuerdan que no puede ser el remedio peor que la enfermedad, que todas las terapias tienen contraindicaciones, y que ningún tratamiento debe comprometer sin retorno la calidad y dignidad de la vida. 

Lo que está sucediendo en España, que es la invasión de la política por un uso salvífico y exorbitante del derecho penal, es el equivalente a la quimioterapia, que, en su afán por destruir las células malignas, arrasa también las sanas, afecta a funciones esenciales del organismo y pone el sistema al borde del colapso. Y por eso cabe decir dos cosas igual de evidentes: que en las circunstancias actuales está indicado el uso de la quimioterapia política; y que ese medicamento tan radical tiene que estar medido y evaluado para no matar al enfermo antes de que lo haga el cáncer.

La sensación de que la quimioterapia judicial está poniendo el sistema político al borde del colapso ya es palpable. La evidencia de que el tratamiento mata por igual células sanas y malignas es inherente al propio medicamento. Y la sospecha de que una parte de lo que podríamos considerar personal sanitario -diputados, partidos, medios de comunicación y movimientos sociales- está aprovechando esta quimio para perseguir objetivos espurios, y para adelantar el colapso del sistema, nos hace dudar de esta radical y generosa limpieza.

Si reconducimos la quimio de la operación Lezo hacia la caza de Catalá y Zoido, por ejemplo, estamos corrompiendo la política. Si aprovechamos esta oportunidad para bloquear la gobernabilidad y ganar el poder a través del caos, estamos poniendo en riesgo la dignidad del enfermo. Si para lograr estos fines apuramos el remedio hasta la anulación de cautelas tan esenciales como la fidelidad a los hechos y el respeto a la presunción de inocencia, estaremos librando del cáncer al enfermo mientras lo abocamos a morir por infección hospitalaria. Y en esto pueden estar colaborando algunas formas judiciales, algunas estrategias de partido, muchos sensacionalismos informativos y bastantes movimientos sociales.

Por eso quiero recordar, saliéndome de la opinión correcta, que también la quimioterapia política debe ser minuciosamente controlada. Porque muchas democracias se hundieron -a manos de inquisidores- cuando estaban a punto de recibir el alta. Y si este fuese nuestro error, apenas queda tiempo para rectificar.