Los chicos con las chicas

Luis Ordóñez
Luis Ordoñez NO PARA CUALQUIERA

OPINIÓN

28 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El maravilloso Tribunal Supremo de España (el mismo que se llevó un severo correctivo de la justicia europea por pretender fijar un límite temporal al fraude de las cláusulas suelo, el mismo al que también Europa tuvo que reprender por posponer sine die un fallo sobre una inmatriculación del obispado de Palencia y que nos costó a todos 600.000 euros de sanción) ha sentenciado sobre si las escuelas que separan a niños de niñas pueden recibir fondos públicos para decir que sí. Lo hizo esta semana amparándose en la legislación vigente, que es la ley Wert que blindó los conciertos educativos con los colegios segregadores, a pesar de que la propia normativa del exministro está pendiente de un fallo del Tribunal Constitucional. No importa porque ha quedado acreditado que en el Supremo nadie se hace responsable de nada.

El doble modelo de colegios públicos y concertados surgió en España con la escolarización obligatoria de la democracia y cuando el sistema público no era capaz de asumir a la totalidad del alumnado. No es la de hoy la misma situación de entonces, ya no hay aulas masificadas, pero han quedado todos los derechos adquiridos y también los de aquellos centros que estiman que lo de juntar a niños y niñas para que crezcan y se eduquen juntos es cosa peligrosa. Hay una película protagonizada por el grupo «Los Bravos» en 1967 que cantaban «Los chicos con las chicas» y que debe de parecerles ya el colmo de lo moderno. Es gente que para insultarte quizá podría llamarte melenudo y yeyé.

Hay en Asturias un enconado debate porque la caída demográfica es muy grande y la patronal de la concertada se resiste con uñas y dientes a que se le cierren aulas como a la escuela pública. Han dicho que la educación debe regirse por la oferta y la demanda, que yo creo que es un argumento bastante impresentable. Ocurre también que los conciertos educativos son una de las pocas subvenciones (porque es lo que son) a las que los autodenominados liberales se resisten a renunciar (porque las subvenciones malas son las que les tocan a los otros y nunca a mí). También habrá que insistir de nuevo en que la única ventaja de los colegios concertados son las redes sociales que se quieren establecer entre alumnos para un futuro privilegiado (lejos de menesterosos e inmigrantes) porque la pública ofrece una educación igual si no mejor. Pero todos estos son argumentos gastados, reiterados, que entran por un oído y salen por el otro. No queda otra que, además de insistir en ellos, apelar a las pasiones.

Pronto, muy pronto, habrá un porcentaje de población española de religión musulmana, que tendrá también sus colegios concertados y sus profes de religión (unos que no elegirá el Estado como tampoco puede elegir ahora a los católicos y que podrán ser despedidos por cuestiones arbitrarias como hacen ya los católicos). Los habrá entonces que quieran separar a niños a niñas, quizá los haya que apelando a su «ideario» y respetando el «libre derecho de elección de los padres» prefieran que no se enseñe música o que las niñas no hagan gimnasia (y son dos ejemplos de peticiones que ya se han sucedido en España. Sí, en la misma época en la que los más retrógrados bramaban por su derecho a objetar la asignatura de Educación para la Ciudadanía porque en ella se enseñaba que los homosexuales son seres humanos como los demás). ¿Qué dirán entonces nuestros moderados y centristas jueces y magistrados, los padres y madres que con denuedo luchan por el orden y la estabilidad? Lo digo porque no se puede hacer una ley para una sola religión, se hace para todas o para ninguna. Quienes se espanten por esa posibilidad sepan que son los principales responsables hoy de que suceda mañana y que trabajan a destajo para que ocurra. Si no les parece mal no hay ningún problema, pero si no es así, esto tiene un nombre y es hipocresía.