...y sus circunstancias

OPINIÓN

17 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Con esta segunda parte se cierra una reflexión, recurrente, lo sé, abierta con Un montón de gente…

El título completo -Un montón de gente y sus circunstancias- es, ya lo sabéis, una versión de una famosa sentencia orteguiana de la que siempre aparece amputada su segunda parte: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si yo no la salvo a ella no me salvo yo». Un aserto que no solo no pretendía ser determinista, sino que apelaba, entiendo, a la necesidad de dar significado al entorno para entender el «yo». Entender la interacción.

Recurrente decía, porque debe haber pocos artículos míos, en los últimos tres años, en los que no hable de «expectativas»; del control de las expectativas a través del discurso como mecanismo de control social. Supongo que, como Umbral, a veces y salvando las distancias, yo vengo aquí a hablar de mi libro: la cognición, la comunicación y las expectativas como elementos de un análisis crítico del contexto, es decir, de esas circunstancias.

Y recurrente como el eterno debate en la izquierda acerca de qué camino conduce a la emancipación; y por el camino, como concitar un consenso social frente al capitalismo depredador y a sus expresiones políticas corruptas. Un debate que se da en múltiples ejes -los objetivos, la estrategia, el discurso- en los que un criterio de distribución podría ser praxis-doctrina, y sus polos, pragmatismo y fundamentalismo, respectivamente; el posibilismo y el imposibilismo.

El lúcido historiador marxista Eric Hobsbawm, un imprescindible del s.XX,  se empleó a fondo en este debate que, según él, se mantenía entre los realistas y los imposibilistas; lo amplio y lo estrecho; el compromiso y la pureza; y, como él decía, según la izquierda sectaria, entre reformismo y revolución.

Lo hizo durante el último cuarto del siglo pasado, en el contexto del declive, derrota a manos de Thatcher y crisis posterior, del laborismo británico. Una crisis de la que el laborismo creyó encontrar la salida por la puerta del centro; la tercera vía del Nuevo Laborismo, encarnado por el mayor logro de la Dama de Hierro Cardado: Tony Blair. Aunque era una puerta por la que debieron volver a entrar a la crisis porque daba a un cuarto trastero. Y hasta hoy.

Durante el periodo de depredación thatcheriano, Hobsbawm alimentó el debate desde la izquierda racional, pues la izquierda fundamentalista y sectaria suele recurrir más al ensalmo que al razonamiento, para hacer entender que Marx jamás habría aplicado a finales del s.XX sus planteamientos de finales del s.XIX sin hacer un análisis exhaustivo de las condiciones presentes en un mundo que, décadas después de la Segunda Guerra Mundial, se había transformado de una forma tan radical y a una velocidad tal que todos los análisis previos, incluso los que en principio siguen siendo correctos, sencillamente deben modificarse y actualizarse en la práctica. No en vano Engels acuñó el término de socialismo científico, para diferenciarlo de aquel que prescinde de una metodología de análisis crítico a la hora de constituir un corpus. Pero, más de un siglo después, la brecha permanece; la izquierda política parece recelar del ritmo de la ciencia y desprecia valiosas aportaciones metodológicas que se pueden hacer desde diferentes disciplinas científicas.

La necesidad de que la razón de izquierdas hiciera una crítica a la emoción de izquierdas llevó a Hobsbawm a una confrontación con la «izquierda dura». Aquella que confundía la convicción con la prosecución de un proyecto político; el activismo militante con la transformación social y la victoria con la «victoria moral» (que tradicionalmente ha sido el eufemismo con el que se ha nombrado a la derrota); el amenazar con el puño al statu quo con la desestabilización del mismo o (como sucedió muchas veces en 1968) el gesto con la acción.

Que la derecha, en su propósito de proteger su inmoral control del acceso a los recursos, carezca de un historial de lucha por la justicia social, los derechos humanos y la igualdad no justifica que la izquierda nostálgica se aferre al suyo obviando las condiciones del presente y confíe ingenuamente en una marginal conciencia de clase. Hobsbawm cita en varias ocasiones a Georgi Dimitrov quien, siendo Secretario General presidió el Congreso de la Internacional Comunista de 1935 en el que se aprobó la resolución de los frentes populares para hacer frente al fascismo en auge en los años 30, dijo: Es un error común de un personaje de izquierdas el imaginar que, tan pronto surge una crisis política los dirigentes comunistas no tienen más que lanzar la consigna de la insurgencia revolucionaria para que las masas la sigan.

Insistía el profesor británico en lo frágiles e insostenibles que son los análisis y conclusiones del pasado y lo difícil que es sustituirlos por unos nuevos. El prosaico análisis crítico tal vez no resulte tan romántico como el coraje revolucionario y, desde luego, no está exento de las incertidumbres que impone un contexto abigarrado, pero es, tal vez, la única forma de salir de un bucle al que el adversario político asiste complacido.

Es la propia realidad y su efecto en la praxis política la que impone a los socialistas la crisis de las viejas ideas y la necesidad de un nuevo pensamiento. El mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él.

Y quisiera llegar más lejos y decir: nosotros debemos cambiar más que nadie, puesto que como partidos y como movimientos estamos más atrapados por la historia. (Política para una izquierda racional, Eric Hobsbawm, 1989).

¿Y la próxima semana?

La próxima semana hablaremos del gobierno.