El negocio del fútbol profesional

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

27 may 2017 . Actualizado a las 10:31 h.

Números cantan: el negocio deportivo ocupa el noveno puesto entre los que más dinero mueve en un ránking donde conviven las actividades criminales con las legales, después del narcotráfico, prostitución, armamento, petróleo, pornografía, banca, farmacéuticas y alcohol. Dentro del deporte, el fútbol profesional (decimoséptima economía mundial) facturó en el 2015 en Europa 22.000 millones de euros, de los cuales España aporta 9.000. Aquí supone el 1,7 % del Producto Interior Bruto, con cuarenta y dos empresas en la Liga que dan empleo -directo o indirecto- a 85.000 personas y consiguen 14 millones de espectadores, que llegan a 174 cuando los partidos son retransmitidos para todo el mundo. 

El dinero que maneja el fútbol profesional es caldo de cultivo natural para manejos turbios, donde cada vez afloran más casos de presunta corrupción. Acaba de confirmarse la condena de Messi por delitos fiscales en el mismo día que comparecía ante la Audiencia Nacional el expresidente del Barça, Rosell, por blanqueo de capitales. La opinión pública parece ser indulgente en estos casos, incluso en tiempos poco proclives a justificar la corrupción. Se sospecha que existe en los grandes fichajes, o en los negocios colaterales de los mandatarios de los clubes que sientan en los bancos de honor de los estadios a altos representantes de la política y de las instituciones públicas, o en comisiones en negro para intermediarios, directores deportivos, entrenadores y directivos, o jugadores a cambio de dejarse ganar, o en fondos de reptiles, y en clubes convertidos en agencias de colocación para amigos y familiares, donde se favorece a empresas amigas... y lo que te rondaré, morena.

Política y fútbol tienen en común el elemento emocional que homologa el sentimiento de pertenencia a los colores de un equipo y trascienden, con mucho, las fronteras territoriales. En una visita a Líbano durante las elecciones posteriores al magnicidio de Rafik Hariri, pude recorrer buena parte de los colegios electorales de Beirut. Mujer, europea y al frente de un equipo formado por hombres, era imposible no llamar la atención. Pese a todo, solo viví un incidente en aquella ciudad tomada por el Ejército, que custodiaba los centros de votación con rifles y traje militar. Fue cuando un candidato de Hezbolá requirió mi atención. Tras los primeros instantes de preocupación, acompañada por un guardaespaldas, me acerqué a un hombre flaco, moreno y serio que, en cuanto me tuvo cerca, quiso saber si yo era española. Ante mi respuesta afirmativa se arrancó la camisa, para susto de toda la comitiva, y dejó ver, acompañándolo de un sonoro grito y del signo de la victoria, la camiseta del Barça. Se me pasó el miedo y le respondí con el mismo gesto y una sonrisa, orgullosa de mi país. Leyendo la condena de Messi me pregunto cuál habría sido hoy mi reacción.